En nuestro programa anterior, quedamos fascinados explorando el universo
de la herencia psicológica. Tocamos conceptos que suenan a ciencia ficción pero
que son tan reales como la vida misma: filogenética, epigenética y psicología transgeneracional.
Descubrimos que en nuestro ADN y en las historias no contadas de nuestra
familia se esconden claves para descifrar nuestros comportamientos más
peculiares, esas fobias que no tienen explicación lógica, nuestras pasiones y
hasta la forma en que construimos nuestros pensamientos. Somos, en esencia, el
resultado de un eco que viaja a través del tiempo.
Esta conversación me dejó reflexionando profundamente. Si podemos ver
cambios y marcas en el transcurso de apenas tres generaciones, ¿qué herencia
psicológica nos dejará un evento tan global y disruptivo como la pandemia del
COVID-19? Piénsalo por un momento. Nuestras vidas dieron un giro de 180 grados.
El mundo que conocíamos se puso en pausa y, de repente, el hogar se convirtió
en oficina, escuela y el único universo posible. Más allá de las secuelas
físicas que, lamentablemente, muchos siguen padeciendo, el impacto emocional y
psicológico ha sido monumental. El miedo, la incertidumbre, el aislamiento, la
pérdida y la adaptación forzada a una "nueva normalidad" han sembrado
algo profundo en nuestra psique colectiva.
No se trata solo de los que enfermaron. Se trata del estrés crónico que
experimentamos todos: la ansiedad por la salud de nuestros seres queridos, la
preocupación económica, la fatiga digital y la alteración de nuestros ritos
sociales más básicos. Estos estímulos ambientales tan intensos y prolongados
son precisamente el tipo de eventos que, como nos enseña la epigenética, pueden "encender" o
"apagar" ciertos genes, no alterando el ADN en sí, pero sí la forma
en que se expresa. Como bien decía la célebre psicoterapeuta Françoise Dolto, "lo que es callado en la primera generación, la segunda lo
lleva en el cuerpo". Sus palabras resuenan con una fuerza
especial en este contexto. ¿Qué silencios estamos gestando hoy que se
manifestarán en nuestros hijos y nietos mañana?
Pensemos en los niños, esa generación que vivió una parte crucial de su
desarrollo en confinamiento. Aprendieron a socializar a través de una pantalla,
a ver los rostros cubiertos como algo normal y a entender el mundo exterior
como un lugar potencialmente peligroso. Ellos son, sin duda, un eslabón clave a
observar en nuestro genograma colectivo. El genograma, para
quienes no estén familiarizados, es una especie de mapa del árbol genealógico
que va más allá de los nombres y las fechas; revela patrones de conducta,
relaciones, traumas y legados invisibles que se transmiten de una rama a otra.
Los "niños de la pandemia" serán los portadores de una experiencia
única que podría influir en su resiliencia, su forma de vincularse y su
percepción del riesgo.
Pero aquí es donde el relato, lejos de volverse sombrío, se torna
esperanzador. No somos meros receptores pasivos de la herencia de nuestros
ancestros. Somos eslabones activos, con la capacidad de comprender y
transformar esos legados. La psicóloga Anne Ancelin Schützenberger, pionera en
el campo de la psicogenealogía, nos legó una idea poderosa: a través de la toma
de conciencia de estas lealtades invisibles y repeticiones, podemos liberarnos
y reescribir nuestro propio destino. "Somos menos libres de lo
que creemos, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de
salir del destino repetitivo de nuestra historia", afirmaba.
Esta es precisamente la belleza y la utilidad de la psicología transgeneracional. Al estudiar nuestro árbol
genealógico, no buscamos culpables, sino que buscamos comprensión. Al entender
que esa ansiedad que sentimos puede ser un eco del miedo que vivió un abuelo en
la guerra, o que nuestra dificultad para establecer límites puede estar ligada
a la sumisión forzada de una bisabuela, algo mágico sucede. El patrón pierde su
poder invisible sobre nosotros. Lo sacamos a la luz, lo nombramos y, al
hacerlo, podemos empezar a trabajarlo.
La pandemia, con todo su caos, también nos ha brindado una oportunidad
única para la introspección y la conexión. Nos obligó a revalorar nuestras
relaciones, nuestra salud mental y lo que realmente importa. Este despertar
colectivo puede ser el antídoto contra los posibles legados negativos. Al
hablar abiertamente de nuestros miedos, al buscar ayuda profesional cuando la
necesitamos y al enseñar a las nuevas generaciones herramientas de inteligencia
emocional y resiliencia, estamos activamente podando las ramas secas de nuestro
árbol familiar.
En definitiva, la psicología transgeneracional nos ofrece un mapa y una
brújula. Nos permite detectar esos patrones que viajan silenciosamente a través
de las generaciones y nos da las herramientas para trazar una nueva ruta. No se
trata de borrar el pasado, sino de integrarlo conscientemente para que no
condicione nuestro futuro ni el de los que vendrán. Al sanar nosotros, no solo
conquistamos nuestra propia libertad, sino que también enviamos un eco de
sanación hacia adelante, asegurando que las generaciones futuras lleven una
carga más ligera y un legado de mayor conciencia y bienestar.
Sanar es amar.
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