martes, 21 de junio de 2016

Peña Nieto, desbordado. Francisco Baeza

[@paco_baeza]

Oteando el campamento de Enrique Peña Nieto, Sun Tzu advertiría banderas al garete y subalternos indisciplinados y rumorosos; advertiría oficiales desordenados y soldados que han perdido la confianza en su líder. A los ojos del estratega, Los Pinos se asemejaría a algún decadente cuartel en lo profundo las polvorientas planicies de Macheng…

Lo ocurrido en Nochixtlán, Oaxaca, el fin de semana reafirma que el régimen de Peña Nieto ha sido desbordado.

En Nochixtlán, el presidente volvió a exhibir las deficiencias que le han caracterizado durante todo el sexenio: la ausencia de liderazgo, la incapacidad para tender puentes de diálogo y la ineficiencia para responder a las crisis.

Nuevamente, la estrategia de comunicación del gobierno fue una guasa. Especialmente, falló en establecer su punto de vista en las redes sociales, la plaza pública de nuestro tiempo, donde se juzga y se condena en tiempo real. Mientras las plumas amigas de la CNTE imponían su versión, las suyas hacían mutis. Su derecho de réplica lo debió asumir un patético ejército de bots.

La versión oficial apunta a que la refriega comenzó cuando grupos ajenos a la CNTE emboscaron a la policía con una lluvia de cuetes y cócteles molotov y, luego, de balas. Ellos habrían disparado, no los maestros. La Coordinadora reconoce que había infiltrados dentro de las manifestaciones – una forma elegante de decir que en el movimiento magisterial-popular del que es vanguardia se cuentan elementos radicales propensos al enfrentamiento. En el milenario Nochixtlán se dieron cita todas las indignaciones y frustraciones de una sociedad que está harta y, más importante, que es consciente de su hartazgo. Algunos señalan que un sacerdote instigó el motín, ¡a saber si molesto por aquello de las uniones gay!

La versión oficial podría ser cierta, pero no será creíble. Luego de las pesquisas de rigor, emergerá una verdad histórica tanto o más frágil que las de Ayotzinapa, Apatzingán o Tlatlaya…

El objetivo de la carga del gobierno contra la CNTE no es solo devolver la rectoría de la educación al Estado sino, también, asegurar una transición ordenada. Claramente, la intención es desconectar el conflicto social de 2014-2016 del proceso electoral de 2018. El gobierno anticipa un escenario de polarización similar al de 2006 y maniobra para extinguir la protesta social antes que sea demasiado tarde.

El presidente ha retomado la iniciativa no para intentar construir un Estado fuerte a partir de la ruina de los poderes fácticos, sino para salvar lo que queda de él. Nos lleva de la mano, vacilante, más pendiente de sus calcetines que del suelo que pisa, a un escenario de conflicto que justificaría la imposición del orden a cualquier precio.

En medio del caos, su delfín, Aurelio Nuño, ahogó sus aspiraciones presidenciales en una verborrea violenta – “Si los oficiales se irritan con facilidad, es que están cansados”, razona Sun Tzu. El secretario de educación pública es el primer responsable de la intransigencia gubernamental. No es que la CNTE sea menos intransigente, es que toca al gobierno proponer un debate sin prejuicios.

A partir de éste punto, Nuño se ha vuelto prescindible. El inquilino de la ilustre oficina que inaugurara José Vasconselos y que habitaran filósofos y poetas podría encontrar acomodo en Insurgentes Norte, donde recién se abrió una vacante, pero ese movimiento requiere un ingenio político que su jefe no tiene…

Entre tanto, Andrés Manuel López Obrador se prepara para marchar en defensa de sus amigos maestros. El tabasqueño escucha cantos de sirena. Los grupos radicales lo animan a buscar una solución que le exima de pasar, de nuevo, por el incierto trance de las urnas.

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martes, 21 de junio de 2016

Peña Nieto, desbordado. Francisco Baeza

[@paco_baeza]

Oteando el campamento de Enrique Peña Nieto, Sun Tzu advertiría banderas al garete y subalternos indisciplinados y rumorosos; advertiría oficiales desordenados y soldados que han perdido la confianza en su líder. A los ojos del estratega, Los Pinos se asemejaría a algún decadente cuartel en lo profundo las polvorientas planicies de Macheng…

Lo ocurrido en Nochixtlán, Oaxaca, el fin de semana reafirma que el régimen de Peña Nieto ha sido desbordado.

En Nochixtlán, el presidente volvió a exhibir las deficiencias que le han caracterizado durante todo el sexenio: la ausencia de liderazgo, la incapacidad para tender puentes de diálogo y la ineficiencia para responder a las crisis.

Nuevamente, la estrategia de comunicación del gobierno fue una guasa. Especialmente, falló en establecer su punto de vista en las redes sociales, la plaza pública de nuestro tiempo, donde se juzga y se condena en tiempo real. Mientras las plumas amigas de la CNTE imponían su versión, las suyas hacían mutis. Su derecho de réplica lo debió asumir un patético ejército de bots.

La versión oficial apunta a que la refriega comenzó cuando grupos ajenos a la CNTE emboscaron a la policía con una lluvia de cuetes y cócteles molotov y, luego, de balas. Ellos habrían disparado, no los maestros. La Coordinadora reconoce que había infiltrados dentro de las manifestaciones – una forma elegante de decir que en el movimiento magisterial-popular del que es vanguardia se cuentan elementos radicales propensos al enfrentamiento. En el milenario Nochixtlán se dieron cita todas las indignaciones y frustraciones de una sociedad que está harta y, más importante, que es consciente de su hartazgo. Algunos señalan que un sacerdote instigó el motín, ¡a saber si molesto por aquello de las uniones gay!

La versión oficial podría ser cierta, pero no será creíble. Luego de las pesquisas de rigor, emergerá una verdad histórica tanto o más frágil que las de Ayotzinapa, Apatzingán o Tlatlaya…

El objetivo de la carga del gobierno contra la CNTE no es solo devolver la rectoría de la educación al Estado sino, también, asegurar una transición ordenada. Claramente, la intención es desconectar el conflicto social de 2014-2016 del proceso electoral de 2018. El gobierno anticipa un escenario de polarización similar al de 2006 y maniobra para extinguir la protesta social antes que sea demasiado tarde.

El presidente ha retomado la iniciativa no para intentar construir un Estado fuerte a partir de la ruina de los poderes fácticos, sino para salvar lo que queda de él. Nos lleva de la mano, vacilante, más pendiente de sus calcetines que del suelo que pisa, a un escenario de conflicto que justificaría la imposición del orden a cualquier precio.

En medio del caos, su delfín, Aurelio Nuño, ahogó sus aspiraciones presidenciales en una verborrea violenta – “Si los oficiales se irritan con facilidad, es que están cansados”, razona Sun Tzu. El secretario de educación pública es el primer responsable de la intransigencia gubernamental. No es que la CNTE sea menos intransigente, es que toca al gobierno proponer un debate sin prejuicios.

A partir de éste punto, Nuño se ha vuelto prescindible. El inquilino de la ilustre oficina que inaugurara José Vasconselos y que habitaran filósofos y poetas podría encontrar acomodo en Insurgentes Norte, donde recién se abrió una vacante, pero ese movimiento requiere un ingenio político que su jefe no tiene…

Entre tanto, Andrés Manuel López Obrador se prepara para marchar en defensa de sus amigos maestros. El tabasqueño escucha cantos de sirena. Los grupos radicales lo animan a buscar una solución que le exima de pasar, de nuevo, por el incierto trance de las urnas.

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