Alberto Jiménez Merino
Director
de la Comisión Nacional del Agua en Puebla
Cerca
de 32 millones de niños y jóvenes regresan a las aulas esta semana en México,
con grandes anhelos, ilusiones e incertidumbres, muy pocos con una meta clara
de lo que quieren lograr pero con una gran ilusión por parte de los padres por
apoyarlos para ser alguien en la vida.
Solo
tenemos una oportunidad para preparar a nuestros jóvenes para un futuro que
nadie puede predecir. Y qué es lo que estamos haciendo con esa única
oportunidad, se pregunta Stephen Covey, en su libro El Líder Interior.
Y,
“no hay un mejor regalo que podamos dar a la república que la educación de
nuestros jóvenes”, sentenció Marco Tulio Cicerón hace ya varios siglos.
No
obstante, y peses a tanto esfuerzo y recurso destinado a la educación, todavía
nos encontramos con que la pobreza y el deterioro ambiental son nuestros más
graves problemas sociales. La pobreza en la que se encuentran 64 de cada 100
mexicanos es muy lamentable, sin cambios esenciales en los últimos 25 años;
asimismo, 8 de cada 10 no han tenido educación financiera.
Temas
como la pérdida de la vegetación que rodeaba a las comunidades; el agotamiento
y la contaminación de los mantos acuíferos; los ríos de aguas residuales de los
pueblos; la pérdida del suelo y la fauna silvestre; y, más grave aún, la
pérdida de valores, ha provocado un aumento de la delincuencia así como el
quebranto de la convivencia social armónica lo cual amenaza el futuro de las
nuevas generaciones.
De
igual forma, el sobrepeso, la obesidad y sus consecuencias como la diabetes,
hipertensión e infartos tienen mucho que ver con la falta de una adecuada
educación alimentaria y nutricional.
Y,
no es la escuela la única responsable de resolver los problemas socioeconómicos
y ambientales descritos, lo es también la carencia de políticas públicas y la
falta de gobernantes con conocimiento y voluntad para atender las necesidades
más sentidas de la población.
Sin
embargo, la escuela tiene la responsabilidad de formar a los ciudadanos que
serán los líderes de las comunidades, aquellos que dirigirán el desarrollo de
sus pueblos. Por eso, la formación de líderes es la primera tarea aún pendiente
de la escuela. En esta última, se forman profesionistas con una gran carga informativa
pero muy poco formativa, con exceso de teoría y muy poca práctica, lo que hace
que desconozcan los problemas de sus propios territorios.
Por
ello, uno de los mayores problemas y tareas pendientes de la escuela es la incorporación
a los contenidos curriculares, las necesidades de las familias y los problemas
de las comunidades, es decir, se necesitan unas cosas, pero se enseñan otras
sin ninguna relación con lo que la gente hace y vive diariamente.
Si
se seca un manantial, buscamos otro; si se seca un pozo de agua, lo mismo; y,
si se acaban los árboles de un bosque o los animales silvestres, seguimos con
lo que aún queda, aunque esté más lejos.
Los
jóvenes están decidiendo su destino sin ningún conocimiento de sí mismos. Casi
nadie sabe en qué es bueno. Muchos están haciendo cosas por necesidad,
estudiando carreras que no eligieron por decisión, sin conocer en realidad sin
son buenos para eso.
Yo
estudié agronomía porque era mi única posibilidad de hacer una carrera gracias
a los apoyos económicos que Chapingo ofrece. Nunca supe para que era yo bueno.
Las
tareas pendientes de la escuela, que hoy me permito recordar que no se han
hecho o han sido insuficientes, son; incorporar la educación financiera, la
educación alimentaria y nutricional más allá de la prueba del frijolito germinado;
la educación ambiental, que no sea solo la importancia del árbol, el aire o la
descripción del ciclo hidrológico; necesitamos también que los futuros
ciudadanos conozcan los recursos naturales disponibles y su adecuado manejo.
Saber
a qué se dedican sus padres y cómo
pueden hacerlo mejor, cómo se alimentan, qué hacen ante la presencia de
sequías, de huracanes, de inundaciones, etc., ayuda mucho como parte de su
formación.
Pero,
si nada de esto es posible, solo enseñemos a nuestros niños y jóvenes a identificar en qué son buenos y orientarlos
a que se dediquen a eso. Ayúdemoslos a que fortalezcan su personalidad y
carácter, a desarrollar su capacidad para expresarse y que aprendan a escuchar,
de preferencia, desde los cinco años.
Y
si no tienen nada que enseñarles, díganles, con objetividad, lo que pueden
llegar a ser. Repítanselo seguido y recuérdenselo cada vez que alguno de nuestros niños o jóvenes logren
concluir un ciclo, especialmente cuando
terminen su carrera. Desde mi perspectiva, el discurso de graduación, en
alguna parte, debe incluir una orientación de lo que pueden llegar a ser.
John
Ruskin, escribió: No se trata de enseñar cosas que no sabían, se trata de formar
personas que no existían, y, esa es la intención.
Bienvenidos
al ciclo escolar 2017-2018.
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