martes, 27 de febrero de 2018

AMLO y los gigantes




La Biblia, cuya precisión histórica es en el mejor de los casos, dudosa, cuenta que hace unos 4 mil años la Tierra estaba habitada por gigantes. Enoc, autor del libro homónimo, excluido de los cánones judío y cristiano desde antes de la Septuaginta y en el concilio de Laodicea, en 364, respectivamente, pero conservado en el de la Iglesia ortodoxa etíope, los llama nefilim, derivado del hebreo nafal, caer, [los] caídos. De acuerdo con Enoc, los nefilim eran un grupo de doscientos ángeles que viendo la obra maestra de su celestial patrón no resistieron la tentación de poseerla y bajando al mundo de los mortales tomaron igual número de mujeres, las violaron y las embarazaron dando origen a una raza impura. Los nefilim serían los culpables de la corrupción del Hombre; ellos le habrían enseñado a los hombres “a fabricar espadas de hierro y corazas de cobre” y a las mujeres “el maquillaje y los adornos” y otras brujerías. Harto de la blasfemia, Dios descargaría su ira contra ellos. ¿Lo del Noé de Darren Aronofsky, protagonizada por Russell Crowe y Jennifer Connelly? ¡Pues eso!

Siempre según la Biblia, unos mil años después, cuando Moisés y su prole llegaron a Cannan huyendo de sus parientes egipcios se encontraron con que la descendencia de los nefilim, los que sobrevivieron a la ira acuática de Dios, habitaban ahí. Pensando en arrebatarles la tierra que, según, les pertenecía por derecho divino, el patriarca envió a doce espías a averiguar si la conquista era posible. De los doce, solo dos, Josué, de la familia de Efraín, y Caleb, de la familia de Judá, regresaron al campamento convencidos de que lo era. Moisés obedeció a la mayoría y decidió postergar la marcha triunfal ¡40 años!, al cabo de los cuales los hebreos, en efecto, vencerían a los nefilim, entrarían en la tierra prometida y se repartirían su territorio entre sus doce familias. Josué tomaría su parte, la cual incluiría las antiguas ciudades sagradas de Siquem y Silo, y, de hecho, asumiría el mando de los ejércitos hebreos, pero Caleb rechazaría la suya y preferiría continuar la guerra contra los últimos gigantes que habitaban la Tierra dirigiéndose a Hebrón donde vencería a los anaquitas.

Eric Flores tuvo muy presente el cuento de Josué y Caleb cuando introdujo a Andrés Manuel López Obrador como candidato del cristiano-osorista PES a la presidencia de la República. Igual que aquellos, sugiere, López Obrador ha visto la tierra prometida y ha regresado al campamento convencido de que los mexicanos pueden (re)conquistarla y fundar a partir de las lecciones alfonsinas, plasmadas en una Constitución moral, la república amorosa, ese país ideal e inalcanzable en el que los ciudadanos practicarían el bien sin necesidad de ser obligados a ello.

Curiosamente, Flores no compara a López Obrador con Josué, el primer gobernante de la tierra prometida, sino con Caleb, un desconocido para el gran público. Es entendible que el dirigente no quisiera relacionar a su candidato con quien ordenó el sitio, el saqueo y la destrucción de Jericó, cargándose “hasta los bueyes, las ovejas y los asnos”, sino, mejor, con quien pudiendo participar de unos bacanales, nunca mejor dicho, de proporciones bíblicas, prefirió dedicar el esfuerzo de sus días a combatir la corrupción del Hombre. Es una interpretación romántica pero, en cierto sentido, acertada: si por López Obrador fuera, probablemente gobernaría el país a la Camacho, de la misma manera que gobierna su partido, sin pesos y contrapesos de ningún tipo; la realidad, sin embargo, es que seguramente tendría que hacerlo con las limitaciones naturales de los acuerdos políticos que ha ido suscribiendo. Si eso, sería un presidente débil incapaz de capitanear otra revolución sino la moral, la del combate a la corrupción. No sería poca cosa, por supuesto…

El rencoroso dios del antiguo testamento no permitiría a los diez exploradores que entregaron un informe desalentador sobre la situación en Canáan entrar a la tierra prometida.

El benevolente dios del testamento lopezobradorista, al contrario, un poco por convicción pero, sobre todo, por necesidad política, permite a todos beber la leche y la miel de la nueva República. ¡Qué remedio!

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 27 de febrero de 2018.

