viernes, 3 de febrero de 2017

La Senda de Dionisio Stone por Dionisio Stone

La quietud y el silencio son heridos por el rugir de los autos, el chillido de los taladros, el martilleo de un clavo. Cuando el sol se mete, la oscuridad tiembla de miedo y es despojada de su encanto por luces artificiales de anuncios indecentes. Estos verdugos de la naturaleza me amedrentan, me lastiman.

No es una sorpresa que de vez en cuando necesite recostarme con el cuerpo desnudo, de espaldas encarando al cielo, sobre el pasto, que a modo de rebelión, crece rodeado de pavimento. Pasar ahí días y noches enteros sin comer, ni beber. Sentir que mi carne poco a poco abandona mis huesos.

Por las noches, escuchar a los grillos cantar y observar a las luciérnagas dibujar esferas de colores en el aire; y por los días, ser abrasado por el sol y dejar que la mariposa caótica ponga orden sobre mi nariz. Imaginar el abrazo de una mujer con el cabello de Cleopatra, con la piel de fulgores iridiscentes: una mujer del pasado que ha sellado su figura en mis ojos. Acumular en mi espíritu tanta belleza como pueda. Ser chupado por la tierra. Retornar al vientre de la madre naturaleza y ser escupido en forma de luciérnaga, grillo o colibrí que extrae el polen de alguna risueña flor. Dejar de ser, de una vez por todas, artificial.

Dionisio Stone

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viernes, 3 de febrero de 2017

La Senda de Dionisio Stone por Dionisio Stone

La quietud y el silencio son heridos por el rugir de los autos, el chillido de los taladros, el martilleo de un clavo. Cuando el sol se mete, la oscuridad tiembla de miedo y es despojada de su encanto por luces artificiales de anuncios indecentes. Estos verdugos de la naturaleza me amedrentan, me lastiman.

No es una sorpresa que de vez en cuando necesite recostarme con el cuerpo desnudo, de espaldas encarando al cielo, sobre el pasto, que a modo de rebelión, crece rodeado de pavimento. Pasar ahí días y noches enteros sin comer, ni beber. Sentir que mi carne poco a poco abandona mis huesos.

Por las noches, escuchar a los grillos cantar y observar a las luciérnagas dibujar esferas de colores en el aire; y por los días, ser abrasado por el sol y dejar que la mariposa caótica ponga orden sobre mi nariz. Imaginar el abrazo de una mujer con el cabello de Cleopatra, con la piel de fulgores iridiscentes: una mujer del pasado que ha sellado su figura en mis ojos. Acumular en mi espíritu tanta belleza como pueda. Ser chupado por la tierra. Retornar al vientre de la madre naturaleza y ser escupido en forma de luciérnaga, grillo o colibrí que extrae el polen de alguna risueña flor. Dejar de ser, de una vez por todas, artificial.

Dionisio Stone

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