martes, 14 de noviembre de 2017

Un año de locos


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 14 de noviembre de 2017.

Carfax, Inglaterra; finales del s. XIX. John Seward, el director del manicomio local, está fascinado con uno de sus pacientes: —Renfield, aetat 59. Temperamento sanguíneo, gran fuerza física; periodos de depresión que terminan con una idea fija imposible de precisar —escribe en su diario, describiéndole. —Podría ser peligroso, pero no es egoísta […] Los egoístas son tan peligrosos para sus enemigos como para ellos mismos. Al sujeto lo han diagnosticado zóofago; gusta de un menú de moscas, arañas, ratas, murciélagos. Su médico, no obstante, es optimista: ¡al menos, es generoso! Renfield, el personaje de Drácula, de Bram Stocker, es tan popular en la comunidad médica que da nombre a una enfermedad, el Síndrome Renfield o Síndrome de Personalidad Vampiresca (SPV).
El último año ha sido de locos —acaso, literalmente—. Hace unos meses, Moisés Naím se preguntaba si Donald Trump, quien estos días celebra el primer aniversario de su victoria en las elecciones presidenciales, estaría pirado, lo cual podría ser motivo de destitución por “imposibilidad para ejercer los poderes y las obligaciones de su cargo”, según la Enmienda XXV de la Constitución de los Estados Unidos. Específicamente, Naím ve en Trump un cuadro típico de Desorden de Personalidad Narcisista (DPN). Las características del DPN, la arrogancia, la antipatía, la egolatría, la megalomanía, sin embargo, se observan en muchos líderes mundiales. Lo que diferencia a Trump del resto es que es un loco egoísta “y eso lo hace peligroso para sus enemigos y para él mismo”. Su egoísmo empata con el ideario político planteado por Steven Bannon y Michael Anton:America first! significa independizarse de las responsabilidades que implica el liderazgo global, sin importar las consecuencias. America first! no apunta al aislacionismo sino al unilateralismo en su forma más brutal.
Trump, por supuesto, no ha estado solo en su locura. El republicano fue votado por 62 millones de estadounidenses. ¡Ningún presidente no hawaiano recibió nunca tantos votos! A sus seguidores, Trump se les reveló como un mesías, como un líder carismático que interpretaba su voluntad y su espíritu. Make America great again! simpatizó con las demandas de una sociedad furiosa con las instituciones y con los políticos. La demagogia electorera hizo mella en una clase media cuyos estándares de vida se habían deteriorado, que había perdido sus trabajos y sus pensiones. La elección se decidió en la América profunda, en los estados del Rust belt, el Cinturón industrial. Ahí, los demócratas ganaron en las grandes ciudades pero los republicanos arrasaron en las ciudades rurales. Trump perdió Philadelphia y Pittsburgh (500 mil votos de diferencia), Columbus y Cleveland (375 mil), Detroit y Pontiac (350 mil) y Milwaukee y Madison (300 mil) pero ganó Pennsylvania (21 votos en el colegio electoral), Ohio, (20), Michigan (17) y Wisconsin (10).
Un año después, la América profunda sigue prefiriendo a Trump. En la medida de sus posibilidades, el presidente ha cumplido o intentado cumplir con sus promesas de campaña. A pesar del desgaste propio del ejercicio del poder, su voto duro no ha menguado. No, porque el desmadre político no pega en los bolsillos de esa clase media que ya comienza a disfrutar de los logros de la administración pasada, de una economía en auge y un paro en mínimos. Es pronto para especular, pero si sobreviviera a los psiquiatras y a los fiscales, Trump tendría la reelección al alcance de la mano: sabiendo que en el sistema electoral estadounidense la obtención de la mayoría de los votos es una aspiración, no un requisito y suponiendo que el descontento hacia los partidos políticos tradicionales persista, posibilitando el multipartidismo y la consecuente fragmentación del voto, le bastaría simplemente con mantener contenta a su base electoral para repetir la hazaña. Oh, the Democracy!…
Cierta vez, Renfield escapó del manicomio. Cuando le encontraron, hablaba con un desconocido: —Seré paciente, amo —decía. —Seré paciente.

A punto de cumplir un año en el poder y con su voto duro intacto, Donald Trump podría disfrutar del poder sin otros exabruptos que los tuiteros. Kim Jong-un podría, si eso, dormir tranquilo… también, en una celda acolchada.

