Las campañas en Puebla han tocado a su fin de manera
prematura. Dos hechos han contribuido a su acortamiento. En primer lugar, la
coincidencia del proceso electoral con el mundial de fútbol, algo que ocurre
cada 12 años. Agotados los debates presidenciales y otorgando las encuestas al
puntero una ventaja que parece insalvable, en cuanto el balón mundialista
comenzó a rodar la atención del país se centró en los once de verde que corren
tras de él. En segundo lugar, el cierre de campaña local de Andrés Manuel López
Obrador, el 23 de junio. La primera visita del Midas electoral a la capital del
estado opacará cualquier actividad política posterior, tanto de la aberrante
coalición MORENA-PT-PES, obligada a exprimirle hasta la última gota de capital
político al evento, como de la no más natural alianza PAN-PRD-MC, incapaz de
realizar un cierre semejante.
En los 60 días cortos que ha durado, la campaña en
Puebla ha probado ser una guerra asimétrica. En un contexto bélico, según la
definición de Andrew J. R. Macks, en Why big nations lose small wars? (1975), porasimetría se
entiende que entre las fuerzas en combate “existe una disparidad significativa
en poder”, es decir, un abismo entre una y otra en cuanto a su capacidad
militar, ejército, armamento, economía, propaganda. Por esquematizar, la
campaña de Puebla se trata del enfrentamiento, más o menos en serio, entre un
Rafael Moreno Valle que se lo juega todo y que tiene a su disposición el
aparato del Estado y sus inagotables recursos humanos y materiales, los
programas sociales, los organismos electorales, los partidos políticos, los medios
de comunicación suscriptores del tripack contra un
lopezobradorismo heterogéneo, más numeroso y más voluntarioso pero malamente
organizado y pobremente pertrechado.
La asimetría se ha reflejado claramente en la elección
a la presidencia municipal de Puebla. Como botón de muestra, lo ocurrido el 9
de junio en la U. H. Agua Santa. Ese día coincidieron los eventos de los
Rivera, de Eduardo y de Claudia —sin parentesco—. Él organizó un recorrido por
la colonia acompañado por doscientos brigadistas, pagados, por supuesto; en el
camino repartió toda suerte de enseres, camisetas, bolsas, delantales,
tortilleros —las malas lenguas asegurarán sin aportar ninguna prueba que,
además, repartió dinero—; ella, por su parte, organizó un mitin en la explanada
al que acudieron ochocientos vecinos, además de dos docenas de colaboradores;
ahí los esperaba un payaso repartiendo globos —las lenguas mal informadas
llamarán “feria” a un solitario inflable y a una comilona de chalupas—. Para un
observador ingenuo el evento de Claudia habría sido superior, pues habría
“tocado los corazones” de los poblanos; para un observador más experimentado,
al contrario, el de Eduardo habría significado una manifestación de músculo
calculada para arruinarle la mañana a la de enfrente. Un testigo lo resumió
magníficamente: —Si estos cuates[, los panistas,] se gastan $40 mil un sábado,
¡cuánto se gastarán el día de la elección!
Vista desde afuera, la campaña en Puebla capital ha
rayado en lo mundano, careciendo de imaginación y de creatividad; no han
habido, ni cabe ya esperarlos a última hora como un grandioso Deus ex
machinaque nos rescate del aburrimiento, golpes de efecto que atraigan la
atención del gran público. Cuando no queda más que hacer que esperar a que
llegue el 1 de julio, las encuestas colocan a ambos, a Eduardo y a Claudia, en
empate técnico. Lo romperá la maquinaria morenovallista, especializada en la
movilización y en la ¿defensa? del voto, o la ola de López Obrador, cuyos
alcances son insospechados. Probablemente, ocurra lo primero. Se escucha un
runrún de elección de Estado, de fraude electoral: —Estamos seguros que en unas
elecciones limpias ganaríamos, pero éstas no serán unas elecciones limpias
—aseguraba Luis Miguel Barbosa, en febrero—. Lo de Puebla
empieza a parecerse mucho a lo del Estado de México…
Trastocando la agenda de todos, Andrés Manuel López
Obrador cerrará la campaña en Puebla en la muy morenovallista Plaza de la
Victoria cívica. ¿A quién hay que pedirle permiso para realizar un acto
político en tan emblemático escenario?
¡Mejor en el periférico, Andrés Manuel!
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