jueves, 30 de junio de 2016

A la CNTE, una prueba de amor. Por Francisco Baeza

Por Francisco Baeza
[@paco_baeza_]

El domingo, Andrés Manuel López Obrador marchó en defensa de la CNTE. Debió arremangarse la camisa y volver al cuerpo a cuerpo contra el gobierno. ¡El amor a la Coordinadora se prueba a ras del pavimento!

Desde la Glorieta de Colón, el tabasqueño propuso un gobierno de transición e insistió en el diálogo y en la reconciliación: “Debemos buscar una transición ordenada […] para que el pueblo elija, de manera libre y democrática, a su próximo gobierno”…

Hace tiempo que López Obrador trata de distanciarse de la imagen de subversivo que se impuso en la memoria colectiva luego de su derrota en 2006. Los plantones y las marchas y la comedia de gobierno legítimo que siguieron a la elección fracturaron su relación con un electorado que comenzaba a mirarle con sospecha. El “¡Voto por voto, casilla por casilla!”, genial grito de guerra del lópezobradorismo, reafirmó la idea de que el tipo era un mal perdedor y, peor, que, en su necedad, podría arrastrar al país a un conflicto inédito.

Seis años después, pagaría las consecuencias de la fractura. Cuando Luis Costa Bonino aterrizó en México, a finales de 2011, entre el favorito y su cliente se abría una brecha de 40%; 54% para uno, 14% para el otro. El charrúa teorizó que la tendencia se revertiría si lograba reconciliar al candidato con la sociedad y más importante, con el empresariado y con los líderes de opinión. De su imaginación germinó la idea de transformarle en un político cercano, sonriente, bonachón y, sobre todo, institucional. La estrategia sería un éxito y solo una serie de equivocaciones en las postrimerías de la campaña frustrarían la remontada.

López Obrador ha aprendido de sus errores y navega hacia 2018 con viento a favor. Es el candidato a vencer: las últimas elecciones confirmaron la fortaleza de su marca, el crecimiento de su partido y la decadencia de los partidos tradicionales, y las encuestas permiten calcular sus reservas electorales en 12-14 millones de votos. ¿Por qué, entonces, abandonaría la ruta de la institucionalidad imaginada por Costa Bonino para entregarse al akelarre en el que maestros y guerrilla danzan alrededor de una hoguera de diez mil pollos? La respuesta parece obvia – y es compartida con la mayoría de los mexicanos –: porque no confía en las instituciones.

La amistad entre López Obrador y la CNTE , expuesta ayer en un exitoso golpe de efecto, sirve para disuadir al establishment de violentar – de nuevo – el orden institucional. El tabasqueño habla de diálogo y reconciliación, pero se abraza con organizaciones capaces de pelear, por él, cada voto en las urnas y en la calle.

Desde el Sistema le envían señales que confirman sus temores. Le animan a despertar al pejelagarto que habita en él, animal feroz y repulsivo:
En septiembre de 2015, por ejemplo, Pablo Hiriart daba cuenta de reuniones en las que se discutía construir una candidatura independiente diseñada específicamente para lastimarle. “Solo así” – escribía el chileno-mexicano – “le podrían ganar”. Antes, Joaquín López-Dóriga comentaba que en ciertos círculos empresariales le miraban con extrema preocupación.“¡Hay que pararlo!”, le habrían dicho. El periodista interpretó aquello como una amenaza: “Eliminar a un candidato presidencial sería el peor y último error del Sistema”…

Para López Obrador, alcanzar un acuerdo con la CNTE no debe haber sido fácil: el tabasqueño no es menos autoritario que Carlos Salinas de Gortari o Enrique Peña Nieto y, como ellos, imagina un Estado fuerte construido a partir de la destrucción de los poderes fácticos. El riesgo de ser rebasado por los grupos radicales o de convertirse en uno de ellos, además, es muy alto.

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jueves, 30 de junio de 2016

A la CNTE, una prueba de amor. Por Francisco Baeza

Por Francisco Baeza
[@paco_baeza_]

El domingo, Andrés Manuel López Obrador marchó en defensa de la CNTE. Debió arremangarse la camisa y volver al cuerpo a cuerpo contra el gobierno. ¡El amor a la Coordinadora se prueba a ras del pavimento!

Desde la Glorieta de Colón, el tabasqueño propuso un gobierno de transición e insistió en el diálogo y en la reconciliación: “Debemos buscar una transición ordenada […] para que el pueblo elija, de manera libre y democrática, a su próximo gobierno”…

Hace tiempo que López Obrador trata de distanciarse de la imagen de subversivo que se impuso en la memoria colectiva luego de su derrota en 2006. Los plantones y las marchas y la comedia de gobierno legítimo que siguieron a la elección fracturaron su relación con un electorado que comenzaba a mirarle con sospecha. El “¡Voto por voto, casilla por casilla!”, genial grito de guerra del lópezobradorismo, reafirmó la idea de que el tipo era un mal perdedor y, peor, que, en su necedad, podría arrastrar al país a un conflicto inédito.

Seis años después, pagaría las consecuencias de la fractura. Cuando Luis Costa Bonino aterrizó en México, a finales de 2011, entre el favorito y su cliente se abría una brecha de 40%; 54% para uno, 14% para el otro. El charrúa teorizó que la tendencia se revertiría si lograba reconciliar al candidato con la sociedad y más importante, con el empresariado y con los líderes de opinión. De su imaginación germinó la idea de transformarle en un político cercano, sonriente, bonachón y, sobre todo, institucional. La estrategia sería un éxito y solo una serie de equivocaciones en las postrimerías de la campaña frustrarían la remontada.

López Obrador ha aprendido de sus errores y navega hacia 2018 con viento a favor. Es el candidato a vencer: las últimas elecciones confirmaron la fortaleza de su marca, el crecimiento de su partido y la decadencia de los partidos tradicionales, y las encuestas permiten calcular sus reservas electorales en 12-14 millones de votos. ¿Por qué, entonces, abandonaría la ruta de la institucionalidad imaginada por Costa Bonino para entregarse al akelarre en el que maestros y guerrilla danzan alrededor de una hoguera de diez mil pollos? La respuesta parece obvia – y es compartida con la mayoría de los mexicanos –: porque no confía en las instituciones.

La amistad entre López Obrador y la CNTE , expuesta ayer en un exitoso golpe de efecto, sirve para disuadir al establishment de violentar – de nuevo – el orden institucional. El tabasqueño habla de diálogo y reconciliación, pero se abraza con organizaciones capaces de pelear, por él, cada voto en las urnas y en la calle.

Desde el Sistema le envían señales que confirman sus temores. Le animan a despertar al pejelagarto que habita en él, animal feroz y repulsivo:
En septiembre de 2015, por ejemplo, Pablo Hiriart daba cuenta de reuniones en las que se discutía construir una candidatura independiente diseñada específicamente para lastimarle. “Solo así” – escribía el chileno-mexicano – “le podrían ganar”. Antes, Joaquín López-Dóriga comentaba que en ciertos círculos empresariales le miraban con extrema preocupación.“¡Hay que pararlo!”, le habrían dicho. El periodista interpretó aquello como una amenaza: “Eliminar a un candidato presidencial sería el peor y último error del Sistema”…

Para López Obrador, alcanzar un acuerdo con la CNTE no debe haber sido fácil: el tabasqueño no es menos autoritario que Carlos Salinas de Gortari o Enrique Peña Nieto y, como ellos, imagina un Estado fuerte construido a partir de la destrucción de los poderes fácticos. El riesgo de ser rebasado por los grupos radicales o de convertirse en uno de ellos, además, es muy alto.

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