viernes, 12 de octubre de 2018

El metro (Dave Malto)


La película no fue lo que él esperaba, sin embargo, salió contento porque nunca antes había
estado en la Cineteca Nacional, le sorprendió y le encantó el ambiente, el edificio, la tarde y
aunque tenía ganas de más películas, tuvo que renunciar e irse porque la lluvia era impetuosa y la
oscuridad de la noche se apoderaba de la tarde.

Del camino al metro Coyoacán sólo recuerda sus pies avanzando entre charcos y pavimento
mojado, la lluvia le impedía levantar la mirada para ver al frente. Llegó con la ropa embebida de
agua, pero sin frío en la piel y a toparse con la grandiosa sorpresa de una incontable multitud
dentro de la estación, los pasillos atascados daban la impresión de que harían caer a las vías a
quienes estaban al filo del pasillo; eran ya las ocho con cuarenta y cinco minutos y los dos trenes
que ya habían pasado parecían latas de sardinas, iban tan saturados de gente que aunque no
quisiera tuvo que esperar.

Para el octavo tren al que no pudo subir Dilan ya estaba cansado, algo desesperado y un tanto
malhumorado, no obstante, hizo acopio de su paciencia para mantenerse de pie, poco a poco se
fue abriendo paso entre la gente hasta llegar al filo del anden, viendo incansablemente las vías y
regularmente volteando hacia el fondo del túnel, esperando que en el siguiente pudiera subirse al
fin.

Todo mundo sabe que el último vagón de cada tren, es donde los hombres se reúnen, algunos
para manosear, otros para dar el tan conocido arrimón, unos, los más ingenuos, para ligarse al
amor de su vida y otros sólo para ver; en horas pico el sexo es infaltable y lo de menos es que a
alguien de a lado, enfrente o detrás de uno le de por masturbarte o acariciarte las nalgas
descaradamente y sin pudor, como sabiendo que nada le dirás porque como él, tú estás ahí para
lo mismo.

A pesar de ello, Dilan no se fue al final del anden para tales acciones, sino más bien por
costumbre y porque se siente más cómodo entre gays, aunque a veces puedan barrerlo con la
mirada de arriba abajo, prefiere esas miradas ya sea de lujuria o de soberbia, que las de hombres
machistas y peleoneros.

La hora no importaba ya, para ese momento Dilan había perdido la noción del tiempo que llevaba
ahí parado, esperando poder subirse a un tren, pero quizá fue para el décimo octavo tren que se
percató de esa persona. Parecía un chico más que se iba al final del anden para encontrarse con
los suyos, y bueno, el hecho de que disimuladamente comenzara a repegarsele, fue lo que lo
evidenció.

Muchos trenes después, finalmente pudieron subir, Dilan buscó quedar muy cerca del chico en
cuestión y la cosa se comenzó a poner más interesante, primero, fue la respiración, el tren iba tan
lleno que inevitablemente sintió la respiración de su ligue en la mejilla, lo tenía de frente y el resto
de su cuerpo literalmente adherido al suyo, todos los demás no importaron en ese momento, su
prioridad fue ese agradable y simpático chico que se le ofrecía disimuladamente.

En cada estación el apretujamiento era mayor, aunque sólo podían subir uno o cuando más dos
personas al vagón, el problema es que nadie salía y el sudor empapaba el cuerpo entero de todos
a su alrededor, aquello fue literalmente un sauna de hombres que desinhibidamente se
manoseaban, se restregaban sus miembros unos contra otros y que estaban ahí precisamente
para tales efectos, en cambio Dilan lejos de agradecerlo, lo sufrió, quizá porque no estaba
acostumbrado a eso, quizá porque es una persona un poco especial para el contacto físico o tal
vez porque lo que menos quería era ser ultrajado y casi violado en un metro.

El caso es que cuando llegaron a Balderas, Dilan ya tenía prensado de sí a un chico del que no
sabía nada; la cosa fue muy sencilla, entre el apretamiento y el poco flujo de personas en el
vagón, cuando quedaron completamente de frente, sin mayor preámbulo se besaron, y el hasta
entonces incógnito, tocaba con beneplácito y descaro el miembro erecto de Dilan; la conversación
comenzó en la estación Hidalgo:

–Hola

–Hola – Respondió Dilan entre una sonrisa lasciva.

