miércoles, 8 de agosto de 2018

AMLO: La vuelta al presidencialismo




El presidencialismo mexicano tiene sus orígenes en el México colonial, donde convergieron las estructuras de poder mexica y española encontrándose, por un lado, los tlatoanis mexicas, quienes tenían autoridad sobre los habitantes del Cem Anahuac, y los conquistadores españoles, delegados de los reyes católicos, a quienes Rodrigo de Borja les había conferido autoridad sobre los hombres y la tierra descubiertos “hacia el occidente y mediodía, siguiendo una línea del polo ártico al polo antártico”. Con ese antecedente histórico y cultural no resulta extraño que todos los gobiernos posrevolucionarios hasta el de José López Portillo se caracterizasen por la concentración del poder en muy pocas manos —en dos, para ser exactos—. Durante éste periodo, el presidente de la República tenía autoridad sobre hombres y espacios, controlaba los accesos y el reparto del poder.

No le falta razón a Andrés Manuel López Obrador cuando recuerda que México “es un país presidencialista”. López Obrador aspira llevar a cabo la cuarta transformación de México para lo cual escondito sine qua non reeditar ese presidencialismo, concentrar el poder en muy pocas manos —las suyas—. La autoridad que le hemos dado sobre hombres y espacios, materializada en una legitimidad de récord emanada de ¡30 millones de votos! y en una muy útil mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado, donde a las bancadas de la aberrante coalición MORENA-PT-PES aún habría que añadirles algunos radicales libres del PRI y del PRD, sin embargo, no será suficiente para avanzar en la cuarta trasformación. El presidente electo necesitará, además, del concierto de los poderes fácticos del Estado. Es el caso de los gobiernos estatales, por ejemplo:

El presidencialismo es incompatible con el federalismo irresponsable que ha hecho posible a los gobernadores-caciques surgidos en 2000, cuando un grupo de gobernadores priístas huérfanos de presidente fundó la muy inconstitucional CONAGO. Manuel Camacho Solís ignoraba en qué se convertirían los disciplinadísimos gobernadores cuando teorizó sobre la construcción del Estado fuerte a partir del sometimiento de los poderes fácticos (El poder: Estado o feudos políticos; Colegio de México, 1974), sin embargo, sus ideas conservan vigencia y validez. López Obrador relee a Camacho y le tapa un ojo al macho al proponer la descentralización administrativa del gobierno federal, el adelgazamiento del cuerpo burocrático y el traslado de las secretarías federales, al mismo tiempo que impone la recentralización del poder mediante satrapías cuyos amos deberán enlazarle con el pueblo y destinar a su discreción los recursos federales. Se intenta con ésta fórmula impedir a los caciques conocidos y por conocer; a los Borge, a los Duarte, a los otros Duarte, a los Moreira, a los Moreno Valle, a los Yarrington. Y a Luis Miguel Barbosa.

El presidencialismo neocamachista es incompatible, también, con los caudillos partidistas con aspiraciones a caciques o, diría Gaetano Mosca, más preciso, con quienes intenten constituirse en sí mismos como una nueva clase gobernante, “controlando los mecanismos partidistas y, por lo tanto, quién y quién no participa en política”. La intentona de Barbosa de apoderarse de MORENA implicará que su apelación a que López Obrador tenga la “voluntad política” para anular la elección en Puebla caiga en saco roto. Al virtual presidente electo, los barbosistas se le están saliendo del guacal; el excandidato, un político experimentado y profesional y uno de los operadores políticos más hábiles y talentosos de su generación, está moviendo sus fichas no solo en el partido pero en el Congreso local, en el cabildo del estratégico ayuntamiento de la capital, en los otros ayuntamientos amigos, en la calle… ¿Calculará el próximo presidente de la República que es preferible tratar con una gobernadora de oposición débil que con un gobernador del oficialismo fuerte? ¿Actuará en consecuencia aún cuando ella usurpó lo que a él por voluntad popular le correspondía? Al tiempo…

Apenas ha pasado un mes de la histórica elección del 1 de julio y Chihuahua 216, símil provisional de las Casas Nuevas de Moctezuma y de la Alhambra de Fernando e Isabel, ya ha desplazado a Los Pinos como epicentro del poder.

Por la escalinata de la casona rodará , parece, el reclamo poblano de justicia que exaspera una transición aterciopelada.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 8 de agosto de 2018.

