Carfax, Inglaterra; finales del s. XIX.
John Seward, el director del manicomio local, está fascinado con uno de sus pacientes:
—Renfield, aetat 59. Temperamento
sanguíneo, gran fuerza física; periodos de depresión que terminan con una idea
fija imposible de precisar —escribe en su diario, describiéndole. —Podría ser
peligroso, pero no es egoísta […] Los egoístas son tan peligrosos para sus
enemigos como para ellos mismos. Al sujeto lo han diagnosticado zóofago; gusta
de un menú de moscas, arañas, ratas, murciélagos. Su médico, no obstante, es
optimista: ¡al menos, es generoso! Renfield, el personaje de Drácula, de Bram Stocker,
es tan popular en la comunidad médica que da nombre a una enfermedad, el
Síndrome Renfield o Síndrome de Personalidad Vampiresca (SPV).
El último año ha sido de locos —acaso,
literalmente—. Hace unos meses, Moisés Naím se preguntaba si Donald Trump, quien
estos días celebra el primer aniversario de su victoria en las elecciones
presidenciales, estaría pirado, lo cual podría ser motivo de destitución por
“imposibilidad para ejercer los poderes y las obligaciones de su cargo”, según
la Enmienda XXV de la Constitución de los Estados Unidos. Específicamente, Naím
ve en Trump un cuadro típico de Desorden de Personalidad Narcisista (DPN). Las
características del DPN, la arrogancia, la antipatía, la egolatría, la
megalomanía, sin embargo, se observan en muchos líderes mundiales. Lo que
diferencia a Trump del resto es que es un loco egoísta “y eso lo hace peligroso
para sus enemigos y para él mismo”. Su egoísmo empata con el ideario político
planteado por Steven Bannon y Michael Anton:America first! significa
independizarse de las responsabilidades que implica el liderazgo global, sin
importar las consecuencias. America first! no
apunta al aislacionismo sino al unilateralismo en su forma más brutal.
Trump, por supuesto, no ha estado solo
en su locura. El republicano fue votado por 62 millones de estadounidenses.
¡Ningún presidente no hawaiano recibió nunca tantos votos! A sus seguidores,
Trump se les reveló como un mesías, como un líder carismático que interpretaba
su voluntad y su espíritu. Make America
great again! simpatizó con las demandas de una sociedad furiosa con las
instituciones y con los políticos. La demagogia electorera hizo mella en una
clase media cuyos estándares de vida se habían deteriorado, que había perdido
sus trabajos y sus pensiones. La elección se decidió en la América profunda, en
los estados del Rust belt, el Cinturón industrial. Ahí, los demócratas
ganaron en las grandes ciudades pero los republicanos arrasaron en las ciudades
rurales. Trump perdió Philadelphia y Pittsburgh (500
mil votos de diferencia), Columbus y Cleveland (375 mil), Detroit y Pontiac (350 mil) y Milwaukee y Madison (300 mil) pero ganó Pennsylvania (21 votos
en el colegio electoral), Ohio, (20), Michigan (17) y Wisconsin (10).
Un año después, la América profunda
sigue prefiriendo a Trump. En la medida de sus posibilidades, el presidente ha
cumplido o intentado cumplir con sus promesas de campaña. A pesar del desgaste
propio del ejercicio del poder, su voto duro no ha menguado. No, porque el
desmadre político no pega en los bolsillos de esa clase media que ya comienza a
disfrutar de los logros de la administración pasada, de una economía en auge y
un paro en mínimos. Es pronto para especular, pero si sobreviviera a los
psiquiatras y a los fiscales, Trump tendría la reelección al alcance de la
mano: sabiendo que en el sistema electoral estadounidense la obtención de la
mayoría de los votos es una aspiración, no un requisito y suponiendo que el
descontento hacia los partidos políticos tradicionales persista, posibilitando
el multipartidismo y la consecuente fragmentación del voto, le bastaría
simplemente con mantener contenta a su base electoral para repetir la hazaña. Oh, the Democracy!…
Cierta vez, Renfield escapó del
manicomio. Cuando le encontraron, hablaba con un desconocido: —Seré paciente,
amo —decía. —Seré paciente.
A punto de cumplir un año en el poder y
con su voto duro intacto, Donald Trump podría disfrutar del poder sin otros
exabruptos que los tuiteros. Kim Jong-un podría, si eso, dormir tranquilo…
también, en una celda acolchada.
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