20 de Junio de 2017
Alberto Jiménez Merino
Director del Centro de Innovaciones Agroalimentarias y Tecnológicas
Soltar los bueyes a las
cuatro de la mañana y cuidarlos para que comieran y al llegar el amanecer
ponerles el yugo y pegar el arado para iniciar las actividades agrícolas. Lo recuerdo
muy bien, esa fue una de las primeras instrucciones y enseñanzas de mi padre, en
ese entonces, desde que yo tenía cuatro años, todas fueron relacionadas con el
trabajo que realizaba la familia.
No había tiempo para amanecer
en el petate; aún no había camas… tampoco había tiempo para jugar, ni había
juguetes ni medios para comprarlos. Trabajar, medio comer y descansar y, a
partir de mis 7 años, ir a la escuela. Al regresar comenzaban nuevamente las
tareas del campo o de la casa. No había
más rutina que esa. De acuerdo con las valoraciones actuales eso podría
denominarse explotación infantil, para mí son las prácticas familiares de las
que siempre estaré muy agradecido. A la fecha, no encuentro aún otra forma de aprender
que no sea haciendo las cosas.
Mi padre fue quien me enseñó
los trabajos del campo y el gusto por la agricultura, por la ganadería y mi
relación con los peces. Agricultor, cuidador de animales y pescador forman
parte de mi currículum de origen. También fui leñador, sembrador, cultivador y
cosechador; acarreador de agua, llevar el nixtamal al molino, vendedor de
limón, sandía y guaje, se agregaron
después.
Y mi padre también me enseñó
a tener fe y esperanza. A salir adelante
aún en la mayor adversidad. La fe, la certeza de que las cosas se pueden
lograr, da mucho poder y seguridad. Y la esperanza, la espera optimista, es lo
último que se debe perder, lo último que debe morir en un ser humano.
Honrar la palabra, ser leal
a lo que piensas y crees para actuar con base a ello y no a lo que piensan,
creen o desean los demás, forma parte importante de las enseñanzas recibidas de
un hombre que solo pudo llegar con dificultades al segundo año de primaria.
Nació en Tecomatlán, Puebla.
Dedicado al trabajo, hombre íntegro y formal. Padre de 11 hijos. De carácter fuerte
y bajo circunstancias de presión, un poco salvaje en el trato con sus hijos.
Sin tiempo para para un abrazo o un beso cariñoso. Casi sin palabras para
expresar alegría o transmitir su amor paterno. Como todos los padres y madres,
quería siempre lo mejor para sus hijos. Pero no sabía cómo hacerlo. Y con
orientación de amigos, logró varias hazañas.
Uno de los primeros días de
junio de 1971 que estábamos desayunando, sentados sobre el surco de un cultivo
de cacahuate y debajo de un árbol de guaje verde, me preguntó que si quería seguir
estudiando. Ya tenía más de un mes que mi maestro de quinto año lo había
llamado, junto con mi madre, para decirles que me apoyaran para seguir
haciéndolo.
Fue entonces que le contesté
con objetividad, poca fe y reducida esperanza, sabiendo de las limitaciones
económicas prevalentes: “si se pudiera, me gustaría”. No dijo nada. Unos
minutos después, se paró, me dió instrucciones para el resto del día y se fue.
Después de la media noche y tras una “normal” discusión con mi madre, supe que
había conseguido una beca para que yo estudiara el sexto año de primaria en el
Internado José Amarillas de Tlaxcala.
Con esa gran gestión de mi
padre, el apoyo de mi maestro y el apoyo permanente de mi madre, salí de mi
pueblo el 2 de septiembre de 1971. Luego vino la secundaria en Panotla, gestión
magistral que mi madre hizo y, después Chapingo, con el apoyo indiscutible de
Rubén Sanluis Meneses.
Mi padre ha sido un
sembrador. Unas semanas después de mi partida y habiéndose agotado las tierras
para sembrar sandía en Tecomatlán, decidió mudarse con la familia a Tehuitzingo,
en octubre de 1971. Y fue a ese lugar para convertirse en el primer sembrador
de ese fruto en la historia del pueblo, pero también de jitomate. Allí se
asentó la familia después de peregrinar por varios campos de Tehuitzingo.
Miguel Jiménez Veliz, mi padre,
ha sido más recientemente el primer sembrador
de pastizales. Me acompañó cuando propuse al ex gobernador de Puebla,
Manuel Bartlet Díaz, el proyecto regional de la Mixteca Poblana en el año 1994.
Es también el primer sembrador de bambú, de jatropha, es criador de tilapia y
de pescado bagre y, en los últimos 5 años,
el primer cultivador de higos.
Un padre imperfecto como lo
somos todos nosotros, pero un gran maestro y guía para formar gente de bien,
que reconocemos en el trabajo la única vía valedera para el progreso. Porque si
no puedes dar a los demás, por lo menos, no les quites. Si no les puedes ayudar
a resolver sus problemas, no les des más.
Por todo lo anterior, un
reconocimiento a mi padre, pero también a todos los padres, seres humanos que
siempre buscan lo mejor para sus hijos y que son pilares fundamentales para
seguir formando personas de bien.
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