–¿A dónde te bajas?

–En Guerrero ¿y tú?

–O sea en la que sigue.

–Sí, de hecho.

–Yo bajaba aquí en Hidalgo.

–Ah ok, aunque se supone que bajo en la siguiente, como tú, yo no creo que pueda salir de aquí.

–Sí, yo también lo dudo – Después de eso siguieron besándose y no repararon en el recorrido.

Fue Potrero la estación donde pudieron salir, casi escupidos de aquel horno de personas,
excitadas y sudorosas que se daban placer unos a otros; para Dilan y su acompañante no fue la
excepción, sin embargo, procuraron durante todo el recorrido que esos enseres fueran únicamente
entre ellos.

Ambos tenían el celular sin batería y ninguno puede decir a ciencia cierta cuanto tiempo se la
pasaron entre fajes, besos, caricias, risitas y coqueteos, recargados en una de las paredes de la
estación en la que bajaron del tren, no obstante, tenían que regresar porque de lo contrario uno se
quedaría sin transporte y el otro no tendría muchas horas de sueño, intercambiaron por escrito en
un papel, sus números telefónicos y tomaron un metro de regreso.

Por fin, de regreso en la estación Guerrero y saliendo del vagón ya casi vacío, recapacitó para sí
mismo recordando que en casa lo esperaba Pedro, su novio, tuvo la sensación de quererse
arrepentir por lo que acababa de permitir, pero no sentía realmente ánimos de eso, sino por el
contrario se sentía muy contento y decidió, por obvias razones, omitir esa parte con su pareja,
nunca le llamó a su ligue ni recibió mensajes o llamadas de él, por lo que la anécdota decidió
guardarla sólo para él y recordarla como una aventura rica y maravillosa que posiblemente nunca
más repita y de la que difícilmente se arrepentirá.

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viernes, 12 de octubre de 2018

El metro (Dave Malto)


La película no fue lo que él esperaba, sin embargo, salió contento porque nunca antes había
estado en la Cineteca Nacional, le sorprendió y le encantó el ambiente, el edificio, la tarde y
aunque tenía ganas de más películas, tuvo que renunciar e irse porque la lluvia era impetuosa y la
oscuridad de la noche se apoderaba de la tarde.

Del camino al metro Coyoacán sólo recuerda sus pies avanzando entre charcos y pavimento
mojado, la lluvia le impedía levantar la mirada para ver al frente. Llegó con la ropa embebida de
agua, pero sin frío en la piel y a toparse con la grandiosa sorpresa de una incontable multitud
dentro de la estación, los pasillos atascados daban la impresión de que harían caer a las vías a
quienes estaban al filo del pasillo; eran ya las ocho con cuarenta y cinco minutos y los dos trenes
que ya habían pasado parecían latas de sardinas, iban tan saturados de gente que aunque no
quisiera tuvo que esperar.

Para el octavo tren al que no pudo subir Dilan ya estaba cansado, algo desesperado y un tanto
malhumorado, no obstante, hizo acopio de su paciencia para mantenerse de pie, poco a poco se
fue abriendo paso entre la gente hasta llegar al filo del anden, viendo incansablemente las vías y
regularmente volteando hacia el fondo del túnel, esperando que en el siguiente pudiera subirse al
fin.

Todo mundo sabe que el último vagón de cada tren, es donde los hombres se reúnen, algunos
para manosear, otros para dar el tan conocido arrimón, unos, los más ingenuos, para ligarse al
amor de su vida y otros sólo para ver; en horas pico el sexo es infaltable y lo de menos es que a
alguien de a lado, enfrente o detrás de uno le de por masturbarte o acariciarte las nalgas
descaradamente y sin pudor, como sabiendo que nada le dirás porque como él, tú estás ahí para
lo mismo.

