lunes, 13 de marzo de 2017

Diario epistolar de Dionisio Stone para sí mismo y para lo indefinido Por Dionisio Stone


En esta mi habitación enmohecida mora un fantasma muy alegre, que me canta por las noches y ríe a carcajadas de sus propios chistes grotescos. Cuenta historias donde la sangre, y el sudor, y el asco armonizan con el atardecer, y el verdor, y el frescor del agua dulce. Dice que la única plenitud posible es la de la locura. Yo mismo lo creo así, pues nunca he sentido un estado de plenitud más grande que éste que me embarga desde que enloquecí con tu imagen amorfa. 

Sé que existes y supongo que existes más de lo normal. En un sueño eras un espantapájaros en el centro de un terreno yermo custodiado por una anciana, cuya frente estaba terriblemente surcada de arrugas... En una ocasión, ensimismado te miraba en mi desvelo velando mis quimeras; vi cascadas de fuego entre las brumas, cascadas que cubrían tu rostro desencajado, de tan desencajado casi pierdo la razón. 

Volví a soñar contigo, esta vez eras un planeta lejano, misterioso y cruel. El sol giraba a tu alrededor y calentaba con sus brazos la humedad de tu cuerpo. Yo te observaba con visión telescópica desde mi solitario centro de observación. Amándote sólo mediante la contemplación, como un mortal contempla a Afrodita. 

Tu cabello, continúa ardiendo como cascadas de lava, y en mis noches de oscura miseria, mis noches de implacable frío, evoco su imagen cálida y brillante para quemar mis pesadillas, reducirlas a ceniza y deslumbrar mi caverna de la desdicha. El alba de tus ojos incandescentes enciende mi alma. Las cuencas de tus ojos son esfinges malditas. Emana de ti una luz opaca que libra una batalla contra tanta oscuridad regada por el mundo. Te encuentro francamente fascinante y hermosa: desde tus cabellos de serpiente hasta tus pies quebradizos de muñeca rota de porcelana. No me interesa conocerte, me aterroriza. Es más bello estudiarte sin tocarte, como un naturalista estudia los animales. 

Tengo anotada en una hoja la lista de las palabras que más me gustan, una de ellas es tu nombre. Pronuncio tu nombre en la oscuridad, una descarga eléctrica se precipita, el falo y otros miembros se paralizan, de mi boca emana espuma, en mi garganta quema aguardiente y vino, espuma emana entre mis piernas. Atardeceres y seres del ocaso se unen a mi canto, entonan tu nombre encantado. 

En la eternidad del tiempo, recuerdo un segundo dorado que se ha prolongado: en mi lienzo desflorado pintabas con la iridiscencia de tu interioridad. Mucho temo que un desengaño cruel rompa con la irrealidad que me he inventado. Una tarde remota, de remotos ensueños, apareciste de la nada, bajo las lágrimas del cielo. De iridiscente fulgor, tus colores restallaste en la cúpula celeste; pero con su hoz la realidad destrozó el ensueño. De un paisaje distinto es el arco iris; sobre mi pecho vuelve a caer el inmenso gris. 

Ahora tengo un corazón pintado de negro, con agujas clavadas en su epicentro, puede amarte con el fulgor de su ébano. Muy a mi pesar he llegado a la conclusión de que nadie, ni siquiera tú, puede tocar mi alma como yo lo hago: sintiendo placer en cada curva, cada línea recta, vértice, ángulo y teseracto; en cada aspereza. Nadie lame las costras como yo lo hago, saboreando la herida. Nadie deja caer su sombra sobre mi sombra. 

El problema con cualquier modo motivacional demasiado positivo, es que no enseña a ver las cosas tal y como son, sino que las idealizan y deforman; no las transforman. Si no me reconozco tal y como soy, no hay posibilidad de cambio, sólo una cubierta muy bonita adornada con un moño, envolviendo un cúmulo de desechos altamente nocivos para la existencia en general. 

Hoy hace un día más haciéndome el tonto, sonriendo como mono, llevando en cada acción el instinto primitivo, fingiendo una felicidad ambigua digna de una mosca en el estiércol. Días como el de hoy no se marcan en la memoria. Son insípidos. Una felicidad hipócrita y estúpida ronda en los átomos del aire. Sonrisas y abrazos que se dan por costumbre, por correspondencia. Sin metas u objetivos. Sólo existe la nada que cubre todo. Paseos por la nada, sobre la nada, a través de la nada, adherido a la nada, directo hacia la nada. 

