Jaume Vicens i Vives
incluyó en Noticia de Catalunya (1954) una versión novedosa del cuento de Teseo
y el Minotauro: —El Minotauro es el poder —escribió. —Hay pueblos que están
familiarizados con él y otros que no saben lidiarlo. Éste último es el caso de
Catalunya. Desde 2015, Márius Carol ha dedicado muchos de sus editoriales en La
Vanguardia a ésta alegoría, al análisis de la relación entre el independentismo
catalán (Teseo) y el Minotauro (el Estado español). Hace un par de años dijo
sobre Artur Más algo que bien podríamos decir sobre Carles Puigdemont: —La movilización
popular (Ariadna) le empujó a adentrarse en el laberinto. No le ha dejado otra
salida que acabar con el monstruo.
Desde 2010, las
corridas de toros están prohibidas en Catalunya. Inexperto en el arte del maltrato animal, Puigdemont no supo
lidiar al Minotauro y éste le embistió; menospreció el poder del Estado
español tanto como sobrevaloró la fuerza de la protesta social que le empujaba
hacia adelante. El president se perdió en la ruta eslovena; confío en que la
protesta social o la transformación de ésta en una guerrilla urbana a la kaleborroka generaría
una respuesta violenta del Estado y ésta, a su vez, conduciría a un impasse igualmente
costoso para Catalunya, para España y para Europa que solo podría resolverse en
la mesa de negociaciones. Desde éste espacio advertíamos sobre la debilidad de
una estrategia basada en el ánimo de la calle. Nuevamente, fueron
los errores de Mariano Rajoy los que le dieron aire a los independentistas. Los
arrestos de Jordi Sánchez y de Jordi Cuixart, de cuyos “días de la
marmota carcelarios” da cuenta El Mundo, fueron una bombona
de oxígeno para un procés en tiempos de ahogamiento. Insuficiente, ante lo que se venía.
La aplicación del
Artículo 155 constitucional, propuesta por un Rajoy que de diálogo entiende
poco y avalada por un Felipe VI El Silbado que de democracia entiende menos, y
próximamente aprobada por un Senado en el que el PP disfruta de mayoría
absoluta, implicará la aniquilación de la autonomía catalana. La disolución del govern, el secuestro del parlament o el control del Estado sobre los Mossso d’Esquadra y sobre TVC supondrán un golpe de Estado contra una autoridad votada
y constituida legítimamente con el respaldo del 48% de los catalanes. Rajoy ha
entrado en el parlament al grito de ¡Quieto todo el mundo! y, para hacerlo más kafkiano, en un
barco de Piolín.
La “restauración del
orden constitucional”, leitmotiv de la trama golpista urdida entre La Moncloa y La Zarzuela, resuelve la
crisis hispano-catalana en el corto plazo y en lo político, pero la ahonda en
el mediano plazo y en lo social. La aplicación del Artículo 155 será
contraproducente a lo que proponen los promotores de la convivencia; alejará
más a Catalunya de España, a los catalanes de los españoles. ¡La fractura
social será gravísima! Rajoy ha prometido convocar a elecciones en Catalunya en
un plazo no mayor a seis meses supeditado, en sus palabras, a que haya
“normalidad institucional”, una expresión ambigua que añade incertidumbre en
cuanto a los tiempos. ¿Qué pasaría si, llegado ese día, volvieran a ganar los
independentistas? ¿Aplicaría el 155 una y otra vez hasta que perdieran?…
Cuenta la leyenda que
Teseo mató al Minotauro a puñetazos. El héroe habría sido tremendamente fuerte
para matar a mano limpia a tremendo monstruo. O, acaso, como sugieren otras
versiones, su fuerza estuviera en las armas que le obsequió la incondicional
Ariadna.
Sin un hilo congruente
entre el govern y la protesta social, Carles Puigdemont se extravió en su laberinto. Los
poderes formales del Estado, implacables, lo aplastaron.
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