miércoles, 1 de marzo de 2017

Cambiar para sobrevivir Por Francisco Baeza

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 28 de febrero de 2017.

—Hay que aceptar el cambio y ceder lo que es imposible seguir manteniendo —dijo Edmund Burke, cuando comprendió que era imposible sostener el monopolio Whig. —Cambiar para conservar —dijo Jesús Reyes Heroles, cuando el PRI, lastrado por un cuarto de siglo de represión política e incertidumbre económica y lastimado por las fracturas internas y por una oposición creciente, enfrentó idéntico dilema. Cambiar (el partido) para conservar (el poder)…

El tricolor ha sido un partido en constante evolución —o lo fue, al menos—: el Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929-1938), el partido de partidos, trajo orden al caos revolucionario, reglamentando el acceso y el reparto del poder; el Partido de la Revolución Mexicana (PRM, 1938-1946) fortaleció sus sectores para dar paso al corporativismo como un eficientísimo sistema de control social; el Partido Revolucionario Institucional (PRI, desde 1946) institucionalizó las prácticas antidemocráticas que ligaron al partido con la voluntad del presidente de la República. Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís quisieron guiarlo hacia su cuarta etapa. Los toficos concibieron un partido moderno, adaptado a la competencia y a la normativa democrática; uno que pudiera ser hegemónico incluso compitiendo en igualdad de condiciones con las otras fuerzas y en el marco de elecciones limpias y apegadas a derecho. El partido de la Solidaridad sería, en palabras del presidente, “el partido en el gobierno, no el partido-gobierno”. La resistencia del ala dura del PRI abortaría sus planes.

En el inicio de su administración, Enrique Peña Nieto tomó prestados muchos elementos de Salinas y Camacho; se imagino presidente de un Estado fuerte enfatizando el protagonismo de un grupo compacto y el sometimiento de los poderes fácticos. En cuanto a la modernización del PRI, empero, los leyó al revés. Durante el sexenio, el PRI no ha sido sino una máquina electoral ocupada en cumplir los compromisos políticos suscritos por su líder de facto. El primer priísta del país llegó al poder gracias al amasiato con el panismo, el cual le procuró una candidata a modo en retribución por el puñado de votos que, antes, invirtió en su hucha. Por su naturaleza concertacesionaria [sic, por Cervantes que debe estar revolcándose en alguna tumba] y por la desgracia de tener un Peña Nieto atado al cuello y por los escándalos que le hieren, éste PRI no es una fuerza electoral competitiva. Los procesos electorales de 2015 y 2016 comprobaron que es incapaz de ganar en solitario, que necesita del PVEM, del PANAL o del PT; en 2017, necesitará del PAN para retener el Estado de México, su feudo

—¡Cambiar para conservar! —insistiría Jesús Reyes Heroles aún si no hubiese oportunidad de conservar el poder.

En 2018, el PRI se jugará no la presidencia sino su supervivencia. La próxima desaparición y refundación del tricolor es imperativa e impostergable pero incierta en tanto ocurrirá, por primera vez, en tiempos de derrota.

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miércoles, 1 de marzo de 2017

Cambiar para sobrevivir Por Francisco Baeza

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 28 de febrero de 2017.

—Hay que aceptar el cambio y ceder lo que es imposible seguir manteniendo —dijo Edmund Burke, cuando comprendió que era imposible sostener el monopolio Whig. —Cambiar para conservar —dijo Jesús Reyes Heroles, cuando el PRI, lastrado por un cuarto de siglo de represión política e incertidumbre económica y lastimado por las fracturas internas y por una oposición creciente, enfrentó idéntico dilema. Cambiar (el partido) para conservar (el poder)…

El tricolor ha sido un partido en constante evolución —o lo fue, al menos—: el Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929-1938), el partido de partidos, trajo orden al caos revolucionario, reglamentando el acceso y el reparto del poder; el Partido de la Revolución Mexicana (PRM, 1938-1946) fortaleció sus sectores para dar paso al corporativismo como un eficientísimo sistema de control social; el Partido Revolucionario Institucional (PRI, desde 1946) institucionalizó las prácticas antidemocráticas que ligaron al partido con la voluntad del presidente de la República. Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís quisieron guiarlo hacia su cuarta etapa. Los toficos concibieron un partido moderno, adaptado a la competencia y a la normativa democrática; uno que pudiera ser hegemónico incluso compitiendo en igualdad de condiciones con las otras fuerzas y en el marco de elecciones limpias y apegadas a derecho. El partido de la Solidaridad sería, en palabras del presidente, “el partido en el gobierno, no el partido-gobierno”. La resistencia del ala dura del PRI abortaría sus planes.

En el inicio de su administración, Enrique Peña Nieto tomó prestados muchos elementos de Salinas y Camacho; se imagino presidente de un Estado fuerte enfatizando el protagonismo de un grupo compacto y el sometimiento de los poderes fácticos. En cuanto a la modernización del PRI, empero, los leyó al revés. Durante el sexenio, el PRI no ha sido sino una máquina electoral ocupada en cumplir los compromisos políticos suscritos por su líder de facto. El primer priísta del país llegó al poder gracias al amasiato con el panismo, el cual le procuró una candidata a modo en retribución por el puñado de votos que, antes, invirtió en su hucha. Por su naturaleza concertacesionaria [sic, por Cervantes que debe estar revolcándose en alguna tumba] y por la desgracia de tener un Peña Nieto atado al cuello y por los escándalos que le hieren, éste PRI no es una fuerza electoral competitiva. Los procesos electorales de 2015 y 2016 comprobaron que es incapaz de ganar en solitario, que necesita del PVEM, del PANAL o del PT; en 2017, necesitará del PAN para retener el Estado de México, su feudo

—¡Cambiar para conservar! —insistiría Jesús Reyes Heroles aún si no hubiese oportunidad de conservar el poder.

En 2018, el PRI se jugará no la presidencia sino su supervivencia. La próxima desaparición y refundación del tricolor es imperativa e impostergable pero incierta en tanto ocurrirá, por primera vez, en tiempos de derrota.

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