HALO DE ESPERANZA EN EL PODER JUDICIAL POBLANO
Desde el ya lejano año de 1993, cuando ingresé al servicio público, existía una regla no escrita: cada titular del Ejecutivo influía en la designación de quien presidiera —en ese entonces— el Tribunal Superior de Justicia del Estado.
Así, don Manuel Bartlett apoyó al doctor Fernando García
Rosas —quien ya había sido Procurador y Diputado— para llegar a la oficina
principal del ex hospicio de San Pantaleón, ubicado en la 5 Oriente número 9
del Centro Histórico de la capital poblana, inmueble que en 1867 fue donado por
el presidente Benito Juárez para fungir como sede del Poder Judicial.
Posteriormente, ocurrió lo mismo con Melquiades Morales
Flores, quien impulsó al maestro Guillermo Pacheco Pulido para ocupar dicho
cargo. Mario Marín repitió el patrón: primero mantuvo en la titularidad del
Poder Judicial a Pacheco Pulido durante el escándalo de Lydia Cacho y, más
tarde, apoyó con empeño a León Dumit Espinal para encabezar el máximo tribunal
de justicia en la entidad.
Con la llegada del morenovallismo, y mediante un pacto entre
Fernando Manzanilla —entonces Secretario de Gobernación Estatal— y la mafia de
magistrados que durante décadas dominó la Judicatura local, fue nombrado por
dos años David López Muñoz. Éste, por cierto, jubiló a la fuerza a todos los integrantes
de esa misma mafia, a la que él mismo pertenecía, transfiriendo el control a
sus sucesores. Poco después fue sustituido por Roberto Flores Toledano.
Bajo el gobierno de Tony Gali, llegó Héctor Sánchez Sánchez
a la presidencia del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo de la
Judicatura Local, aunque su destino era entregar el cargo —por órdenes de
Moreno Valle— a Jorge Benito Cruz Bermúdez en febrero de 2019. La muerte se
interpuso y esa transferencia de mando nunca se concretó. Con la llegada de
Miguel Barbosa, Héctor Sánchez permaneció en la posición hasta que, mediante
una reforma constitucional, se separó la presidencia del Tribunal de la del
Consejo de la Judicatura, convirtiéndose la primera en una figura meramente
decorativa.
A la Judicatura llegó Carlos Palafox Galeana, ex Consejero
Jurídico de Barbosa, quien se dedicó a violar sistemáticamente la Ley de
Disciplina Financiera, arrastrando a la institución a una de sus peores crisis.
Muchos trabajadores, azuzados por la mafia judicial, se manifestaron por la
falta de pago de sus sueldos. Casos como el del juzgado de Acatlán fueron
alarmantes: empleados honestos, eficientes y dedicados no cobraban su salario
desde hacía ocho meses debido al desorden administrativo del Consejo.
La historia volvió a torcerse con la repentina designación
de Sergio Salomón Céspedes Peregrina como gobernador sustituto. Él eligió a
José Eduardo Hernández Sánchez para encabezar la Judicatura, “por su perfil
administrativo”, como lo confesó públicamente en una comida con juezas y jueces
en Casa Puebla.
Con la llegada del armentismo, más de uno supuso que habría
relevo en la Judicatura poblana, sobre todo considerando que Hernández Sánchez
llegó al cargo por recomendación expresa de la morenovallista —hoy investigada
por la Fiscalía— Patricia Leal Islas, además de haber sido subordinado de Eukid
Castañón Herrera y de haberse manifestado públicamente por opciones políticas
distintas al actual gobernador constitucional.
Sin embargo, el doctor Alejandro Armenta ha actuado como
ningún otro gobernador en la historia de Puebla: respetando a cabalidad el
principio constitucional de división de poderes y evitando la tentación, en la
que sí cayeron sus predecesores, de imponer a alguien al frente de la
Judicatura. Con ello, demuestra vocación democrática y respeto pleno a la ley,
materializando en los hechos su frase de que los gobernantes no son soberanos
ni virreyes, sino simples servidores del pueblo que los eligió.
Hoy, la coyuntura histórica exige un cambio en la titularidad
del Poder Judicial, dada la inminente entrada en vigor del nuevo Código
Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares. Este ordenamiento establece a
la oralidad como eje rector de los juicios y demanda especialización para
quienes intervienen en asuntos que involucran a menores de edad.
Y, por si fuera poco, debe prepararse la transición para que
—por primera vez en la historia— el primer domingo de junio de 2027 sean
electos en las urnas magistrados, jueces y los integrantes del nuevo Tribunal de
Disciplina Judicial, que sustituirá al inoperante Consejo de la Judicatura
Local. En los corrillos judiciales se espera que estos movimientos ocurran, a
más tardar, en enero de 2026.
Deseamos que la designación de la nueva o el nuevo titular
del Consejo recaiga en alguien con madurez, experiencia, carrera judicial
probada y conocimiento de lo que significa el apostolado de impartir justicia
con recursos escasos, ante un aparato administrativo obeso e ineficaz como el
del Consejo de la Judicatura, plagado de direcciones y organismos inútiles.
Ahora será la propia Judicatura la que decida su futuro,
bajo el respeto irrestricto del Ejecutivo estatal a su ámbito de acción.
 

 
 






 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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