miércoles, 30 de noviembre de 2016

¡Ibas bien, Fidel! Por Francisco Baeza Vega



[@paco_baeza_]

Fidel Castro falleció la noche del viernes, 25 de noviembre. Tomando en cuenta que el régimen castrista controla y manipula la información a su antojo, la fecha no puede ser casualidad: el viernes se celebró el 60° aniversario del inicio de la travesía del Granma.

En momentos de incertidumbre, la Revolución  cubana se aferra, parece, a sus efemérides como una anciana lo hace al álbum fotográfico que le remite a tiempos más felices…

¿Voy bien, Camilo?—. Fidel Castro hizo una pausa mientras se dirigía a los soldados lealistas cuyos comandantes les habían abandonado. —¡Vas bien, Fidel! —respondió Camilo Cienfuegos, el carismático guerrillero de sombrero alón.

Iba bien la Revolución. Los barbudos representaban una nueva Cuba, inspirada en la enseñanza cristiana —Fidel, hombre de altísima estatura moral, podía permitirse ser, a la vez, ateo y jesuita—. En pocos años, todos los cubanos sabrían leer y escribir, y todos tendrían acceso a servicios de salud y educación gratuitos y de calidad. Luego, la Revolución se desviaría:

El primer fracaso de la Revolución fue que la nomenklatura que surgió de ella imitó las depravaciones de sus predecesores; repitió su obstinación por perpetuarse en el poder, su represión, su censura, su corrupción. —En la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él —escribe George Orwell, en La rebelión de la granja, dando voz al Viejo Mayor, el cerdo que encarnaba la esperanza de una sociedad mejor—. ¡Aún cuando lo hayan vencido, no adopten sus vicios!—. Igual que en el imaginario orwelliano todos los animales eran iguales, pero algunos eran más iguales que otros; en el paraíso castrista, todos los cubanos son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Y Fidel fue diferente a todos. Tras sus larguísimos monólogos, el comandante tuvo siempre la última palabra. ¡Ay, de quien le discutiera! ¡Ay, de Heberto y sus Provocaciones!

El otro fracaso de la Revolución fue no emancipar a Cuba. Durante décadas, la isla exportó libertad, pero no fue libre. Las imágenes de militares cubanos se replicaron en todos los rincones del globo. En el suroeste africano, desde donde volvieron triunfantes luego de asegurar la independencia de Angola y Namibia y de precipitar el final del apartheid sudafricano, los muchachos de El Che se confundieron con los ambundos de Agostinho Neto. La dictadura castrista, empero, ha sobrevivido no por su propia fuerza sino por la generosidad de Moscú y de Caracas, que le tiene un cariño fraternal. Más aún, la perdurabilidad del régimen sólo ha sido posible por el antagonismo estadounidense. El embargo y el fantasma de la invasión han dado sentido y cohesión a la Revolución. —Tener un enemigo —razonaría Umberto Eco, en Construir al enemigo (Lumen, 2013) —es importante no solo para definir nuestra identidad sino, también, para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores—. Si no era libre Fidel, ¡no sería libre nadie, ni la prensa ni las elecciones!...

La muerte de Fidel entierra un siglo XX marcado por la desintegración de los imperios y el surgimiento de un centenar de naciones. En el marco de la Guerra Fría, el desorden global se resolvió de manera violenta. ¡Cuántos cubanos dejaron sus vidas en las riberas del Cuito o del Ñancahuazú, o en las arenas de Saint George o de Playa Girón!

Con la muerte del símbolo del antimperialismo, el enfrentamiento ideológico clásico entre izquierda y derecha, entre el Tercer Estado, el estamento burgués y campesino, y la clase privilegiada, el alto claro y la nobleza, queda definitivamente superado. Toca el turno al enfrentamiento entre arriba y abajo, entre Sistema y anti-Sistema. En esa coyuntura se gestan los Trump y los Farage, pero también los López Obrador y los Iglesias.

El fin de la lucha ideológica significa el inicio de la lucha por la reconciliación de las naciones.