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martes, 27 de febrero de 2018

AMLO y los gigantes




La Biblia, cuya precisión histórica es en el mejor de los casos, dudosa, cuenta que hace unos 4 mil años la Tierra estaba habitada por gigantes. Enoc, autor del libro homónimo, excluido de los cánones judío y cristiano desde antes de la Septuaginta y en el concilio de Laodicea, en 364, respectivamente, pero conservado en el de la Iglesia ortodoxa etíope, los llama nefilim, derivado del hebreo nafal, caer, [los] caídos. De acuerdo con Enoc, los nefilim eran un grupo de doscientos ángeles que viendo la obra maestra de su celestial patrón no resistieron la tentación de poseerla y bajando al mundo de los mortales tomaron igual número de mujeres, las violaron y las embarazaron dando origen a una raza impura. Los nefilim serían los culpables de la corrupción del Hombre; ellos le habrían enseñado a los hombres “a fabricar espadas de hierro y corazas de cobre” y a las mujeres “el maquillaje y los adornos” y otras brujerías. Harto de la blasfemia, Dios descargaría su ira contra ellos. ¿Lo del Noé de Darren Aronofsky, protagonizada por Russell Crowe y Jennifer Connelly? ¡Pues eso!

Siempre según la Biblia, unos mil años después, cuando Moisés y su prole llegaron a Cannan huyendo de sus parientes egipcios se encontraron con que la descendencia de los nefilim, los que sobrevivieron a la ira acuática de Dios, habitaban ahí. Pensando en arrebatarles la tierra que, según, les pertenecía por derecho divino, el patriarca envió a doce espías a averiguar si la conquista era posible. De los doce, solo dos, Josué, de la familia de Efraín, y Caleb, de la familia de Judá, regresaron al campamento convencidos de que lo era. Moisés obedeció a la mayoría y decidió postergar la marcha triunfal ¡40 años!, al cabo de los cuales los hebreos, en efecto, vencerían a los nefilim, entrarían en la tierra prometida y se repartirían su territorio entre sus doce familias. Josué tomaría su parte, la cual incluiría las antiguas ciudades sagradas de Siquem y Silo, y, de hecho, asumiría el mando de los ejércitos hebreos, pero Caleb rechazaría la suya y preferiría continuar la guerra contra los últimos gigantes que habitaban la Tierra dirigiéndose a Hebrón donde vencería a los anaquitas.

Eric Flores tuvo muy presente el cuento de Josué y Caleb cuando introdujo a Andrés Manuel López Obrador como candidato del cristiano-osorista PES a la presidencia de la República. Igual que aquellos, sugiere, López Obrador ha visto la tierra prometida y ha regresado al campamento convencido de que los mexicanos pueden (re)conquistarla y fundar a partir de las lecciones alfonsinas, plasmadas en una Constitución moral, la república amorosa, ese país ideal e inalcanzable en el que los ciudadanos practicarían el bien sin necesidad de ser obligados a ello.

Curiosamente, Flores no compara a López Obrador con Josué, el primer gobernante de la tierra prometida, sino con Caleb, un desconocido para el gran público. Es entendible que el dirigente no quisiera relacionar a su candidato con quien ordenó el sitio, el saqueo y la destrucción de Jericó, cargándose “hasta los bueyes, las ovejas y los asnos”, sino, mejor, con quien pudiendo participar de unos bacanales, nunca mejor dicho, de proporciones bíblicas, prefirió dedicar el esfuerzo de sus días a combatir la corrupción del Hombre. Es una interpretación romántica pero, en cierto sentido, acertada: si por López Obrador fuera, probablemente gobernaría el país a la Camacho, de la misma manera que gobierna su partido, sin pesos y contrapesos de ningún tipo; la realidad, sin embargo, es que seguramente tendría que hacerlo con las limitaciones naturales de los acuerdos políticos que ha ido suscribiendo. Si eso, sería un presidente débil incapaz de capitanear otra revolución sino la moral, la del combate a la corrupción. No sería poca cosa, por supuesto…

El rencoroso dios del antiguo testamento no permitiría a los diez exploradores que entregaron un informe desalentador sobre la situación en Canáan entrar a la tierra prometida.

El benevolente dios del testamento lopezobradorista, al contrario, un poco por convicción pero, sobre todo, por necesidad política, permite a todos beber la leche y la miel de la nueva República. ¡Qué remedio!

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 27 de febrero de 2018.

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