Tomás de Aquino, en su Summa Theologicae (c. 1274), propone
cinco caminos para conocer a Dios; quiunque viae, cinco vías. Aristotélico, al fin, Tomás
reconoce que el conocimiento de Dios solo es posible a partir del conocimiento
que el Hombre tiene del mundo sensible, que el quinteto de razonamientos es
insuficiente pues está limitado al entendimiento y a la experiencia que tenemos
de nuestra realidad. Para aquellos conocimientos más allá de los límites de la
razón, dice, existe la fe…
Miguel Ángel Osorio Chong no ha leído o
no ha comprendido a Tomás de Aquino. El secretario de gobernación ha pedido
tener fe en las autoridades, concretamente, en los expertos de la PGR y de la
SHCP que trabajan en el caso de Javier Duarte —Javier N, por favor, hasta que
se demuestre lo contrario —. El hidalguense pide que tengamos confianza en que
al veracruzano se le someterá a un juicio justo aunque nuestro entendimiento y
nuestra experiencia nos aconsejen a creer lo contrario. Y las sospechas:
El circo de Javier N, el panem et
circenses del sexenio
en el que el sistema habría arrojado a uno de los suyos a los leones, parece ser, más que un castigo
ejemplarizante con fines expiatorios, un simulacro de impartición de justicia
en el que, dice Julio Hernández, “se le regaló a la defensa del
acusado una plantación de errores, imprecisiones y torpezas que podrían ser
cosechados con sentido exculpatorio más adelante”. El cinismo con el que
pretende cerrarse la cajototota de Pandora de quien encarna la corrupción y los
excesos de nuestros políticos, dicho sea de paso, de cuenta de qué tan graves
serían los males que guarda. Y en el fondo de ella, como cuenta el cuento, ¡nos
queda la (puta) esperanza!
Lo de Osorio Chong no es accidental. Ha
sido la constante de la administración peñista que sus responsables ante la
falta de resultados tangibles recurran a la metafísica y pongan al país en
cadena de oración permanente; los sumos sacerdotes invocan a la fe, pero a una
fe soportada por un mundo sensible artificial, manufacturado de modo que se
ajuste al proyecto político del grupo en el poder. ¿Cómo confiar en nuestros
gobernantes si por nuestro entendimiento y nuestra experiencia conocemos que
tienden al (auto)engaño? ¿Cómo, si conocemos que la pobreza, la desigualdad, la
corrupción, la violencia, los rubros que dan cuenta del estado de salud del
país se miden a su electorera conveniencia?
A propósito de la confianza, la última encuesta de Consulta Mitofsky sobre la que tienen los
mexicanos en sus instituciones refuerza la tendencia a la baja que se ha notado
a lo largo del sexenio: un reprobatorio para aquellas que se identifican con el
sistema, con dos excepciones, el Ejército (6.8 de calificación) y el INE (6.2). La poca confianza y
credibilidad que le queda al sistema en su conjunto la gastará, seguramente, en
el debate sobre la Ley de Seguridad Interior o la habrá gastado ya en Coahuila
y en el Estado de México, donde se ha impuesto la razón a la fe a pesar de la demagogia de Delfina Gómez. Vendrán los avales del régimen
a suplicar un crédito el próximo año…
De la obra de Tomás de Aquino se
desprende que la fe no es ciega sino que es alumbrada por la razón.
¡Los merolicos de la buena vibra que nos
gobiernan piden una fe ciega que no merecen!
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