La semana pasada se
cumplieron 150 años del nacimiento de H. G. Wells, el más grande autor de
ciencia ficción desde Verne; predecesor de Asimov, Clarke, King y Lem.
En La guerra de
los mundos, Wells narra el drama de un vecino de Woking, Inglaterra, durante
una invasión marciana. En un momento de su narración, el protagonista
tropieza con un artillero cuya compañía ha sido aniquilada. Ambos están huyendo
de los trípodes, las terribles máquinas que escupen fuego por su garganta y que
se dirigen, invencibles, hacia Londres: —Deberíamos adaptarnos al nuevo orden
de las cosas —reconoce el soldado, harto de correr —No estará de acuerdo con
las ambiciones humanas, pero se ajusta a los hechos […] La farsa fue
representada. Fuimos vencidos—.
Las palabras del
artillero sirven de moraleja para el cuento: el Hombre debe adaptarse
para sobrevivir; debió adaptar su cuerpo para convivir con las bacterias y
hubiese debido adaptar sus hábitos para convivir con los invasores de no ser
porque aquellos pequeños seres truncaron sus planes…
El orden de las
cosas no se ajusta a la ambición de Enrique Peña Nieto. El presidente se
imaginó como el caudillo de un Estado fortísimo, pero se ha dado de bruces con
un Estado fallido en toda regla. Como el artillero de Wells, deberá elegir
entre adaptarse o pasar los próximos años a salto de mata. Según Héctor Aguilar
Camín, la primera alternativa requeriría sacrificios altísimos: —Se antoja imposible que el presidente gobierne creíblemente y, al
mismo tiempo, quiera controlar la sucesión y hacer ganar al PRI—. El
tricolor, por cierto, no volverá a ser competitivo en tanto no democratice sus
mecanismos de selección de candidatos, los cuales siguen controlados por
aquellos que crecieron al abrigo de las corruptelas y los vicios de la familia
revolucionaria.
En lo inmediato,
Peña Nieto debe desechar el axioma sobre el cual quiso asegurar el consenso
político para la segunda mitad de su sexenio:
En el mensaje de
su 3° Informe de gobierno, el presidente hizo un llamado a la clase política
apurándole a formar un frente común contra el supuesto enemigo de la
democracia, Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño, infería, significaría
una amenaza universal: —Hoy, la sombra del populismo y la demagogia amenaza a
las sociedades democráticas de todo el mundo —dijo, entonces —México tiene que
estar consciente de ese peligro—.
A la vuelta de
un año, el mensaje no tiene sentido. De inicio, se antojaba dificilísimo que el
presidente pudiera erigirse como autoridad moral arrastrando reprobatorios en
todos los rubros y rechazándose sus opiniones a
priori. Luego, López Obrador ha sabido desmentirlo mediante un
discurso amigable dirigido a quienes pudieran creerle un peligro para sus
intereses. El tabasqueño se ofrece, según se mire, como un factor de
estabilidad o inestabilidad sin el cual no sería posible una transición
ordenada.
Peña Nieto debe
reconocer que solo procurando el concurso de todas las fuerzas políticas podría
sortearse la tormenta perfecta del final del sexenio y, sobre todo, fijarse un
marco de confianza que nos permita enfrentar de buen modo el proceso electoral
más importante de nuestra historia…
El primero en
recoger el mensaje del 3° Informe de gobierno fue Rafael Moreno Valle, quien, dicho sea de paso,
recién ejecutó una jugada de engaño destapándose como precandidato a la
presidencia. El gobernador de Puebla sería la última línea de defensa
ante el avance del supuesto enemigo de la democracia en el sur del país. En
Veracruz, Oaxaca y Puebla duermen una sexta parte de los lopezobradoristas
(2,000,000 de votos, en 2006; 2,500,000 en 2012).
Por el momento,
la amistad entre Peña Nieto y Moreno Valle parece sólida, sin embargo, si el
presidente pierde definitivamente su capacidad de interlocución, sus socios
tenderán a priorizar la supervivencia de sus propios grupos. El muy
pragmático gobernador no sería la excepción.
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