lunes, 26 de septiembre de 2016

Los hombres solitarios no son del todo tan solitarios. Por Dionisio Stone

Los hombres solitarios no son del todo tan solitarios. A veces se les ve acompañados de un cigarro, un perro, un libro, o de cualquier otra cosa. Sus pensamientos son del mismo modo su compañía: "La soledad es necesaria para el crecimiento personal". "Estando sólo me conozco mejor".

Aprenden a conversar con los árboles, el cielo, el mar, los cigarros, los perros, sus manos. De estas conversaciones casi siempre emerge algo desagradable que tiene que madurar para ser bello, para que este caminar solitario sea fructífero. Sin embargo, algunos de estos hombres solitarios son también los desentendidos del mundo, los asociales, tanto han conversado consigo mismos que han olvidado cómo conversar con otro ser humano, con los llamados seres sociales.

El fruto de sus pláticas íntimas crece en su interior desordenada y dolorosamente, nunca madura. Es entonces que no encuentran su elemento, su lugar en el mundo. La soledad es dañina para ellos pero la adoran, la necesitan.

Las opciones que les quedan son muy limitadas, ni la muerte ni la vida son factibles, así que se lanzan al vacío, a una locura de caminar por los parques con un cigarro en una mano y la correa de un perro en la otra... sin el perro.


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lunes, 26 de septiembre de 2016

Los hombres solitarios no son del todo tan solitarios. Por Dionisio Stone

Los hombres solitarios no son del todo tan solitarios. A veces se les ve acompañados de un cigarro, un perro, un libro, o de cualquier otra cosa. Sus pensamientos son del mismo modo su compañía: "La soledad es necesaria para el crecimiento personal". "Estando sólo me conozco mejor".

Aprenden a conversar con los árboles, el cielo, el mar, los cigarros, los perros, sus manos. De estas conversaciones casi siempre emerge algo desagradable que tiene que madurar para ser bello, para que este caminar solitario sea fructífero. Sin embargo, algunos de estos hombres solitarios son también los desentendidos del mundo, los asociales, tanto han conversado consigo mismos que han olvidado cómo conversar con otro ser humano, con los llamados seres sociales.

El fruto de sus pláticas íntimas crece en su interior desordenada y dolorosamente, nunca madura. Es entonces que no encuentran su elemento, su lugar en el mundo. La soledad es dañina para ellos pero la adoran, la necesitan.

Las opciones que les quedan son muy limitadas, ni la muerte ni la vida son factibles, así que se lanzan al vacío, a una locura de caminar por los parques con un cigarro en una mano y la correa de un perro en la otra... sin el perro.


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