El 20 de junio de
1791, Luis XVI escapó de París disfrazado de aristócrata ruso. Excesiva hasta
en sus horas más bajas, la familia real francesa partió al exilio en un
carruaje lujoso, imposible de disimular, y llevando consigo un séquito de
sirvientes y peluqueros. Descubiertos en Varannes, fueron llevados de vuelta a
París, presos. El episodio fracturó a la oposición: Danton y Marat, se
dirigieron a Tullerías a la cabeza de una multitud que exigía la deposición del
rey; La Fayette les detuvo, violentamente. La masacre de Champ de Mars hizo parecer al marqués un monárquico,
arruinándole ante los ojos del vulgo…
Animado por los datos que arroja el estudio de opinión
que habrían realizado en Los Pinos, Andrés Manuel López
Obrador, protagonista de “las horas grises del sexenio”, intenta reordenar la
transición. Ya no pide la renuncia de Enrique Peña Nieto, como
hacía en el momento más álgido de las protestas contra el presidente; pide, mejor, “frenar la caída
[de Peña Nieto]”. En la medida que el tabasqueño ha ido
sumando apoyos se han ido apagando los cantos de sirena que le animaban a
abandonar la vía institucional e incorporarse a la vía golpista, a través de la
cual podría acceder al poder sin pasar, por tercera vez, por el incierto trance
de las urnas. No es que confíe más en las instituciones —no debería: lo que
está ocurriendo en el Estado de México “es una temprana advertencia de lo que se prepara para
2018” —, es que el popurrí de amigos que ha hecho los últimos meses le da
mayores garantías de que el establishment tendrá que respetar su triunfo.
La penúltima en saltar
del barco que se hunde para asirse a la escala salvadora lopezobradorista, ese
maderamen que crece a lo estúpido, descuidada y descontroladamente, ha sido
Elba Esther Gordillo. Es pronto para saber el alcance de la amistad entre el
campeón anticorrupción y el arquetipo de la corrupción del sistema, si será
limitado a la geografía mexiquense, o amplio, nacional. Si fuera lo segundo, no
es difícil imaginar que pediría Gordillo del millón de votos que ha depositado
en la urna de MORENA: por supuesto, participar en la derogación/revisión de la
reforma educativa; además, beneficiarse de la amnistía anticipada que ofrece el
otro, muy alfonsino —como presidente de la República, en efecto, estaría
facultado para indultar de acuerdo con el Artículo 89, fracción XIV— y espacios
de poder político para los suyos —¡ojo en Puebla, donde el alumno más leal de
la maestra está empecinado en construir un maximato!—…
La Fayette no era un
defensor de la monarquía sino un defensor de las instituciones. El marqués
temía que la caída abrupta del régimen provocara un vacío de poder que derivara
en caos. ¡Y mañana los austriacos estarían paseándose en París!
Enrique Peña Nieto se
resiste a reconocer que en Andrés Manuel López Obrador tiene, si no un amigo,
al menos ya no un enemigo.
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