En el
6, Quirinio, “un aristócrata que ya había pasado por todos los grados
honrosos”, según Flavio Josefo, instruyó a Coponio, prefecto de la nueva
provincia romana de Judea, a censar a todos sus ciudadanos con el propósito de aplicarles
nuevos impuestos. La medida motivó el surgimiento de uno de los primeros grupos
terroristas de la historia: los zelotes, vocablo griego
que significa celador. A éste grupo de
carácter nacionalista se le atribuyen algunas de las acciones más violentas de
la primera mitad del s. I: el levantamiento contra Coponio, en el 6 y al menos
dos motines contra su sucesor, Poncio Pilatos, uno en el 26, motivado por una
efigies profanas, y otro en el 27, motivado por la construcción de un acueducto
que vaciaba una de las santísimas piscinas bautismales judías para surtir agua
al palacio del gentil prefecto. Dirá de ellos Josefo que no les importaba que
se produjeran muchas muertes, incuso de sus parientes y amigos, con tal de no
admitir a ningún hombre como amo”.
A pesar
de la sabida beligerancia de los zelotes, Jesús incluyó a tres de ellos en el
número de sus discípulos: a Simón, llamado El Zelote o en hebreo, [el] kanna’im;
a Judas, llamado Tadeo oLebeo,
derivados del griego [el] Valiente, y a Judas,
llamado Iscariote, resultante de la contracción del latín est sicarii,
[el] Asesino. La participación de elementos
violentos en un movimiento que predicaba la reunión de todos los judíos y el
perdón de los pecados no es extraño: Jesús también anunciaba la liberación de
Israel del yugo de Roma y nada indicaba que los romanos se irían por las
buenas, respetando la voluntad del pueblo, de una provincia estratégica en cuya
retaguardia se encontraban los puertos mediterráneos y los graneros
alejandrinos. Al final del día, las armas, creían los zelotes, serían la única
opción. Y Jesús también lo creía: —Quien no tenga espada —ordenó a sus
seguidores —¡que venda su manto y compre una!
Igualmente,
no es extraño que en el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador
converjan algunos elementos violentos. López Obrador predica la reconciliación
nacional y una aún confusa —y controvertida— propuesta de amnistía para políticos y para criminales, pero también anuncia
el destierro político de la mafia del poder, la clase política que ha gobernado
el país con la complicidad indispensable de la potencia extranjera ocupante y
alternándose y mezclándose sus colores, durante los últimos 30 años. Ante la
(supuesta) conspiración mafiosa para no respetar el resultado electoral, la
voluntad popular, los zelotes lopezobradoristas utilizan la amenaza de
violencia como mecanismo de presión.
Muchas
veces, el propio López Obrador ha sabido meter presión para luego vestirse el
traje de estadista y erigirse como un factor indispensable de estabilidad: en
1993, una protesta de pescadores tabasqueños que amenazaba con arruinarle el
grito a Carlos Salinas de Gortari se resolvió, gracias a la mediación de Manuel
Camacho Solís y de Patrocinio González Garrido, con la entrega de miles de
cheques a cuenta del gobierno del Distrito Federal; en 1996, la toma de los
pozos de PEMEX en Tabasco se resolvió con una amnistía arrancada al procurador
Antonio Lozano Gracia; en 2006, el plantón de Reforma puso al país patas
pa’rriba pero ayudó a canalizar el enojo social por la vía de la resistencia no
violenta. En 2018, sin embargo, ha abandonado o amaga con abandonar su papel de
conciliador: —¡A ver quién amarra al tigre! ¿Será, acaso, que ya no puede
controlar al tigre? ¿Será que lo han rebasado?…
Es muy
prudente la petición que hace Emilio Álvarez Icaza a que Andrés Manuel López
Obrador, el favorito en las encuestas, “condene y haga un llamado a sus seguidores a no amenazar con
violencia a quien no piense como ellos”. La
respuesta despiadada de los troles lopezobradoristas subraya su punto.
En
estos tiempos de grandes tribulaciones, López Obrador debe —DEBE, en
mayúsculas— ejercer su liderazgo sobre los violentos. ¡Guarden sus espadas,
zelotes! ¡Amor y paz!
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