martes, 6 de marzo de 2018

Hermano, debo matarte… ¿otra vez?




El 2 de marzo de 1994, Francisco Marín Moreno publicó una carta en la que dándole voz a Luis Donaldo Colosio anunciaba la muerte política de Carlos Salinas de Gortari. —Hermano, debo matarte —escribió, animando al candidato a romper con su patrón. Colosio debía su existencia a Salinas, pero Salinas violaba con Colosio el axioma invulnerable a partir del cual se construyó el sistema político mexicano, “No reelección”, la permanencia del partido, no del hombre. El presidente quería bloquear la circulación de las élites, ser rey. Consciente de que pretender la reelección inmediata sería un exceso de soberbia —la intentona de Gonzalo Martínez Corbalá de reelegirse como gobernador de San Luis Potosí, vista como un experimento del salinismo, había generado fuertes críticas—, Salinas apostó, mejor, por una reelección colegiada, un salinato, al cabo del cual volvería, triunfante, abanderando al nuevo PRI, el partido de la Solidaridad. Él y solo él, en su obsesión, sería responsable del enrarecimiento del clima político en medio del cual ocurriría el asesinato de su delfín.

Salinas fracasó en su intento de ser rey, pero el salinismo (¿1982? – 1994) significó la corrección de los dedicados equilibrios que sostenía al sistema. Esto, por supuesto, no gustó a todos. La lucha fratricida en el terreno de lo ideológico/económico entre el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo se trasladó al de lo político fracturando al PRI en dos: uno, el de Salinas y Colosio, que repartía a su tecnocrática discreción el pastel del poder, muy cargado a la derecha, al PAN, con el que comenzó a concertacesionar; otro, el de veras, que exigía una repartición justa y que al negársela, se escindiría como la Corriente Democrática, la que se llamaría luego PRD y luego, MORENA.

Andrés Manuel López Obrador encarna, pues, el reclamo histórico de aquella facción del PRI que fue apartada del banquete del poder hace 30 años. La reconciliación nacional que anuncia López Obrador no es otra cosa sino la propuesta en grado de imposición de una reconfiguración política en la que no solo se le pague lo que individual y grupalmente se le debe, sino, además, se le acepte, votos mediante, como el nuevo tlatoani, como la nueva autoridad política y moral del país. Nuevamente, la posible corrección de los delicados equilibrios que sostienen al sistema no gusta a todos. Quizá, de nuevo, hayan quienes quieran llevar el país a un escenario semejante al de 1994, en el que la crisis política solo se resolvería, como sugiere, misterioso, Diego Fernández de Cevallos, “matando”.

Como resultado de la lucha fratricida del priísmo histórico, presente aún en 2018, rebasado el régimen peñista y con la tensión política y social increscendo, no es descartable un atentado contra López Obrador —dicho sea de paso, una veintena de aspirantes de menor rango han sido asesinados desde noviembre—. No solo no podemos descartarlo sino que, de hecho, parece que las manos que mueven la cuna de la desestabilización intentan armar un escenario en el que cualquier desenlace trágico pudiera achacársele, como narrativa central a partir de la cual podrían derivarse toda suerte de elucubraciones, a la irresponsabilidad del candidato, específicamente, a la relajación de las medidas de seguridad en sus traslados: por tierra, porque a lo mejor se topa con alguno que ve en él “un activo para otros fines”; por aire, porque a lo mejor su avioneta se desploma y su piloto habitual ¡ni cuenta!; ¡si viajara por agua, las mismas fuentes advertirían sobre los peligros de ser devorado por los cocodrilos del Grijalva! Recientemente, en Chiapas, López Obrador vivió momentos tensos, prueba de que más allá de las teorías conspirativas, los riesgos son reales. ¡Y eso hace perfecta la teoría conspirativa!…

Recuerda Francisco Martín Moreno que los antiguos romanos mataban de frente, a rostro descubierto. —Et tu, Brute?!

Los mexicanos, al contrario, matan por la espalda, procurando que sus crímenes sean tan confusos que resulten irresolubles. Así mataron a Luis Donaldo Colosio, apuntando convenientemente, a la autoría intelectual de Carlos Salinas de Gortari. Y así se matarían entre hermanos, otra vez… si se atrevieran.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 6 de marzo de 2018.

