Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 29 de agosto de 2017.
Andrés Manuel López Obrador tiene una
visión más amplia que la de nuestro amigo Sísifo —venido al caso siempre que hablamos sobre la búsqueda perseverante
o necia del poder—. Con su rostro estampado en el granito, el prohombre no vería
más que piedra; el tabasqueño, en cambio, mira la piedra sin perder de vista su
casa chica. La Ciudad de México, centro neurálgico del país, es la antesala de
la presidencia de la República y el pilar del proyecto lopezobradorista
presente y futuro. Electoralmente, la capital es la única plaza que no es
negociable: en su zona metropolitana duermen una tercera parte de los votantes
del tabasqueño, muchos de ellos organizados en las eficientísimas redes
clientelares que el tabasqueño (re)formó cuando fue jefe de gobierno.
No debe sorprendernos, pues, que
mediante a un ejercicio demoscópico de misteriosa metodología MORENA eligiera
como su coordinadora en la Ciudad de México a una incondicional de su dirigente
nacional. Por aquello de no incurrir en actos anticipados de campaña, en argot
lopezobradorista coordinadora es
sinónimo de candidata. La designación de Claudia Sheinbaum abre la
puerta grande a una nueva generación de políticos; más ciudadanos, menos
monreales o batreses. En el camino de la encuesta quedó Ricardo Monreal, el
segundo de mayor peso global dentro del monolito de MORENA. No le falta razón a
quien hubiera sido un candidato muy, muy vulnerable cuando exige a su
verticalísimo partido tantita democracia interna: —No es una osadía pedir
transparencia —argumenta el derrotado. —No es una osadía pedir que no haya
parcialidad.
En los próximos días, mediante un
ejercicio demoscópico de no menos sospechosa metodología, MORENA elegirá a su
candidato para Puebla, una plaza de especial interés por lo que representa en
el contexto nacional. Como en los otros escenarios en los que se renovará
gubernatura, López Obrador, gran elector, apostaría por el candidato que pueda
garantizar más votos a su proyecto
presidencial. En esa lógica, el tabasqueño preferiría al que cuente con
estructuras mejor trabajadas para ayudar a subsanar las deficiencias de la
estructura partidista. ¿Cómo, si no, movilizará a sus votantes
y defenderá sus casillas el día de la elección?
Con el paso de los días, no obstante, ha
ido cobrando fuerza la propuesta de una candidatura ciudadana en la persona de
Enrique Cárdenas. La participación en la encuesta del exrector de la UDLAP, un
tipo decente y libre de compromisos, refrescaría la política local luego de un
sexenio largo en el que la circulación de las élites ha sido bloqueada y
dotaría de confianza y credibilidad al proceso de selección de candidatos de
los carmines. Lo último saltó por los aires luego de que Cárdenas, falto de
oficio político, reconociera que fue el propio López Obrador —aconsejado,
sabemos, por Beatriz Gutiérrez Muller— quien le invitó a participar. Si la suya es otra grosera
imposición —¡ay, la falta de transparencia! ¡Ay, la parcialidad!—, deberá
apresurarse a tender puentes con los agraviados del dedazo y, si eso, estos
deberán cerrar filas en torno a él. Derrotar al monstruo morenovallista
requerirá forzosamente de la armonía entre el candidato y las estructuras…
Deje de empujar la piedra, amigo Sísifo,
y tómese unos minutos para contemplar el daño que ha provocado a su autoritario
paso:
Nunca, ninguna crítica a Andrés Manuel
López Obrador en lo que toca a su honestidad política había sido tan dura —y,
acaso, tan cierta— como la vertida por Ricardo Monreal. La unidad de MORENA
solo será posible en el marco de una democracia interna verdadera.
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