martes, 7 de junio de 2016

Camacho, al revés. Por Francisco Baeza


 [@paco_baeza_]

El 5 de junio se cumplió un año del fallecimiento de Manuel Camacho Solís, una mente brillante; un político demócrata, dialogante y conciliador.

Camacho vivió obsesionado con la estabilidad política y la construcción de un Estado fuerte. En El Poder: Estado o feudos políticos (El Colegio de México, 1974), teorizó sobre la consolidación del Estado a partir del sometimiento de los poderes fácticos…

 En 2012, Enrique Peña Nieto imaginó un Estado fuerte según las dos máximas camachistas: 1. La necesidad de crear un grupo compacto “capaz de cohesionar las acciones políticas del Estado de acuerdo con una línea política fundamental” y 2. El sometimiento de los poderes fácticos. Siguió, pues, los pasos del máximo exponente del camachismo, Carlos Salinas de Gortari: el grupo Atlacomulco-Hidalgo y Elba Esther Gordillo son a uno lo que los Toficos y Joaquín Hernández Galicia, La Quina, fueron al otro. Tomando otra página del libro de Camacho, el mexiquense propuso una nueva fórmula para mantener unida a la clase política en un tiempo de incertidumbre en el que la amenaza indefinida del populismo y la demagogia parece muy urgente, el Pacto por México. 

Pronto, sin embargo, la lectura se torció; vacilante y reprobado por la opinión pública, Peña Nieto debió leer a Camacho, al revés:

El desafío de la CNTE a la reforma estrella de la administración, la educativa; el fracaso de la estrategia de seguridad, ejemplificada en la fuga de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y en lo ocurrido en Ayotzinapa, Apatzingán o Tlatlaya; y la crisis económica, acentuada por el fortalecimiento del valor del dólar y la caída en los precios del petróleo, han deshecho el espejismo del Estado fuerte peñista.

Mediado el sexenio, el presidente se ha encontrado con un Estado débil y con la necesidad de garantizar el consenso político poniéndose en manos de algunos de los poderes fácticos que, antes, quiso doblegar. La llegada al CEN del PRI del correcto y disciplinado, pero opuesto, Manlio Fabio Beltrones abrió un nuevo tiempo en el que fuerzas ajenas al Estado participan activamente para garantizar la estabilidad política y guiar al país hacia una transición à la Camacho, ordenada, sin ruptura…

El domingo, los mexicanos elegimos a una docena de gobernadores. La violencia partidista que caracterizó a éste proceso electoral respondió a la naturaleza darwiniana de los organismos políticos. Los más fuertes quedaron en posición ventajosa de cara a las elecciones generales de 2018.

En la década de 1970, cuando Camacho escribió sus ensayos, los poderes regionales, los gobernadores, tenían una importancia estratégica secundaria en tanto podían controlar sus procesos sucesorios sin retar a un gobierno central que hacía lo mismo. Hoy, habiendo piso parejo entre oficialismo y oposición, los gobernadores, algunos más que otros, han tenido que asumir actitudes caciquiles para asegurar que sus grupos políticos conserven el poder; ¡a veces, en abierto desafío al Estado de derecho!

Uno de los pilares sobre los que se sostiene el régimen y al que se le perdona cualquier exceso es el muy peñista Rafael Moreno Valle. El gobernador de Puebla debió reinventarse luego de la caída en desgracia de su maestra, Gordillo; hoy, presume una influencia política incalculable.

En Puebla, Peña Nieto prefirió cuidar su amistad con Moreno Valle a hacer un intento real por recuperar el estado:

 El triunfo incontrovertible de José Antonio Gali sobre una Blanca Alcalá abandonada a su suerte (12% de diferencia, 210,000 votos), aunque deslucido por una participación bajísima que lastima su votación efectiva (<20%), y la victoria de Miguel Ángel Yunes, en Veracruz, confirman al poblano como un poder regional importante y como un aliado imprescindible para enfrentar una transición incierta.



