—Cuando se alteran los agraviados y resuelven, nunca sin sangre
o venganza vuelven —dice el poeta. —¡Viva Fuenteovejuna! ¡Mueran los tiranos!
Fuenteovejuna, una de las obras favoritas de Lope de Vega, está basada en
hechos reales. De acuerdo con la crónica de Sebastián de Covarrubias, “una
noche de abril de 1476”, los vecinos de Fuenteovejuna, Andalucía asesinaron a
Hernán Pérez de Guzmán, comendador mayor de Calatrava, a quien acusaban de “mil
insultos”. Cuando las autoridades interrogaron a los lugareños buscando hallar,
entre ellos, a los responsables del magnicidio, no pudieron sacarles otra
palabra sino una lacónica declaración de omertà: —¡Fuenteovejuna lo hizo!
Durante décadas, el sistema político mexicano, el Fuenteovejuna
nuestro, funcionó con precisión milimétrica. La dictadura perfecta, como la
llamó Mario Vargas Llosa en una tertulia sobre Europa del este (¿?), en 1990,
se constituía a partir de un axioma invulnerable: “No reelección”, la
permanencia del partido, no del hombre. El presidente saliente podía elegir a
su sucesor pero, luego, perdía toda influencia sobre él, pasaba a retiro —y con
pensión—. Ésta fórmula ayudó a México exentarse de la violencia que caracterizó
las transiciones de sus vecinos latinoamericanos. Cuando Rogerio de la Selva,
secretario particular de Miguel Alemán, consultó a Lázaro Cárdenas sobre la
conveniencia de hacer una excepción a la regla, el general, el de mayor
ascendencia política y moral sobre la familia revolucionaria, le advirtió que
siempre que alguno quisiera perpetuarse en el poder ocasionaría un baño de
sangre. —No comparto la teoría de que los hombres sean imprescindibles —le dijo.
En el cénit de su presidencia, Carlos Salinas de Gortari, sin
embargo, se creyó imprescindible. Los partidarios de su proyecto transexenal
esgrimían que el buen desempeño del mandatario no debería ser desperdiciado y
que, en democracia, la reelección debería ser decisión del pueblo; los más
locuaces retomaban el alegato de Gonzalo N. Santos a propósito de la reforma
constitucional de 1926, la cual permitiría la reelección de Álvaro Obregón, que
comenzaba diciendo que “la Revolución no podía permitirse la inutilización
permanente de sus líderes”. Consciente, no obstante, de que pretender la
reelección inmediata sería un exceso de soberbia impensable incluso para El
Manco de Celaya —la intentona de Gonzalo Martínez Corbalá de reelegirse como gobernador
de San Luis Potosí, vista como un experimento del salinismo, había generado
fuertes críticas—,
Salinas apostó, mejor, por una reelección colegiada, un salinato, al cabo del
cual volvería, triunfante, abanderando al nuevo PRI, el partido de la Solidaridad.
El presidente hacia cambios pero no para que el partido conservar el
poder, como marcaban los cánones, sino para que el hombre lo acumulara. El
desmantelamiento del ancien
régime conduciría a la democracia, según Salinas.
Salinas, fanático de la intriga, propició el clima enrarecido en
medio del cual ocurrió al asesinato de su delfín, su hijo político, estos días,
hace 24 años. Ahora, como entonces, dicho sea de paso, es Salinas quien mueve
la cuna de la desestabilización. Los motivos son otros, por supuesto. Ya no se
trata de conservar y acumular el poder formal sino de salvar el poder factico
que ha permitido al expresidente, por ejemplo, hacer un negociazo de la exploración y la explotación de
hidrocarburos y
hacer caja, diría Federico Berrueto, a costa “de los gobernadores que le
abren tesorería y le hacen homenajes y de los políticos que le visitan y le
rinden tributo real y figurado”.
Puesto así, para Salinas, perder su pensión ha de ser lo de menos…
—Pues no puede averiguarse el suceso por escrito, aunque fue
grave el delito, por fuerza habrá de perdonarse —escribió Lope de Vega dándole
voz a Fernando de Aragón, resignándose a que el crimen, por confuso, era
irresoluble. —Y la villa es bien se quede en mí, pues de mí se vale, hasta ver
si, acaso, hay comendador que la herede.
¡Fuenteovejuna lo hizo! ¡Al candidato lo mataron todos los
agraviados del salinismo!
0 comentarios:
Publicar un comentario