viernes, 6 de abril de 2018

El Aniversario (Dave Malto)


Desde temprano sabía que no sería un día cualquiera, no sólo porque quería que
fuera especial y maravilloso, sino porque como dicen las mujeres, la intuición no
falla; fue un día que comenzó con mucho ánimo y alegría, conecté las bocinas a la
música en la computadora para escuchar fuerte y cantar a garganta abierta, me di
un baño muy entusiasmado y siempre pensando en lo especial que quería fuera
aquel día.

Después del ritual cotidiano del baño y de vestirme, primero con ropa cómoda
para ir de compras, me dispuse a salir. Era nuestro tercer aniversario como novios
y quise hacerle una cena especial, ya me había puesto de acuerdo con él para
verlo cuando saliera del trabajo, seguramente llegaría a las nueve de la noche,
considerando su trayecto, y eran apenas las diez de la mañana así que tenía el
día entero para los preparativos.

Un día antes escogí el menú, así que ya sabía qué comprar; salí de casa con
sonrisa amplia y ánimo para hacer de las compras una experiencia divertida y
tranquila, ya en el mercado busqué con esmero cada ingrediente con la esperanza
de encontrar lo mejor; pasé por las verduras para comprar berenjenas, por las
hierbas pidiendo albahaca y gengibre, puse en la bolsa pimientos y quesos,
después recordé que debía ir a la vinatería para escoger quizá un shiraz, un
carmenere o alguna mezcla de uvas que recordara sabrosa y especial.

El menú consistió para la entrada en una pasta fusili en salsa de pimiento morrón,
luego arroz de jazmín y ensalada con lechugas, jitomatitos cherry y espinaca
sazonados en balsámico, sal, tres pimientas y aceite de oliva; todo como
guarnición para acompañar unas berenjenas a la italiana de plato fuerte, de postre
un chocolate amargo en barra acompañado con cuadritos de un queso “gran
apadana” y ate de guayaba; el pan fue de ajo con pimienta, albahaca y aceite de
oliva. No podían faltar las flores, escogí unas hortensias, agapandos azules y
rosas en color lila.

Ya en la casa preparé los floreros y acomodé la mesa para que estuviera en el
ángulo exacto, donde a la luz de las velas tuviéramos intimidad y romanticismo,
así que la acerqué a la ventana para combinar la luz de la calle y tener un
ambiente maravilloso y dispuse los muebles del comedor para crear un espacio
agradable, por supuesto la música fue una selección tranquila y romántica que
esperaba en el estereo.

Para cuando comencé a cocinar eran ya las seis de la tarde así que me apuré con
la comida y para las ocho y media de la noche estaba ya todo listo y en orden,
pensé que esperar media hora no sería problema así que volví a revisar el sabor
de cada platillo y me dispuse a vestirme, no muy elegante pero tampoco muy
casual, la ropa incluyó un suspensorio para hacer de después de la cena una
noche erótica y apasionada.

Vistiéndome me dieron las nueve con veinticinco minutos por lo que apresuré el
ritmo para que no me ganara mi amor, me atavié con el perfume que sé que le
encanta y estaba más que listo, contentísimo y ansioso a las nueve cuarenta. Me
senté en la sala para esperarlo, pensando que no tardaría.

Encendí las velas, diez minutos después las apagué de nuevo, para que no se
consumieran mucho, volví a revisar la comida y pensé que tal vez sería mejor
servirla, pero me convencí que no, que podría enfriarse y decidí esperarlo.

A las diez con doce minutos comenzó la preocupación y decidí mandarle un
mensaje recordándole que habíamos quedado en vernos en mi casa cuando
saliera del trabajo; para las once de la noche no había recibido respuesta del
mensaje y con los nervios hechos trizas decidí llamarle.

No sólo no respondió a la primer llamada sino que a las doce veinte, con treinta y
cinco llamadas no respuestas, estaba yo hecho un histérico y desesperado animal,
salía a la calle a buscar en el horizonte la figura lejana de él, encontrándome con
la más pesada y fría soledad, marcaba su número y siempre respondía el buzón.
Eran exactamente las doce con cincuenta y nueve minutos cuando, por fin,
respondió.

