miércoles, 24 de mayo de 2017

La reordenación de la transición por Francisco Baeza

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 24 de mayo de 2017.

El 20 de junio de 1791, Luis XVI escapó de París disfrazado de aristócrata ruso. Excesiva hasta en sus horas más bajas, la familia real francesa partió al exilio en un carruaje lujoso, imposible de disimular, y llevando consigo un séquito de sirvientes y peluqueros. Descubiertos en Varannes, fueron llevados de vuelta a París, presos. El episodio fracturó a la oposición: Danton y Marat, se dirigieron a Tullerías a la cabeza de una multitud que exigía la deposición del rey; La Fayette les detuvo, violentamente. La masacre de Champ de Mars hizo parecer al marqués un monárquico, arruinándole ante los ojos del vulgo…

Animado por los datos que arroja el estudio de opinión que habrían realizado en Los Pinos, Andrés Manuel López Obrador, protagonista de “las horas grises del sexenio”, intenta reordenar la transición. Ya no pide la renuncia de Enrique Peña Nieto, como hacía en el momento más álgido de las protestas contra el presidente; pide, mejor, “frenar la caída [de Peña Nieto]”. En la medida que el tabasqueño ha ido sumando apoyos se han ido apagando los cantos de sirena que le animaban a abandonar la vía institucional e incorporarse a la vía golpista, a través de la cual podría acceder al poder sin pasar, por tercera vez, por el incierto trance de las urnas. No es que confíe más en las instituciones —no debería: lo que está ocurriendo en el Estado de México “es una temprana advertencia de lo que se prepara para 2018” —, es que el popurrí de amigos que ha hecho los últimos meses le da mayores garantías de que el establishment tendrá que respetar su triunfo.

La penúltima en saltar del barco que se hunde para asirse a la escala salvadora lopezobradorista, ese maderamen que crece a lo estúpido, descuidada y descontroladamente, ha sido Elba Esther Gordillo. Es pronto para saber el alcance de la amistad entre el campeón anticorrupción y el arquetipo de la corrupción del sistema, si será limitado a la geografía mexiquense, o amplio, nacional. Si fuera lo segundo, no es difícil imaginar que pediría Gordillo del millón de votos que ha depositado en la urna de MORENA: por supuesto, participar en la derogación/revisión de la reforma educativa; además, beneficiarse de la amnistía anticipada que ofrece el otro, muy alfonsino —como presidente de la República, en efecto, estaría facultado para indultar de acuerdo con el Artículo 89, fracción XIV— y espacios de poder político para los suyos —¡ojo en Puebla, donde el alumno más leal de la maestra está empecinado en construir un maximato!—…

La Fayette no era un defensor de la monarquía sino un defensor de las instituciones. El marqués temía que la caída abrupta del régimen provocara un vacío de poder que derivara en caos. ¡Y mañana los austriacos estarían paseándose en París!


Enrique Peña Nieto se resiste a reconocer que en Andrés Manuel López Obrador tiene, si no un amigo, al menos ya no un enemigo.

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miércoles, 24 de mayo de 2017

La reordenación de la transición por Francisco Baeza

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 24 de mayo de 2017.

El 20 de junio de 1791, Luis XVI escapó de París disfrazado de aristócrata ruso. Excesiva hasta en sus horas más bajas, la familia real francesa partió al exilio en un carruaje lujoso, imposible de disimular, y llevando consigo un séquito de sirvientes y peluqueros. Descubiertos en Varannes, fueron llevados de vuelta a París, presos. El episodio fracturó a la oposición: Danton y Marat, se dirigieron a Tullerías a la cabeza de una multitud que exigía la deposición del rey; La Fayette les detuvo, violentamente. La masacre de Champ de Mars hizo parecer al marqués un monárquico, arruinándole ante los ojos del vulgo…

Animado por los datos que arroja el estudio de opinión que habrían realizado en Los Pinos, Andrés Manuel López Obrador, protagonista de “las horas grises del sexenio”, intenta reordenar la transición. Ya no pide la renuncia de Enrique Peña Nieto, como hacía en el momento más álgido de las protestas contra el presidente; pide, mejor, “frenar la caída [de Peña Nieto]”. En la medida que el tabasqueño ha ido sumando apoyos se han ido apagando los cantos de sirena que le animaban a abandonar la vía institucional e incorporarse a la vía golpista, a través de la cual podría acceder al poder sin pasar, por tercera vez, por el incierto trance de las urnas. No es que confíe más en las instituciones —no debería: lo que está ocurriendo en el Estado de México “es una temprana advertencia de lo que se prepara para 2018” —, es que el popurrí de amigos que ha hecho los últimos meses le da mayores garantías de que el establishment tendrá que respetar su triunfo.

La penúltima en saltar del barco que se hunde para asirse a la escala salvadora lopezobradorista, ese maderamen que crece a lo estúpido, descuidada y descontroladamente, ha sido Elba Esther Gordillo. Es pronto para saber el alcance de la amistad entre el campeón anticorrupción y el arquetipo de la corrupción del sistema, si será limitado a la geografía mexiquense, o amplio, nacional. Si fuera lo segundo, no es difícil imaginar que pediría Gordillo del millón de votos que ha depositado en la urna de MORENA: por supuesto, participar en la derogación/revisión de la reforma educativa; además, beneficiarse de la amnistía anticipada que ofrece el otro, muy alfonsino —como presidente de la República, en efecto, estaría facultado para indultar de acuerdo con el Artículo 89, fracción XIV— y espacios de poder político para los suyos —¡ojo en Puebla, donde el alumno más leal de la maestra está empecinado en construir un maximato!—…

La Fayette no era un defensor de la monarquía sino un defensor de las instituciones. El marqués temía que la caída abrupta del régimen provocara un vacío de poder que derivara en caos. ¡Y mañana los austriacos estarían paseándose en París!


Enrique Peña Nieto se resiste a reconocer que en Andrés Manuel López Obrador tiene, si no un amigo, al menos ya no un enemigo.

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