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martes, 7 de junio de 2016

Camacho, al revés. Por Francisco Baeza


 [@paco_baeza_]

El 5 de junio se cumplió un año del fallecimiento de Manuel Camacho Solís, una mente brillante; un político demócrata, dialogante y conciliador.

Camacho vivió obsesionado con la estabilidad política y la construcción de un Estado fuerte. En El Poder: Estado o feudos políticos (El Colegio de México, 1974), teorizó sobre la consolidación del Estado a partir del sometimiento de los poderes fácticos…

 En 2012, Enrique Peña Nieto imaginó un Estado fuerte según las dos máximas camachistas: 1. La necesidad de crear un grupo compacto “capaz de cohesionar las acciones políticas del Estado de acuerdo con una línea política fundamental” y 2. El sometimiento de los poderes fácticos. Siguió, pues, los pasos del máximo exponente del camachismo, Carlos Salinas de Gortari: el grupo Atlacomulco-Hidalgo y Elba Esther Gordillo son a uno lo que los Toficos y Joaquín Hernández Galicia, La Quina, fueron al otro. Tomando otra página del libro de Camacho, el mexiquense propuso una nueva fórmula para mantener unida a la clase política en un tiempo de incertidumbre en el que la amenaza indefinida del populismo y la demagogia parece muy urgente, el Pacto por México. 

Pronto, sin embargo, la lectura se torció; vacilante y reprobado por la opinión pública, Peña Nieto debió leer a Camacho, al revés:

El desafío de la CNTE a la reforma estrella de la administración, la educativa; el fracaso de la estrategia de seguridad, ejemplificada en la fuga de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, y en lo ocurrido en Ayotzinapa, Apatzingán o Tlatlaya; y la crisis económica, acentuada por el fortalecimiento del valor del dólar y la caída en los precios del petróleo, han deshecho el espejismo del Estado fuerte peñista.

Mediado el sexenio, el presidente se ha encontrado con un Estado débil y con la necesidad de garantizar el consenso político poniéndose en manos de algunos de los poderes fácticos que, antes, quiso doblegar. La llegada al CEN del PRI del correcto y disciplinado, pero opuesto, Manlio Fabio Beltrones abrió un nuevo tiempo en el que fuerzas ajenas al Estado participan activamente para garantizar la estabilidad política y guiar al país hacia una transición à la Camacho, ordenada, sin ruptura…

El domingo, los mexicanos elegimos a una docena de gobernadores. La violencia partidista que caracterizó a éste proceso electoral respondió a la naturaleza darwiniana de los organismos políticos. Los más fuertes quedaron en posición ventajosa de cara a las elecciones generales de 2018.

En la década de 1970, cuando Camacho escribió sus ensayos, los poderes regionales, los gobernadores, tenían una importancia estratégica secundaria en tanto podían controlar sus procesos sucesorios sin retar a un gobierno central que hacía lo mismo. Hoy, habiendo piso parejo entre oficialismo y oposición, los gobernadores, algunos más que otros, han tenido que asumir actitudes caciquiles para asegurar que sus grupos políticos conserven el poder; ¡a veces, en abierto desafío al Estado de derecho!

Uno de los pilares sobre los que se sostiene el régimen y al que se le perdona cualquier exceso es el muy peñista Rafael Moreno Valle. El gobernador de Puebla debió reinventarse luego de la caída en desgracia de su maestra, Gordillo; hoy, presume una influencia política incalculable.

En Puebla, Peña Nieto prefirió cuidar su amistad con Moreno Valle a hacer un intento real por recuperar el estado:

 El triunfo incontrovertible de José Antonio Gali sobre una Blanca Alcalá abandonada a su suerte (12% de diferencia, 210,000 votos), aunque deslucido por una participación bajísima que lastima su votación efectiva (<20%), y la victoria de Miguel Ángel Yunes, en Veracruz, confirman al poblano como un poder regional importante y como un aliado imprescindible para enfrentar una transición incierta.



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