Mi
abuelo no era un tipo especialmente gracioso pero, como buen franquista, de vez
en cuando se permitía algún chiste sobre catalanes. De estos decía, aludiendo a
su extraordinario olfato para los negocios, que si viéramos a uno saltar a un
pozo “¡tras él!” —por supuesto, si el catalán es Carles Puigdemont, el cuento no
tiene ninguna gracia—. El mismo chiste podríamos
decir sobre los priístas, quienes en palabras de Alfonso Martínez Domínguez,
han sabido ubicarse siempre, por la fuerza o por la astucia, “en lugares donde
la mano de Dios no pone el pie” y cuyo instinto casi natural de supervivencia
les animaría a buscar destinos políticamente más rentables ahora que su
formidable candidato está en franco hundimiento. La versión reproducida
malamente por Enrique Ochoa Reza es muy cutre, pero ayuda a comprender el
estado anímico del priísimo.
Andrés
Manuel López Obrador invita a sus congéneres históricos y al púbico en general
a lanzarse a su pozo. El tabasqueño ha aprendido de sus fracasos y a la tercera
se muestra pragmático, propone pactos con la mafia del poder; ha comprendido
que no podría alcanzar la presidencia desde una posición de confrontación sino
desde una de conciliación, ha aceptado cambiar la pureza política de su
movimiento por las estructuras necesarias para construir una candidatura
ganadora, para movilizar a sus votantes y para defender sus casillas el día de
la elección. Uno tras otro han ido saltado al pozo del lopezobradorismo
príistas, panistas y verdecologistas, además de empresarios, intelectuales y
líderes de opinión y de lideresas sindicales bajo arresto domiciliario,
cristianos evangélicos osoristas y calderonistas de cepa. Hace 6 ó 12 años,
esos mismos conspiraban para evitar el triunfo del tabasqueño y fraguaban el
fraude en su contra y hoy recogen la epifanía de Antonio Solá y se distribuyen en la miríada de espacios que les ofrece.
No existe entre él y ellos ningún compromiso ideológico, político o
programático sino un pragmatismo puro y duro.
A López
Obrador, el sacrificio moral no le ha pasado factura. Los números siguen
invitando a todos al optimismo. Todas las encuestas coinciden en que el
tabasqueño tiene un piso estable y muy superior al de sus competidores, no baja
de ahí y aún tiene espacio para crecer. Sin
Embargo señala que el promedio de las encuestas levantadas durante la etapa de
precampaña, entre el 14 de diciembre y el 11 de febrero, le da una ventaja de
doble dígito sobre sus perseguidores (38% de la intención de voto contra 27% y
22%). Los pronósticos a éstas alturas de la campaña le son más favorables
que en 2006 y, por supuesto, no tienen punto de comparación con los de 2012.
Naturalmente, conforme vayan definiéndose las candidaturas del resto de los
precandidatos la diferencia tenderá a estrecharse. Las últimas encuestas ya
señalan un crecimiento de su único rival real y las siguiente señalarán un
crecimiento del o de los aspirantes a candidatos independientes, hoy sotaneros,
que logren colarse a la boleta.
La
adhesión de media clase política y los números ayudan a consolidar la
percepción de que el triunfo de López Obrador es inevitable y lo único que está
en juego es el segundo lugar —que, de suyo, no es poca cosa, además de que
también deberán definirse otros espacios de poder, gubernaturas,
presidenciales, senadurías, diputaciones, que el tabasqueño parece dispuesto a
negociar— y más importante, la percepción de que el eterno segundón se ha
reinventado como un Midas electoral que podría ganar todas las elecciones que
toque y que la marca AMLO, por sí sola, podría jalar a todos los que se le
cuelguen —algunos, muy pesados—. En política, dicen, percepción es realidad…
También
el muy calderonista Roberto Gil Zuarth hizo un guiño a Andrés Manuel López
Obrador al anunciar su retiro de la vida pública: —Nunca nos hemos sentado a la
mesa con él —dijo, ya liberado de las cadenas de lo políticamente correcto. —Es
momento de dejarnos del cuento de que es un peligro para México.
Ni el
analista político más inspirado podría decirlo más claramente: el establishment y López Obrador nunca han compartido la
mesa del poder. Es tiempo de una reconfiguración política que satisfaga a los
más posibles.
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