Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 1 de agosto de 2017.
—Me gustas, Democracia porque estás como
ausente —decía Javier Krahe en un tono mitad Garcilaso, mitad Brassens. Luego, enfilaba
sus versos contra la farsa española: —[…] con tu disfraz parlamentario y tu
rey, tan prominente, por no decir extraordinario…
La Democracia está ausente en Venezuela.
El domingo, Nicolás Maduro, un dictadorzuelo que se ha autoproclamado “hijo de
[Hugo] Chávez” para legitimar el origen de su mandato, consumó su autogolpe contra la democracia venezolana. La elección de los delegados de
la Asamblea Constituyente ha fulminado la Asamblea Nacional, el parlamento de
mayoría opositora votado hace apenas un par de años. Maduro no heredó de Chávez
lo demócrata, ni el carisma ni el instinto político. Sin esas tablas, aislado
internacionalmente y retado desde el interior del chavismo el
presidente ha dado un salto al vacío. Arrancando unos pocos argumentos de
una elección de dudosas formas, el presidente se confirma como un hombre de
paja animado —atrapado— por los poderes fácticos, por Cuba, por Diosado Cabello.
La Democracia no está menos ausente en
la acera de enfrente. La oposición al chavismo nunca se ha caracterizado por
ser abierta y dialogante, al contrario, ha sido cerrada y violenta. El rostro
visible de la oposición, Leopoldo López, a quien el encierro no le impidió
mantenerse en buena forma física, ha sido martirizado en el altar de Clístenes a pesar de haber participado en la conjura contra el primer
gobierno chavista, legítimamente constituido, en 2002 y de ser la vanguardia
del intervencionismo estadounidense en el continente desde entonces. Dentro de la heterogeneidad
opositora hay actores que han manifestado abiertamente sus intenciones
golpistas. El penúltimo de ellos, Oscar Pérez no ha pasado de un par de granadas y muchos, muchos tuits —¿por ahora?—.
En el mosaico de la crisis venezolana
juegan un papel determinante los gobiernos colombiano y mexicano, puestísimos a
suscribir la carta en blanco de sus amos estadounidenses. Ambos han secundado,
por ejemplo, la imposición de sanciones a funcionarios venezolanos. ¡Sanciones
que ayudan al régimen a cohesionarse frente al enemigo externo! La doble moral
del gobierno mexicano es especialmente repugnante. Mira la paja en el ojo del
régimen extranjero, corrupto y represor, y narco, pero ignora la viga en el ojo
del propio, no menos corrupto y represor, y no menos narco. Al tren de ésta
hipocresía se han trepado los halcones políticos y mediáticos del peñismo y
algún expresidente trasnochado al que las nuevas tecnologías le han dado un
segundo aire.
El sometimiento de la política exterior
mexicana a los intereses estadounidenses no puede entenderse fuera del proceso
electoral de 2018.Enrique Peña Nieto y Luis
Videgaray calculan que mantener una buena relación con la Casa Blanca,
apuntalada por la familiaridad del canciller con sus nuevos inquilinos,
bastaría si no para retener la presidencia, sí, al menos, para recuperar en
control de la sucesión y para garantizar la supervivencia política de su grupo. O peor: estarían preparando el terreno
para implementar una solución a la venezolana a la crisis doméstica…
—Me gustas, [Democracia], ya te digo,
pero me gustaría tenerte más presente —continúa Javier Krahe. —¡Peor sería que
te esfumaras como antiguamente!
¡Ay, la democracia venezolana se ha
esfumado! ¡Hipócritas, los que se presumen sus adalides cuando la han ultrajado
o la han desconocido! Peores, si acaso, los cachorros mexicanos del Imperio que
ni siquiera la han permitido.
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