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miércoles, 30 de noviembre de 2016

¡Ibas bien, Fidel! Por Francisco Baeza Vega



[@paco_baeza_]

Fidel Castro falleció la noche del viernes, 25 de noviembre. Tomando en cuenta que el régimen castrista controla y manipula la información a su antojo, la fecha no puede ser casualidad: el viernes se celebró el 60° aniversario del inicio de la travesía del Granma.

En momentos de incertidumbre, la Revolución  cubana se aferra, parece, a sus efemérides como una anciana lo hace al álbum fotográfico que le remite a tiempos más felices…

¿Voy bien, Camilo?—. Fidel Castro hizo una pausa mientras se dirigía a los soldados lealistas cuyos comandantes les habían abandonado. —¡Vas bien, Fidel! —respondió Camilo Cienfuegos, el carismático guerrillero de sombrero alón.

Iba bien la Revolución. Los barbudos representaban una nueva Cuba, inspirada en la enseñanza cristiana —Fidel, hombre de altísima estatura moral, podía permitirse ser, a la vez, ateo y jesuita—. En pocos años, todos los cubanos sabrían leer y escribir, y todos tendrían acceso a servicios de salud y educación gratuitos y de calidad. Luego, la Revolución se desviaría:

El primer fracaso de la Revolución fue que la nomenklatura que surgió de ella imitó las depravaciones de sus predecesores; repitió su obstinación por perpetuarse en el poder, su represión, su censura, su corrupción. —En la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él —escribe George Orwell, en La rebelión de la granja, dando voz al Viejo Mayor, el cerdo que encarnaba la esperanza de una sociedad mejor—. ¡Aún cuando lo hayan vencido, no adopten sus vicios!—. Igual que en el imaginario orwelliano todos los animales eran iguales, pero algunos eran más iguales que otros; en el paraíso castrista, todos los cubanos son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Y Fidel fue diferente a todos. Tras sus larguísimos monólogos, el comandante tuvo siempre la última palabra. ¡Ay, de quien le discutiera! ¡Ay, de Heberto y sus Provocaciones!

El otro fracaso de la Revolución fue no emancipar a Cuba. Durante décadas, la isla exportó libertad, pero no fue libre. Las imágenes de militares cubanos se replicaron en todos los rincones del globo. En el suroeste africano, desde donde volvieron triunfantes luego de asegurar la independencia de Angola y Namibia y de precipitar el final del apartheid sudafricano, los muchachos de El Che se confundieron con los ambundos de Agostinho Neto. La dictadura castrista, empero, ha sobrevivido no por su propia fuerza sino por la generosidad de Moscú y de Caracas, que le tiene un cariño fraternal. Más aún, la perdurabilidad del régimen sólo ha sido posible por el antagonismo estadounidense. El embargo y el fantasma de la invasión han dado sentido y cohesión a la Revolución. —Tener un enemigo —razonaría Umberto Eco, en Construir al enemigo (Lumen, 2013) —es importante no solo para definir nuestra identidad sino, también, para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores—. Si no era libre Fidel, ¡no sería libre nadie, ni la prensa ni las elecciones!...

La muerte de Fidel entierra un siglo XX marcado por la desintegración de los imperios y el surgimiento de un centenar de naciones. En el marco de la Guerra Fría, el desorden global se resolvió de manera violenta. ¡Cuántos cubanos dejaron sus vidas en las riberas del Cuito o del Ñancahuazú, o en las arenas de Saint George o de Playa Girón!

Con la muerte del símbolo del antimperialismo, el enfrentamiento ideológico clásico entre izquierda y derecha, entre el Tercer Estado, el estamento burgués y campesino, y la clase privilegiada, el alto claro y la nobleza, queda definitivamente superado. Toca el turno al enfrentamiento entre arriba y abajo, entre Sistema y anti-Sistema. En esa coyuntura se gestan los Trump y los Farage, pero también los López Obrador y los Iglesias.

El fin de la lucha ideológica significa el inicio de la lucha por la reconciliación de las naciones.

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