—Hubo un tiempo en el que podíamos estar
orgullosos de nuestro país. ¡Hoy, sentimos vergüenza! —se arrancó el hombrecillo
caricaturesco y vociferante que poco tenía que ver con la aristocracia que le
agasajaba. Enseguida sancionó, a la clase política “cuya decadencia y
corrupción arrastraron al país al abismo” y se solidarizó con “las clases
medias, desesperadas” y con “los cientos de miles de trabajadores que
perdieron sus trabajos y los cientos de miles de familias arruinadas”.
Algunos eneros después, en otra inauguración y en circunstancias sociales y
económicas no muy diferentes, otro recuperaría el espíritu de aquel discurso;
igualmente, evocaría a las viejas glorias nacionales, sancionaría a la clase
política, “ese pequeño grupo que ha cosechado los frutos del gobierno a
costa del pueblo”, y se solidarizaría con “la clase media, cuya riqueza ha sido
arrebatada” y con los “desempleados y sus familias”…
En su discurso de inauguración, el 20 de
enero, Donald Trump tomó prestados algunos elementos hitlerianos —y alguno del imaginario
de DC Comics—. El texto fue escrito, en parte, por Michael Anton, un
intelectual cuarentón y de bajo perfil cuya bibliografía casi puede resumirse en un puñado de
artículos publicados en septiembre bajo el pseudónimo de Publius Decius Mus, el nombre del general romano
que se inmoló en el transcurso de las guerras latinas, en el siglo IV a. C. De
la imaginación de Anton proviene el alala del
trumpisimo: America first! Ésta
perorata, dice el autor, se basa en una estrategia de menos migración,
menos comercio y menos guerra. Ésta fórmula conduciría a Estados Unidos a su
otra independencia, la de las responsabilidades que implica el ejercer el liderazgo
global; conllevaría, pues, al desconocimiento de los tratados que pudieran
minar el libre albedrío estadounidense. La salida de Estados Unidos del Acuerdo
Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), en enero, o la renegociación del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en proceso, responden a
la visión trumpista del globo.
America first significa divorciarse
definitivamente de Zbignew Brzezinski, arquitecto de la política exterior
estadounidense del último medio siglo. En su último ensayo, Toward a global realignment
(2016),
Brzezinski acepta, por fin, que Estados Unidos no es más “la potencia imperial
global”; aboga, entonces, por que, al menos, sea el primus inter pares del concierto de las naciones.
Para el experto, Estados Unidos debería ser, por obligación, un nodo
global, un punto por el que crucen todas las alianzas, no un participante
egoísta, ocasional del acontecer mundial. ¡Y, entonces, llega Trump y
manda al carajo la cooperación estratégica entre Norteamérica y Europa
occidental! El presidente-empresario propone un nuevo orden mundial en el que
no existan amigos ni enemigos, sino socios…
La Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) o el TPP o el TLCAN serían a Donald Trump lo
que el Tratado de Versalles o el Plan Young fueron a Adolf Hitler.
Ni Trump se esconde tras el muro
fronterizo, símbolo perfecto del proteccionismo estadounidense, ni Hitler lo
hizo tras la Siegfriedstellung. America first no apunta al aislacionismo sino al
unilateralismo en su versión más brutal.
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