— Perdón Darío, es que después del trabajo tuvimos junta y no pude safarme.
— No te preocupes, ¿está todo bien?
— Pues sí, sólo que estoy muy cansado, yo creo que mejor te veo mañana, .
— Pero...
— Perdón, es que de verdad estoy muerto, ¿no puedes darme la sorpresa que
me dijiste, mañana por la tarde?
— Ay Jesús, es que ya mañana no va a tener chiste, por favor toma un taxi y
ven, no te quito mucho tiempo y dormimos juntos, anda.
— Es que Darío, por favor, entiende que fue un día pesado y que no tengo
ánimos de nada.
— Bueno, pues entonces mañana no hay sorpresa, no me lo tomes a mal pero
si no vienes ahorita, esto ya valió madres.
— Ay Darío, me caga que te pongas en tu drama, como si yo tuviera la
obligación de cubrir tus pendejos caprichos tontos.

— Pues no Jesús, no tienes ninguna obligación de cubrir mis pendejos
caprichos tontos, pero yo tampoco tengo porqué estarte esperando con una
sorpresa, ni hacer absolutamente nada por ti, ni para ti.
— ¿Ves? A veces me desesperas, me hartas...
Cuando colgué no pude evitar el llanto, mi desilusión fue tal, que eché toda la
comida a la basura, me quité la ropa y quise dormir, aunque me fue imposible,
deseando no quererlo así, deseando con el alma no estar enamorado de él, ni
darle ese poder que tiene sobre mí, esa facilidad de acabarme por completo.
Eran las tres de la mañana con ocho minutos, yo seguía en medio del llanto,
cuando sonó el timbre del departamento, sabía que era él, y me negué a abrirle,
aunque no por mucho tiempo; salí, lo miré de frente y con esa mirada de cabrón
que me conquistó, me tomó primero de las manos, ninguno de los dos dijo nada,
por su aspecto, no parecía venir del trabajo sino de una parranda, además olía a
alocohol, me abrazó y me dijo – A ver pues, dame esa sorpresa que tanto
necesitas darme ahorita.
– Ay Jesús– Exclamé con pesar, abrí más la puerta y le indiqué que pasara,
ya adentro señalé el bote de la basura con mi elegantísima comida dentro y al
voltear a ver el ambiente, la mesa puesta, las velas apagadas y la disposición de
los muebles, soltó una carcajada. Yo, me enojé y continuó la discusión...
Nuestro aniversario fue, como siempre, una pelea más, una noche sin sexo y un
motivo añadido a los anteriores para sentirme insatisfecho, un tanto solo y cada
vez más enamorado.

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viernes, 6 de abril de 2018

El Aniversario (Dave Malto)


Desde temprano sabía que no sería un día cualquiera, no sólo porque quería que
fuera especial y maravilloso, sino porque como dicen las mujeres, la intuición no
falla; fue un día que comenzó con mucho ánimo y alegría, conecté las bocinas a la
música en la computadora para escuchar fuerte y cantar a garganta abierta, me di
un baño muy entusiasmado y siempre pensando en lo especial que quería fuera
aquel día.

Después del ritual cotidiano del baño y de vestirme, primero con ropa cómoda
para ir de compras, me dispuse a salir. Era nuestro tercer aniversario como novios
y quise hacerle una cena especial, ya me había puesto de acuerdo con él para
verlo cuando saliera del trabajo, seguramente llegaría a las nueve de la noche,
considerando su trayecto, y eran apenas las diez de la mañana así que tenía el
día entero para los preparativos.

Un día antes escogí el menú, así que ya sabía qué comprar; salí de casa con
sonrisa amplia y ánimo para hacer de las compras una experiencia divertida y
tranquila, ya en el mercado busqué con esmero cada ingrediente con la esperanza
de encontrar lo mejor; pasé por las verduras para comprar berenjenas, por las
hierbas pidiendo albahaca y gengibre, puse en la bolsa pimientos y quesos,
después recordé que debía ir a la vinatería para escoger quizá un shiraz, un
carmenere o alguna mezcla de uvas que recordara sabrosa y especial.

El menú consistió para la entrada en una pasta fusili en salsa de pimiento morrón,
luego arroz de jazmín y ensalada con lechugas, jitomatitos cherry y espinaca
sazonados en balsámico, sal, tres pimientas y aceite de oliva; todo como
guarnición para acompañar unas berenjenas a la italiana de plato fuerte, de postre
un chocolate amargo en barra acompañado con cuadritos de un queso “gran
apadana” y ate de guayaba; el pan fue de ajo con pimienta, albahaca y aceite de
oliva. No podían faltar las flores, escogí unas hortensias, agapandos azules y
rosas en color lila.