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miércoles, 8 de agosto de 2018

AMLO: La vuelta al presidencialismo




El presidencialismo mexicano tiene sus orígenes en el México colonial, donde convergieron las estructuras de poder mexica y española encontrándose, por un lado, los tlatoanis mexicas, quienes tenían autoridad sobre los habitantes del Cem Anahuac, y los conquistadores españoles, delegados de los reyes católicos, a quienes Rodrigo de Borja les había conferido autoridad sobre los hombres y la tierra descubiertos “hacia el occidente y mediodía, siguiendo una línea del polo ártico al polo antártico”. Con ese antecedente histórico y cultural no resulta extraño que todos los gobiernos posrevolucionarios hasta el de José López Portillo se caracterizasen por la concentración del poder en muy pocas manos —en dos, para ser exactos—. Durante éste periodo, el presidente de la República tenía autoridad sobre hombres y espacios, controlaba los accesos y el reparto del poder.

No le falta razón a Andrés Manuel López Obrador cuando recuerda que México “es un país presidencialista”. López Obrador aspira llevar a cabo la cuarta transformación de México para lo cual escondito sine qua non reeditar ese presidencialismo, concentrar el poder en muy pocas manos —las suyas—. La autoridad que le hemos dado sobre hombres y espacios, materializada en una legitimidad de récord emanada de ¡30 millones de votos! y en una muy útil mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado, donde a las bancadas de la aberrante coalición MORENA-PT-PES aún habría que añadirles algunos radicales libres del PRI y del PRD, sin embargo, no será suficiente para avanzar en la cuarta trasformación. El presidente electo necesitará, además, del concierto de los poderes fácticos del Estado. Es el caso de los gobiernos estatales, por ejemplo:

El presidencialismo es incompatible con el federalismo irresponsable que ha hecho posible a los gobernadores-caciques surgidos en 2000, cuando un grupo de gobernadores priístas huérfanos de presidente fundó la muy inconstitucional CONAGO. Manuel Camacho Solís ignoraba en qué se convertirían los disciplinadísimos gobernadores cuando teorizó sobre la construcción del Estado fuerte a partir del sometimiento de los poderes fácticos (El poder: Estado o feudos políticos; Colegio de México, 1974), sin embargo, sus ideas conservan vigencia y validez. López Obrador relee a Camacho y le tapa un ojo al macho al proponer la descentralización administrativa del gobierno federal, el adelgazamiento del cuerpo burocrático y el traslado de las secretarías federales, al mismo tiempo que impone la recentralización del poder mediante satrapías cuyos amos deberán enlazarle con el pueblo y destinar a su discreción los recursos federales. Se intenta con ésta fórmula impedir a los caciques conocidos y por conocer; a los Borge, a los Duarte, a los otros Duarte, a los Moreira, a los Moreno Valle, a los Yarrington. Y a Luis Miguel Barbosa.

El presidencialismo neocamachista es incompatible, también, con los caudillos partidistas con aspiraciones a caciques o, diría Gaetano Mosca, más preciso, con quienes intenten constituirse en sí mismos como una nueva clase gobernante, “controlando los mecanismos partidistas y, por lo tanto, quién y quién no participa en política”. La intentona de Barbosa de apoderarse de MORENA implicará que su apelación a que López Obrador tenga la “voluntad política” para anular la elección en Puebla caiga en saco roto. Al virtual presidente electo, los barbosistas se le están saliendo del guacal; el excandidato, un político experimentado y profesional y uno de los operadores políticos más hábiles y talentosos de su generación, está moviendo sus fichas no solo en el partido pero en el Congreso local, en el cabildo del estratégico ayuntamiento de la capital, en los otros ayuntamientos amigos, en la calle… ¿Calculará el próximo presidente de la República que es preferible tratar con una gobernadora de oposición débil que con un gobernador del oficialismo fuerte? ¿Actuará en consecuencia aún cuando ella usurpó lo que a él por voluntad popular le correspondía? Al tiempo…

Apenas ha pasado un mes de la histórica elección del 1 de julio y Chihuahua 216, símil provisional de las Casas Nuevas de Moctezuma y de la Alhambra de Fernando e Isabel, ya ha desplazado a Los Pinos como epicentro del poder.

Por la escalinata de la casona rodará , parece, el reclamo poblano de justicia que exaspera una transición aterciopelada.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 8 de agosto de 2018.

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