El 2 de
marzo de 1994, Francisco Marín Moreno publicó una carta en la que dándole voz a
Luis Donaldo Colosio anunciaba la muerte política de Carlos Salinas de Gortari.
—Hermano, debo matarte —escribió,
animando al candidato a romper con su patrón. Colosio debía su existencia a
Salinas, pero Salinas violaba con Colosio el axioma invulnerable a partir del
cual se construyó el sistema político mexicano, “No reelección”, la permanencia
del partido, no del hombre. El presidente quería bloquear la circulación de las
élites, ser rey. Consciente de que pretender la reelección inmediata sería un exceso
de soberbia —la
intentona de Gonzalo Martínez Corbalá de reelegirse como gobernador de San Luis
Potosí, vista como un experimento del salinismo, había generado fuertes
críticas—, Salinas apostó, mejor, por una
reelección colegiada, un salinato, al cabo del cual volvería, triunfante,
abanderando al nuevo PRI, el partido de la Solidaridad. Él y solo él, en su
obsesión, sería responsable del enrarecimiento del clima político en medio del
cual ocurriría el asesinato de su delfín.
Salinas
fracasó en su intento de ser rey, pero el salinismo (¿1982? – 1994) significó
la corrección de los dedicados equilibrios que sostenía al sistema. Esto, por
supuesto, no gustó a todos. La lucha fratricida en el terreno de lo ideológico/económico
entre el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo se trasladó al de lo
político fracturando al PRI en dos: uno, el de Salinas y Colosio, que repartía
a su tecnocrática discreción el pastel del poder, muy cargado a la derecha, al
PAN, con el que comenzó a concertacesionar; otro, el de veras, que exigía una
repartición justa y que al negársela, se escindiría como la Corriente
Democrática, la que se llamaría luego PRD y luego, MORENA.
Andrés
Manuel López Obrador encarna, pues, el reclamo histórico de aquella facción del
PRI que fue apartada del banquete del poder hace 30 años. La reconciliación
nacional que anuncia López Obrador no es otra cosa sino la propuesta en grado
de imposición de una reconfiguración política en la que no solo se le pague lo
que individual y grupalmente se le debe, sino, además, se le acepte, votos
mediante, como el nuevo tlatoani, como la nueva
autoridad política y moral del país. Nuevamente, la posible corrección de los
delicados equilibrios que sostienen al sistema no gusta a todos. Quizá, de
nuevo, hayan quienes quieran llevar el país a un escenario semejante al de
1994, en el que la crisis política solo se resolvería, como sugiere,
misterioso, Diego Fernández de Cevallos, “matando”.
Como
resultado de la lucha fratricida del priísmo histórico, presente aún en 2018,
rebasado el régimen peñista y con la tensión política y social increscendo, no es
descartable un atentado contra López Obrador —dicho sea de paso, una veintena
de aspirantes de menor rango han sido asesinados desde noviembre—. No solo no
podemos descartarlo sino que, de hecho, parece que las manos que mueven la cuna
de la desestabilización intentan armar un escenario en el que cualquier
desenlace trágico pudiera achacársele, como narrativa central a partir de la
cual podrían derivarse toda suerte de elucubraciones, a la irresponsabilidad
del candidato, específicamente, a la relajación de las medidas de seguridad en
sus traslados: por tierra, porque a lo mejor se topa con alguno que ve en él “un activo para otros fines”; por
aire, porque
a lo mejor su avioneta se desploma y su piloto habitual ¡ni cuenta!;
¡si viajara por agua, las mismas fuentes advertirían sobre los peligros de ser
devorado por los cocodrilos del Grijalva! Recientemente, en Chiapas, López
Obrador vivió momentos tensos, prueba de que más allá de las teorías
conspirativas, los riesgos son reales. ¡Y
eso hace perfecta la teoría conspirativa!…
Recuerda
Francisco Martín Moreno que los antiguos romanos mataban de frente, a rostro
descubierto. —Et tu, Brute?!
Los
mexicanos, al contrario, matan por la espalda, procurando que sus crímenes sean
tan confusos que resulten irresolubles. Así mataron a Luis Donaldo Colosio,
apuntando convenientemente, a la autoría intelectual de Carlos Salinas de
Gortari. Y así se matarían entre hermanos, otra vez… si se atrevieran.
0 comentarios:
Publicar un comentario