Hay de olas, a olas. Hay las que son generadas por el
viento, las que lo son por tormentas y las que lo son por maremotos. Y hay olas
políticas, análogas al fenómeno físico. ¡Y muy choteadas! Tal vez por eso,
aunque la analogía sería perfecta, Andrés Manuel López Obrador haya evitado
referirse así a su movimiento.
La ola de López Obrador no se ha generado solo por un
viento de cambio ni solo por la tormenta del enojo, sino en un maremoto en las
entrañas del sistema político mexicano que éste año toca su punto crítico en el
que deberá definir si continúa la ruta del neoliberalismo depredador que nos ha
arruinado durante tres décadas o regresa a la de un nacionalismo revolucionario
ochentero más o menos adecuado a nuestros días. A 90 días de distancia, la ola
parece impresionante: Sin
embargo señala que el promedio de las encuestas levantadas durante la etapa de
precampaña, entre el 14 de diciembre y el 11 de febrero, le daba a López Obrador una ventaja de doble dígito sobre sus
perseguidores (38% de la intención de voto contra 27% y 22%).
A partir de entonces, el promedio de su ventaja se ha ampliado
(40% contra 28%
y 25%). No es sorprendente, pues, que de la mano de López
Obrador, MORENA haya tenido un crecimiento sostenido en número de votantes o
que sea el partido que más ha crecido en el número de afiliados.
Indudablemente, la marca AMLO es la principal
fortaleza de todos los candidatos que competirán bajo las siglas de la aberrante
coalición MORENA-PT-PES. Luego, es entendible que la mejor campaña de estos sea
hacer campaña para López Obrador. Los nuevos barones del lopezobradorismo, sin
embargo, se equivocan al asegurar a sus candidatos que quien no arbole orgullosísimo
la efigie de su patrón “va a perder”. La ola de López Obrador es un tsunami que
romperá violentamente pero que, como es natural, irá perdiendo fuerza conforme
vaya penetrando en tierra; la marca AMLO, pues, tenderá a diluirse conforme
vaya compitiendo en los procesos más locales: en los municipios, especialmente
en los más pequeños, la marca no será tan decisiva como sus candidatos o sus
propuestas; a nivel municipal los votantes tienen demandas electorales muy
concretas en materia de seguridad, movilidad o sanidad que no son competencia del
presidente de la República sino de los presidentes municipales. ¿Carro
completo? ¡Ni hablar!
Ha quedado clarísimo que el principal objetivo de los
candidatos de MORENA es hacer ganar a López Obrador. El principal, de acuerdo,
pero no debería ser el único. Otra vez se equivocan los nuevos barones del
lopezobradorismo al proclamar que de nada serviría ganar gubernaturas o
presidencias municipales “si no se ganara la presidencia de la República”. La
afirmación invita al desánimo: el Movimiento tiene —¿tenía?
— la oportunidad de promover la generación de una nueva
clase política pero ha preferido reciclar a políticos habituales cuyas
estructuras cumplirán con el tributo electoral
lopezobradorista, garantizando la movilización de sus votantes y la defensa de sus casillas el día
de la elección. Y se pone
peor: la estrategia AMLOcéntrica hace de dique a la ola, remitiéndonos al
pragmatismo que impera donde se toman las decisiones del partido. En MORENA, el
partido político fundado, estos días, hace 4 años, ex professo para sostener
la candidatura presidencial de López Obrador, todos los proyectos personales
están supeditados al proyecto presidencial y, por lo tanto, son negociables. La
tentación de negociar votaciones diferenciadas que le convengan en lo nacional y
le perjudiquen en lo local, está…
Para Andrés Manuel López Obrador, las condiciones
meteorológicas y geológicas o políticas y sociales son inmejorables.
Electoralmente, él y solo él se beneficia de la suma de frustraciones y enojos
y del agotamiento del sistema político.
En condiciones más favorables el fenómeno AMLO sería
imposible.
Francisco Baeza
[@paco_baeza_]. 11 de abril de 2018.
0 comentarios:
Publicar un comentario