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martes, 14 de noviembre de 2017

Un año de locos


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 14 de noviembre de 2017.

Carfax, Inglaterra; finales del s. XIX. John Seward, el director del manicomio local, está fascinado con uno de sus pacientes: —Renfield, aetat 59. Temperamento sanguíneo, gran fuerza física; periodos de depresión que terminan con una idea fija imposible de precisar —escribe en su diario, describiéndole. —Podría ser peligroso, pero no es egoísta […] Los egoístas son tan peligrosos para sus enemigos como para ellos mismos. Al sujeto lo han diagnosticado zóofago; gusta de un menú de moscas, arañas, ratas, murciélagos. Su médico, no obstante, es optimista: ¡al menos, es generoso! Renfield, el personaje de Drácula, de Bram Stocker, es tan popular en la comunidad médica que da nombre a una enfermedad, el Síndrome Renfield o Síndrome de Personalidad Vampiresca (SPV).
El último año ha sido de locos —acaso, literalmente—. Hace unos meses, Moisés Naím se preguntaba si Donald Trump, quien estos días celebra el primer aniversario de su victoria en las elecciones presidenciales, estaría pirado, lo cual podría ser motivo de destitución por “imposibilidad para ejercer los poderes y las obligaciones de su cargo”, según la Enmienda XXV de la Constitución de los Estados Unidos. Específicamente, Naím ve en Trump un cuadro típico de Desorden de Personalidad Narcisista (DPN). Las características del DPN, la arrogancia, la antipatía, la egolatría, la megalomanía, sin embargo, se observan en muchos líderes mundiales. Lo que diferencia a Trump del resto es que es un loco egoísta “y eso lo hace peligroso para sus enemigos y para él mismo”. Su egoísmo empata con el ideario político planteado por Steven Bannon y Michael Anton:America first! significa independizarse de las responsabilidades que implica el liderazgo global, sin importar las consecuencias. America first! no apunta al aislacionismo sino al unilateralismo en su forma más brutal.
Trump, por supuesto, no ha estado solo en su locura. El republicano fue votado por 62 millones de estadounidenses. ¡Ningún presidente no hawaiano recibió nunca tantos votos! A sus seguidores, Trump se les reveló como un mesías, como un líder carismático que interpretaba su voluntad y su espíritu. Make America great again! simpatizó con las demandas de una sociedad furiosa con las instituciones y con los políticos. La demagogia electorera hizo mella en una clase media cuyos estándares de vida se habían deteriorado, que había perdido sus trabajos y sus pensiones. La elección se decidió en la América profunda, en los estados del Rust belt, el Cinturón industrial. Ahí, los demócratas ganaron en las grandes ciudades pero los republicanos arrasaron en las ciudades rurales. Trump perdió Philadelphia y Pittsburgh (500 mil votos de diferencia), Columbus y Cleveland (375 mil), Detroit y Pontiac (350 mil) y Milwaukee y Madison (300 mil) pero ganó Pennsylvania (21 votos en el colegio electoral), Ohio, (20), Michigan (17) y Wisconsin (10).
Un año después, la América profunda sigue prefiriendo a Trump. En la medida de sus posibilidades, el presidente ha cumplido o intentado cumplir con sus promesas de campaña. A pesar del desgaste propio del ejercicio del poder, su voto duro no ha menguado. No, porque el desmadre político no pega en los bolsillos de esa clase media que ya comienza a disfrutar de los logros de la administración pasada, de una economía en auge y un paro en mínimos. Es pronto para especular, pero si sobreviviera a los psiquiatras y a los fiscales, Trump tendría la reelección al alcance de la mano: sabiendo que en el sistema electoral estadounidense la obtención de la mayoría de los votos es una aspiración, no un requisito y suponiendo que el descontento hacia los partidos políticos tradicionales persista, posibilitando el multipartidismo y la consecuente fragmentación del voto, le bastaría simplemente con mantener contenta a su base electoral para repetir la hazaña. Oh, the Democracy!…
Cierta vez, Renfield escapó del manicomio. Cuando le encontraron, hablaba con un desconocido: —Seré paciente, amo —decía. —Seré paciente.

A punto de cumplir un año en el poder y con su voto duro intacto, Donald Trump podría disfrutar del poder sin otros exabruptos que los tuiteros. Kim Jong-un podría, si eso, dormir tranquilo… también, en una celda acolchada.

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