A pesar de ello, Dilan no se fue al final del anden para tales acciones, sino más bien por
costumbre y porque se siente más cómodo entre gays, aunque a veces puedan barrerlo con la
mirada de arriba abajo, prefiere esas miradas ya sea de lujuria o de soberbia, que las de hombres
machistas y peleoneros.

La hora no importaba ya, para ese momento Dilan había perdido la noción del tiempo que llevaba
ahí parado, esperando poder subirse a un tren, pero quizá fue para el décimo octavo tren que se
percató de esa persona. Parecía un chico más que se iba al final del anden para encontrarse con
los suyos, y bueno, el hecho de que disimuladamente comenzara a repegarsele, fue lo que lo
evidenció.

Muchos trenes después, finalmente pudieron subir, Dilan buscó quedar muy cerca del chico en
cuestión y la cosa se comenzó a poner más interesante, primero, fue la respiración, el tren iba tan
lleno que inevitablemente sintió la respiración de su ligue en la mejilla, lo tenía de frente y el resto
de su cuerpo literalmente adherido al suyo, todos los demás no importaron en ese momento, su
prioridad fue ese agradable y simpático chico que se le ofrecía disimuladamente.

En cada estación el apretujamiento era mayor, aunque sólo podían subir uno o cuando más dos
personas al vagón, el problema es que nadie salía y el sudor empapaba el cuerpo entero de todos
a su alrededor, aquello fue literalmente un sauna de hombres que desinhibidamente se
manoseaban, se restregaban sus miembros unos contra otros y que estaban ahí precisamente
para tales efectos, en cambio Dilan lejos de agradecerlo, lo sufrió, quizá porque no estaba
acostumbrado a eso, quizá porque es una persona un poco especial para el contacto físico o tal
vez porque lo que menos quería era ser ultrajado y casi violado en un metro.

El caso es que cuando llegaron a Balderas, Dilan ya tenía prensado de sí a un chico del que no
sabía nada; la cosa fue muy sencilla, entre el apretamiento y el poco flujo de personas en el
vagón, cuando quedaron completamente de frente, sin mayor preámbulo se besaron, y el hasta
entonces incógnito, tocaba con beneplácito y descaro el miembro erecto de Dilan; la conversación
comenzó en la estación Hidalgo:

–Hola

–Hola – Respondió Dilan entre una sonrisa lasciva.

–¿A dónde te bajas?

–En Guerrero ¿y tú?

–O sea en la que sigue.

–Sí, de hecho.

–Yo bajaba aquí en Hidalgo.

–Ah ok, aunque se supone que bajo en la siguiente, como tú, yo no creo que pueda salir de aquí.

–Sí, yo también lo dudo – Después de eso siguieron besándose y no repararon en el recorrido.

Fue Potrero la estación donde pudieron salir, casi escupidos de aquel horno de personas,
excitadas y sudorosas que se daban placer unos a otros; para Dilan y su acompañante no fue la
excepción, sin embargo, procuraron durante todo el recorrido que esos enseres fueran únicamente
entre ellos.

Ambos tenían el celular sin batería y ninguno puede decir a ciencia cierta cuanto tiempo se la
pasaron entre fajes, besos, caricias, risitas y coqueteos, recargados en una de las paredes de la
estación en la que bajaron del tren, no obstante, tenían que regresar porque de lo contrario uno se
quedaría sin transporte y el otro no tendría muchas horas de sueño, intercambiaron por escrito en
un papel, sus números telefónicos y tomaron un metro de regreso.

Por fin, de regreso en la estación Guerrero y saliendo del vagón ya casi vacío, recapacitó para sí
mismo recordando que en casa lo esperaba Pedro, su novio, tuvo la sensación de quererse
arrepentir por lo que acababa de permitir, pero no sentía realmente ánimos de eso, sino por el
contrario se sentía muy contento y decidió, por obvias razones, omitir esa parte con su pareja,
nunca le llamó a su ligue ni recibió mensajes o llamadas de él, por lo que la anécdota decidió
guardarla sólo para él y recordarla como una aventura rica y maravillosa que posiblemente nunca
más repita y de la que difícilmente se arrepentirá.

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