La semana pasada, John
Ackerman se dio un banquete de chapulines. Estos bichos políticos fueron
protagonistas de la reunión organizada por MORENA en el Instituto Vélez Pliego,
en Puebla. Ackerman ha sido testigo privilegiado del proceso evolutivo de
MORENA. Atestiguó su surgimiento, con el objetivo único de soportar la tercera
candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador, en 2012, y su
conversión en partido político, cosa de realpolitik, porque la campaña permanente
necesitaba mamar del presupuesto público para sostenerse, en 2014. Alintelectual orgánico también le ha tocado presenciar cómo el partido ha crecido a un ritmo
acelerado, descuidada y descontroladamente y cómo ha sido desbordado por
políticos de todos los orígenes que animados por sus altísimas expectativas de
éxito, por la fortaleza de la marca AMLO, por los resultados electorales y por
las estimaciones de las encuestas han saltado a sus filas.
El encuentro entre los
chapulines y los fundadores del partido no ha sido amistoso. El caso de Puebla
es especial por lo que la entidad representa en el contexto nacional, pero,
seguramente, lo que ocurre aquí ocurre en todos los escenarios, especialmente
en aquellos que renovarán gubernatura el próximo año. Los fundadores resisten a
la desesperada el desembarco de políticos que, en lo general, son más
competitivos, tienen más tablas para ganar elecciones y ser gobierno y más
recursos y más estructura para satisfacer el tributo electoral
lopezobradorista. En consecuencia, exigen espacios. A los carmines poblanos les
están obligando a elegir, parece, entre dos chapulines de distinta especie:
Enrique Cárdenas, una imposición que satisface a los intereses de la
(ultra)derecha, o Alejandro Armenta, un expriísta que devolvería el poder a un
sector del tricolor. Si se estableciese el criterio de fumigarlos a todos, como
alguno especulaba en la reunión en el Vélez Pliego, podría abrirse una tercera
vía, despejando el camino al muy de la casa Rodrigo Abdala. El sobrino de
Manual Bartlett sería una opción con la que todos podrían estar de acuerdo.
La lucha fratricida
por los espacios, agudizada, por supuesto, en tiempos preelectorales, desvía la
atención de lo importante: ¡llevar a López Obrador presidencia de la República,
en 2018! Sírvanos de paradigma el caso poblano: para evitar abrir un boquete de
proporciones monrealistas en el proyecto lopezobradorista, el encono entre los
aspirantes a puestos de elección popular debe resolverse, si no mediante la vía
de la fumigación, sí mediante el complicado arte de los acuerdos políticos.
Algún punto de acuerdo encontrarían los favoritos, Cárdenas, un perfil
ciudadano, impoluto, que lavaría el rostro del partido y de su dirigente
nacional en una época en la que los partidos políticos y los políticos son
despreciados —con perdón de
Mario Alberto Mejía, quien amenaza con sumergir al coahuilense en los lodos de
la Fundación Jenkins— y Armenta, quien aportaría una
estructura saludable para promover el voto lopezobradorista y, sobre todo, para
movilizar a los votantes y para defender las casillas el día de la elección —Valentín Varillas
pone en duda todo lo anterior.
La lucha sectaria al
interior de MORENA puede derivar en un parlamento como lo fue el PRI o en un akelarre como lo es el PRD. ¿Cómo sumar, incluir
los distintos proyectos personales sin desviar el rumbo del Movimiento? ¿Cómo
hacer prevalecer los acuerdos políticos? López Obrador sale al paso con una
solución salomónica: —Nadie puede secuestrar MORENA —dice —; ni los que están
ni los que llegan. Nadie, pues; ni siquiera
él. El todopoderoso líder nacional de los carmines debe permitir y todos los
participantes de la vida política del partido deben exigir una democracia
interna verdadera; procesos transparentes, piso parejo para los aspirantes,
pesos y contrapesos eficientes. Solo el imperio de la justicia hacia adentro
dotará al partido y a su dirigente nacional de legitimidad hacia afuera…
John Ackerman regresó
a Ciudad de México con la maleta llena de inquietudes. ¿Cómo coexistir
tantísimos intereses personales en un proyecto de Nación?
Dicen que el muy
amable Héctor Díaz-Polanco hace de departamento de quejas y sugerencias de
MORENA. ¡Tendrá la oficina atiborrada estos días!
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