0 comentarios:

Publicar un comentario

martes, 6 de marzo de 2018

Hermano, debo matarte… ¿otra vez?




El 2 de marzo de 1994, Francisco Marín Moreno publicó una carta en la que dándole voz a Luis Donaldo Colosio anunciaba la muerte política de Carlos Salinas de Gortari. —Hermano, debo matarte —escribió, animando al candidato a romper con su patrón. Colosio debía su existencia a Salinas, pero Salinas violaba con Colosio el axioma invulnerable a partir del cual se construyó el sistema político mexicano, “No reelección”, la permanencia del partido, no del hombre. El presidente quería bloquear la circulación de las élites, ser rey. Consciente de que pretender la reelección inmediata sería un exceso de soberbia —la intentona de Gonzalo Martínez Corbalá de reelegirse como gobernador de San Luis Potosí, vista como un experimento del salinismo, había generado fuertes críticas—, Salinas apostó, mejor, por una reelección colegiada, un salinato, al cabo del cual volvería, triunfante, abanderando al nuevo PRI, el partido de la Solidaridad. Él y solo él, en su obsesión, sería responsable del enrarecimiento del clima político en medio del cual ocurriría el asesinato de su delfín.

Salinas fracasó en su intento de ser rey, pero el salinismo (¿1982? – 1994) significó la corrección de los dedicados equilibrios que sostenía al sistema. Esto, por supuesto, no gustó a todos. La lucha fratricida en el terreno de lo ideológico/económico entre el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo se trasladó al de lo político fracturando al PRI en dos: uno, el de Salinas y Colosio, que repartía a su tecnocrática discreción el pastel del poder, muy cargado a la derecha, al PAN, con el que comenzó a concertacesionar; otro, el de veras, que exigía una repartición justa y que al negársela, se escindiría como la Corriente Democrática, la que se llamaría luego PRD y luego, MORENA.

Andrés Manuel López Obrador encarna, pues, el reclamo histórico de aquella facción del PRI que fue apartada del banquete del poder hace 30 años. La reconciliación nacional que anuncia López Obrador no es otra cosa sino la propuesta en grado de imposición de una reconfiguración política en la que no solo se le pague lo que individual y grupalmente se le debe, sino, además, se le acepte, votos mediante, como el nuevo tlatoani, como la nueva autoridad política y moral del país. Nuevamente, la posible corrección de los delicados equilibrios que sostienen al sistema no gusta a todos. Quizá, de nuevo, hayan quienes quieran llevar el país a un escenario semejante al de 1994, en el que la crisis política solo se resolvería, como sugiere, misterioso, Diego Fernández de Cevallos, “matando”.

Como resultado de la lucha fratricida del priísmo histórico, presente aún en 2018, rebasado el régimen peñista y con la tensión política y social increscendo, no es descartable un atentado contra López Obrador —dicho sea de paso, una veintena de aspirantes de menor rango han sido asesinados desde noviembre—. No solo no podemos descartarlo sino que, de hecho, parece que las manos que mueven la cuna de la desestabilización intentan armar un escenario en el que cualquier desenlace trágico pudiera achacársele, como narrativa central a partir de la cual podrían derivarse toda suerte de elucubraciones, a la irresponsabilidad del candidato, específicamente, a la relajación de las medidas de seguridad en sus traslados: por tierra, porque a lo mejor se topa con alguno que ve en él “un activo para otros fines”; por aire, porque a lo mejor su avioneta se desploma y su piloto habitual ¡ni cuenta!; ¡si viajara por agua, las mismas fuentes advertirían sobre los peligros de ser devorado por los cocodrilos del Grijalva! Recientemente, en Chiapas, López Obrador vivió momentos tensos, prueba de que más allá de las teorías conspirativas, los riesgos son reales. ¡Y eso hace perfecta la teoría conspirativa!…

Recuerda Francisco Martín Moreno que los antiguos romanos mataban de frente, a rostro descubierto. —Et tu, Brute?!

Los mexicanos, al contrario, matan por la espalda, procurando que sus crímenes sean tan confusos que resulten irresolubles. Así mataron a Luis Donaldo Colosio, apuntando convenientemente, a la autoría intelectual de Carlos Salinas de Gortari. Y así se matarían entre hermanos, otra vez… si se atrevieran.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 6 de marzo de 2018.

No hay comentarios:

Publicar un comentario