El curriculum vitae de José Antonio Meade casi vale el
calificativo formidable. El CV le retrata como el funcionario
perfecto: el pentasecretario es un tipo listísimo, preparado, serio,
profesional y no lastra escándalos personales que opaquen su trayectoria en el
servicio público. El candidato “tiene
preparación y solidez técnica […] y una extraordinaria calidad humana”,
según su promotor del voto más eficiente, y “no tiene ni un milímetro de cola que le pisen”,
según el periodista chayotero de su preferencia [sic, por la vista gorda]. Para
los intereses del establishment, Meade es
—¿era? — el candidato ideal: el más priísta de los panistas o el más panista de
los priístas, según la administración desde la que se le mire, haría de gozne
entre el PRI y el PAN facilitando una candidatura de consenso, única.
Y entonces, ¿qué salió mal?
Burócrata,
al fin, Meade necesita(ba) de una estrategia de comunicación muy precisa para
transmitir al gran público las virtudes que si no, se quedarían encerradas en
su oficina. La campaña priísta, sin embargo, ha imitado los peores vicios del
gobierno federal en materia de comunicación y no solo no ha sabido transmitir
las virtudes del candidato, ¡las ha anulado! Enrique Ochoa Reza, Aurelio Nuño y
Javier Lozano, animales mesozoicos que ignoran la dinámica del mundo moderno,
han fallado en arrebatarle a Andrés Manuel López Obrador, un pejelagarto
cretácico mejor adaptado a las nuevas tecnologías, el dominio la plaza pública
del s. XXI, la virtual. Especialmente, han fallado en arrebatarle el dominio de
las redes sociales, donde se juzga y se condena en tiempo real y donde se marcan
la agenda y el debate político. En Facebook (85 millones de usuarios en México; la
mitad de ellos, entre los 18 y los 29 años) y en Twitter (35 millones), las plataformas más
potentes para incidir en la opinión pública, no hay piso parejo. ¡Disputarle esa
plaza al tabasqueño es como ponerse con Sansón a los guamazos!
Meade
ha aprendido por las malas que cuando te subes al tren del meme ya no te puedes
bajar. —Lo
hemos resolvido adecuadamente
—pifió. Un error común y corriente, pero notorio porque la atención
está morbosamente concentrada en el priísta y porque el primer priísta del país
nos ha malacostumbrado a expresiones muy poco cervantinas. De castigo, al tipo
listísimo y preparado lo pusieron a hacer planas: “Se dice resuelto, no resolvido”.
¡Meme instantáneo! “Sí merezco la presidencia”, “Sí merezco abundancia”. —Yo mero —respondió, luego, cuando Tatiana Clouthier le preguntó
a quién proponía para el puesto de presidente serio y profesional.
¡Otro! “¿Quién no levanta?” “¿Quién es el padre del gasolinazo?” Los genios de
la comunicación política que han llevado al candidato a parecer un idiota son
los mismos de las cagadas épicas de la precampaña, el AndresManuelovich y el “A
los PRIetos de MORENA les vamos a demostrar que ya no aprietan”(¡!), que tanto
ayudaron a la causa del de enfrente. Algo hay de cierto en la injerencia rusa
en el proceso electoral mexicano y el otro también ha recurrido a la retórica
clasista al referirse a sus adversarios como “pirrurrs blancos” pero, claro, la
plaza no es ecuánime.
En su
último spot, Meade concluye con
una frase poderosa: “Soy un ciudadano
que solo tomará partido por ti”. La no militancia
partidista de Meade es una cualidad lo suficientemente importante como para que
el PRI modificara sus estatutos para allanarle el camino al simpatizante
externo. Tiene sentido: en general, porque los partidos políticos son las
instituciones peor calificadas en materia de confianza y credibilidad y en
particular, porque el PRI arrastra una carga negativa propia muy, muy pesada.
Los genios de la imagen política, sin embargo, han ahogado al candidato ciudadano,
dirá Jorge Zepeda Patterson, “en un
baño de partido”; lo han sacrificado en los
altares históricos del priísimo y lo han rodeado de la parafernalia nauseabunda
habitual. ¡Muévase de esa foto, candidato!…
El
hundimiento por fuego amigo del formidable José Antonio Meade ocasionará, más
temprano que tarde, el éxodo de estructuras amigas hacia destinos políticamente
más rentables.
Léase
con un dejo de genuina sospecha: ¿son o se hacen?
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