Ya en la casa preparé los floreros y acomodé la mesa para que estuviera en el
ángulo exacto, donde a la luz de las velas tuviéramos intimidad y romanticismo,
así que la acerqué a la ventana para combinar la luz de la calle y tener un
ambiente maravilloso y dispuse los muebles del comedor para crear un espacio
agradable, por supuesto la música fue una selección tranquila y romántica que
esperaba en el estereo.

Para cuando comencé a cocinar eran ya las seis de la tarde así que me apuré con
la comida y para las ocho y media de la noche estaba ya todo listo y en orden,
pensé que esperar media hora no sería problema así que volví a revisar el sabor
de cada platillo y me dispuse a vestirme, no muy elegante pero tampoco muy
casual, la ropa incluyó un suspensorio para hacer de después de la cena una
noche erótica y apasionada.

Vistiéndome me dieron las nueve con veinticinco minutos por lo que apresuré el
ritmo para que no me ganara mi amor, me atavié con el perfume que sé que le
encanta y estaba más que listo, contentísimo y ansioso a las nueve cuarenta. Me
senté en la sala para esperarlo, pensando que no tardaría.

Encendí las velas, diez minutos después las apagué de nuevo, para que no se
consumieran mucho, volví a revisar la comida y pensé que tal vez sería mejor
servirla, pero me convencí que no, que podría enfriarse y decidí esperarlo.

A las diez con doce minutos comenzó la preocupación y decidí mandarle un
mensaje recordándole que habíamos quedado en vernos en mi casa cuando
saliera del trabajo; para las once de la noche no había recibido respuesta del
mensaje y con los nervios hechos trizas decidí llamarle.

No sólo no respondió a la primer llamada sino que a las doce veinte, con treinta y
cinco llamadas no respuestas, estaba yo hecho un histérico y desesperado animal,
salía a la calle a buscar en el horizonte la figura lejana de él, encontrándome con
la más pesada y fría soledad, marcaba su número y siempre respondía el buzón.
Eran exactamente las doce con cincuenta y nueve minutos cuando, por fin,
respondió.

— Perdón Darío, es que después del trabajo tuvimos junta y no pude safarme.
— No te preocupes, ¿está todo bien?
— Pues sí, sólo que estoy muy cansado, yo creo que mejor te veo mañana, .
— Pero...
— Perdón, es que de verdad estoy muerto, ¿no puedes darme la sorpresa que
me dijiste, mañana por la tarde?
— Ay Jesús, es que ya mañana no va a tener chiste, por favor toma un taxi y
ven, no te quito mucho tiempo y dormimos juntos, anda.
— Es que Darío, por favor, entiende que fue un día pesado y que no tengo
ánimos de nada.
— Bueno, pues entonces mañana no hay sorpresa, no me lo tomes a mal pero
si no vienes ahorita, esto ya valió madres.
— Ay Darío, me caga que te pongas en tu drama, como si yo tuviera la
obligación de cubrir tus pendejos caprichos tontos.

— Pues no Jesús, no tienes ninguna obligación de cubrir mis pendejos
caprichos tontos, pero yo tampoco tengo porqué estarte esperando con una
sorpresa, ni hacer absolutamente nada por ti, ni para ti.
— ¿Ves? A veces me desesperas, me hartas...
Cuando colgué no pude evitar el llanto, mi desilusión fue tal, que eché toda la
comida a la basura, me quité la ropa y quise dormir, aunque me fue imposible,
deseando no quererlo así, deseando con el alma no estar enamorado de él, ni
darle ese poder que tiene sobre mí, esa facilidad de acabarme por completo.
Eran las tres de la mañana con ocho minutos, yo seguía en medio del llanto,
cuando sonó el timbre del departamento, sabía que era él, y me negué a abrirle,
aunque no por mucho tiempo; salí, lo miré de frente y con esa mirada de cabrón
que me conquistó, me tomó primero de las manos, ninguno de los dos dijo nada,
por su aspecto, no parecía venir del trabajo sino de una parranda, además olía a
alocohol, me abrazó y me dijo – A ver pues, dame esa sorpresa que tanto
necesitas darme ahorita.
– Ay Jesús– Exclamé con pesar, abrí más la puerta y le indiqué que pasara,
ya adentro señalé el bote de la basura con mi elegantísima comida dentro y al
voltear a ver el ambiente, la mesa puesta, las velas apagadas y la disposición de
los muebles, soltó una carcajada. Yo, me enojé y continuó la discusión...
Nuestro aniversario fue, como siempre, una pelea más, una noche sin sexo y un
motivo añadido a los anteriores para sentirme insatisfecho, un tanto solo y cada
vez más enamorado.

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