Escribo desde la frágil carne del claustro de mi atribulado corazón, en cuyo interior nada germina… 

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lunes, 13 de marzo de 2017

Diario epistolar de Dionisio Stone para sí mismo y para lo indefinido Por Dionisio Stone


En esta mi habitación enmohecida mora un fantasma muy alegre, que me canta por las noches y ríe a carcajadas de sus propios chistes grotescos. Cuenta historias donde la sangre, y el sudor, y el asco armonizan con el atardecer, y el verdor, y el frescor del agua dulce. Dice que la única plenitud posible es la de la locura. Yo mismo lo creo así, pues nunca he sentido un estado de plenitud más grande que éste que me embarga desde que enloquecí con tu imagen amorfa. 

Sé que existes y supongo que existes más de lo normal. En un sueño eras un espantapájaros en el centro de un terreno yermo custodiado por una anciana, cuya frente estaba terriblemente surcada de arrugas... En una ocasión, ensimismado te miraba en mi desvelo velando mis quimeras; vi cascadas de fuego entre las brumas, cascadas que cubrían tu rostro desencajado, de tan desencajado casi pierdo la razón. 

Volví a soñar contigo, esta vez eras un planeta lejano, misterioso y cruel. El sol giraba a tu alrededor y calentaba con sus brazos la humedad de tu cuerpo. Yo te observaba con visión telescópica desde mi solitario centro de observación. Amándote sólo mediante la contemplación, como un mortal contempla a Afrodita. 

Tu cabello, continúa ardiendo como cascadas de lava, y en mis noches de oscura miseria, mis noches de implacable frío, evoco su imagen cálida y brillante para quemar mis pesadillas, reducirlas a ceniza y deslumbrar mi caverna de la desdicha. El alba de tus ojos incandescentes enciende mi alma. Las cuencas de tus ojos son esfinges malditas. Emana de ti una luz opaca que libra una batalla contra tanta oscuridad regada por el mundo. Te encuentro francamente fascinante y hermosa: desde tus cabellos de serpiente hasta tus pies quebradizos de muñeca rota de porcelana. No me interesa conocerte, me aterroriza. Es más bello estudiarte sin tocarte, como un naturalista estudia los animales. 

Tengo anotada en una hoja la lista de las palabras que más me gustan, una de ellas es tu nombre. Pronuncio tu nombre en la oscuridad, una descarga eléctrica se precipita, el falo y otros miembros se paralizan, de mi boca emana espuma, en mi garganta quema aguardiente y vino, espuma emana entre mis piernas. Atardeceres y seres del ocaso se unen a mi canto, entonan tu nombre encantado. 

En la eternidad del tiempo, recuerdo un segundo dorado que se ha prolongado: en mi lienzo desflorado pintabas con la iridiscencia de tu interioridad. Mucho temo que un desengaño cruel rompa con la irrealidad que me he inventado. Una tarde remota, de remotos ensueños, apareciste de la nada, bajo las lágrimas del cielo. De iridiscente fulgor, tus colores restallaste en la cúpula celeste; pero con su hoz la realidad destrozó el ensueño. De un paisaje distinto es el arco iris; sobre mi pecho vuelve a caer el inmenso gris. 

Ahora tengo un corazón pintado de negro, con agujas clavadas en su epicentro, puede amarte con el fulgor de su ébano. Muy a mi pesar he llegado a la conclusión de que nadie, ni siquiera tú, puede tocar mi alma como yo lo hago: sintiendo placer en cada curva, cada línea recta, vértice, ángulo y teseracto; en cada aspereza. Nadie lame las costras como yo lo hago, saboreando la herida. Nadie deja caer su sombra sobre mi sombra. 

El problema con cualquier modo motivacional demasiado positivo, es que no enseña a ver las cosas tal y como son, sino que las idealizan y deforman; no las transforman. Si no me reconozco tal y como soy, no hay posibilidad de cambio, sólo una cubierta muy bonita adornada con un moño, envolviendo un cúmulo de desechos altamente nocivos para la existencia en general. 

Hoy hace un día más haciéndome el tonto, sonriendo como mono, llevando en cada acción el instinto primitivo, fingiendo una felicidad ambigua digna de una mosca en el estiércol. Días como el de hoy no se marcan en la memoria. Son insípidos. Una felicidad hipócrita y estúpida ronda en los átomos del aire. Sonrisas y abrazos que se dan por costumbre, por correspondencia. Sin metas u objetivos. Sólo existe la nada que cubre todo. Paseos por la nada, sobre la nada, a través de la nada, adherido a la nada, directo hacia la nada. 

Escribo desde la frágil carne del claustro de mi atribulado corazón, en cuyo interior nada germina… 

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