jueves, 9 de octubre de 2014

Días de radio Por Octavio Islas




Esta semana, el Centro Nacional de las Artes, en la Ciudad de México, fue la principal sede de la décima edición de la Bienal Internacional de Radio, cuyo título general fue “Agenda Digital y Narrativas Transmedia”. La primera Bienal –Latinoamericana- de Radio fue celebrada en 1996.

El programa de actividades de la Bienal, cuya organización corrió a cargo de Antonio Tenorio, director de Radio Educación, e Hilda Saray, funcionaria de la citada emisora pública, comprendió mesas redondas, conversatorios, conferencias magistrales, el segundo coloquio Miguel Ángel Granados Chapa, talleres y un extenso programa cultural, tanto en la sede principal como en 16 ciudades del interior de la República: Acapulco, Campeche, Ciudad del Carmen, Cuernavaca, Chilpancingo, Ensenada, Guadalajara, Mexicali, Oaxaca, Taxco, Toluca, Torreón, Tuxtla Gutiérrez, Xalapa y Zacatecas. Además en el marco de la Bienal fue celebrado el Segundo Encuentro de Radios Públicas de Centroamérica y de México.

El objetivo de esta Bienal fue: “considerar las plataformas mediáticas, cibernéticas, telemáticas más contemporáneas y la forma en que establecen contacto con la radio como soporte y como ambiente de conocimiento y como estas prácticas modulan e incluso, definen los procesos de pensamiento y aprendizaje”.

A pesar de haber transitado a lo digital, la radio enfrenta una prematura y acelerada obsolescencia. La radio –sentencio el maestro Enrique Atonal- “hoy es un medio viejo”. Ni siquiera la mitad de las personas que cuentan con un aparato de radio escuchan radio. Quizá la radio termine siendo asimilada completamente por Internet. Por supuesto resultaría deseable su plena incorporación en los teléfonos inteligentes. Quizá de ello dependa su supervivencia.

Con base en la termodinámica, Marshall McLuhan distinguió entre medios fríos y medios calientes. La radio es un medio caliente debido a su alta definición y a que la audiencia no la complementa tanto como a otros medios. En cambio los medios fríos son de baja definición y la audiencia debe completarlos.

McLuhan designó a la radio como “tambor tribal”, destacando que el efecto de la radio en el hombre alfabetizado o visual consiste en despertar de nuevo sus memorias tribales. Por ende, la radio afecta a la gente de manera muy íntima. La radio no es solamente un poderoso despertador de recuerdos, también es una fuerza centralizadora y pluralista.

En el libro Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, cuya primera edición data de 1964, hace 50 años, Marshall McLuhan anticipó la convergencia mediática, designándola como “concentricidad”. La concentricidad –señaló McLuhan-: “con su infinita intersección de planos, es necesaria para la comprensión intuitiva (…) ya que ningún medio existe a solas, sino solamente en interacción constante con otros medios”.

De acuerdo con Henry Jenkins, autor del libro Convergence Culture, la cultura de la convergencia representa un cambio en nuestros modos de pensar sobre nuestras relaciones con los medios. La convergencia –sostiene Jenkins- “es el “flujo de contenido a través de múltiples plataformas mediáticas, la cooperación entre múltiples industrias mediáticas y el comportamiento migratorio de las audiencias mediáticas, dispuesta a ir a cualquier parte en busca del tipo deseado de experiencias de entretenimiento”.

La convergencia definitivamente altera la relación entre las tecnologías existentes, las industrias, los mercados, los géneros y los públicos. Por supuesto la radio ha resentido las transformaciones impuestas por la convergencia mediática.

El iPod efectivamente revolucionó la industria músical. Sin embargo, plataformas como Spotify –especie de Napster legalizado- decretaron la obsolescencia del iPod, aún cuando es posible sincronizarlo con Spotify.

Spotify podría proyectarse como una auténtica fonoteca universal, agudizando la crisis que sin duda alguna vive la radio en nuestros días. 





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jueves, 9 de octubre de 2014

Días de radio Por Octavio Islas




Esta semana, el Centro Nacional de las Artes, en la Ciudad de México, fue la principal sede de la décima edición de la Bienal Internacional de Radio, cuyo título general fue “Agenda Digital y Narrativas Transmedia”. La primera Bienal –Latinoamericana- de Radio fue celebrada en 1996.

El programa de actividades de la Bienal, cuya organización corrió a cargo de Antonio Tenorio, director de Radio Educación, e Hilda Saray, funcionaria de la citada emisora pública, comprendió mesas redondas, conversatorios, conferencias magistrales, el segundo coloquio Miguel Ángel Granados Chapa, talleres y un extenso programa cultural, tanto en la sede principal como en 16 ciudades del interior de la República: Acapulco, Campeche, Ciudad del Carmen, Cuernavaca, Chilpancingo, Ensenada, Guadalajara, Mexicali, Oaxaca, Taxco, Toluca, Torreón, Tuxtla Gutiérrez, Xalapa y Zacatecas. Además en el marco de la Bienal fue celebrado el Segundo Encuentro de Radios Públicas de Centroamérica y de México.

El objetivo de esta Bienal fue: “considerar las plataformas mediáticas, cibernéticas, telemáticas más contemporáneas y la forma en que establecen contacto con la radio como soporte y como ambiente de conocimiento y como estas prácticas modulan e incluso, definen los procesos de pensamiento y aprendizaje”.

A pesar de haber transitado a lo digital, la radio enfrenta una prematura y acelerada obsolescencia. La radio –sentencio el maestro Enrique Atonal- “hoy es un medio viejo”. Ni siquiera la mitad de las personas que cuentan con un aparato de radio escuchan radio. Quizá la radio termine siendo asimilada completamente por Internet. Por supuesto resultaría deseable su plena incorporación en los teléfonos inteligentes. Quizá de ello dependa su supervivencia.

Con base en la termodinámica, Marshall McLuhan distinguió entre medios fríos y medios calientes. La radio es un medio caliente debido a su alta definición y a que la audiencia no la complementa tanto como a otros medios. En cambio los medios fríos son de baja definición y la audiencia debe completarlos.

McLuhan designó a la radio como “tambor tribal”, destacando que el efecto de la radio en el hombre alfabetizado o visual consiste en despertar de nuevo sus memorias tribales. Por ende, la radio afecta a la gente de manera muy íntima. La radio no es solamente un poderoso despertador de recuerdos, también es una fuerza centralizadora y pluralista.

En el libro Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, cuya primera edición data de 1964, hace 50 años, Marshall McLuhan anticipó la convergencia mediática, designándola como “concentricidad”. La concentricidad –señaló McLuhan-: “con su infinita intersección de planos, es necesaria para la comprensión intuitiva (…) ya que ningún medio existe a solas, sino solamente en interacción constante con otros medios”.

De acuerdo con Henry Jenkins, autor del libro Convergence Culture, la cultura de la convergencia representa un cambio en nuestros modos de pensar sobre nuestras relaciones con los medios. La convergencia –sostiene Jenkins- “es el “flujo de contenido a través de múltiples plataformas mediáticas, la cooperación entre múltiples industrias mediáticas y el comportamiento migratorio de las audiencias mediáticas, dispuesta a ir a cualquier parte en busca del tipo deseado de experiencias de entretenimiento”.

La convergencia definitivamente altera la relación entre las tecnologías existentes, las industrias, los mercados, los géneros y los públicos. Por supuesto la radio ha resentido las transformaciones impuestas por la convergencia mediática.

El iPod efectivamente revolucionó la industria músical. Sin embargo, plataformas como Spotify –especie de Napster legalizado- decretaron la obsolescencia del iPod, aún cuando es posible sincronizarlo con Spotify.

Spotify podría proyectarse como una auténtica fonoteca universal, agudizando la crisis que sin duda alguna vive la radio en nuestros días. 





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