jueves, 25 de septiembre de 2025

ONDAS ALFA


 

En nuestro programa anterior, quedamos fascinados explorando el universo de la herencia psicológica. Tocamos conceptos que suenan a ciencia ficción pero que son tan reales como la vida misma: filogenética, epigenética y psicología transgeneracional. Descubrimos que en nuestro ADN y en las historias no contadas de nuestra familia se esconden claves para descifrar nuestros comportamientos más peculiares, esas fobias que no tienen explicación lógica, nuestras pasiones y hasta la forma en que construimos nuestros pensamientos. Somos, en esencia, el resultado de un eco que viaja a través del tiempo.

 

Esta conversación me dejó reflexionando profundamente. Si podemos ver cambios y marcas en el transcurso de apenas tres generaciones, ¿qué herencia psicológica nos dejará un evento tan global y disruptivo como la pandemia del COVID-19? Piénsalo por un momento. Nuestras vidas dieron un giro de 180 grados. El mundo que conocíamos se puso en pausa y, de repente, el hogar se convirtió en oficina, escuela y el único universo posible. Más allá de las secuelas físicas que, lamentablemente, muchos siguen padeciendo, el impacto emocional y psicológico ha sido monumental. El miedo, la incertidumbre, el aislamiento, la pérdida y la adaptación forzada a una "nueva normalidad" han sembrado algo profundo en nuestra psique colectiva.

No se trata solo de los que enfermaron. Se trata del estrés crónico que experimentamos todos: la ansiedad por la salud de nuestros seres queridos, la preocupación económica, la fatiga digital y la alteración de nuestros ritos sociales más básicos. Estos estímulos ambientales tan intensos y prolongados son precisamente el tipo de eventos que, como nos enseña la epigenética, pueden "encender" o "apagar" ciertos genes, no alterando el ADN en sí, pero sí la forma en que se expresa. Como bien decía la célebre psicoterapeuta Françoise Dolto, "lo que es callado en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo". Sus palabras resuenan con una fuerza especial en este contexto. ¿Qué silencios estamos gestando hoy que se manifestarán en nuestros hijos y nietos mañana?

 

Pensemos en los niños, esa generación que vivió una parte crucial de su desarrollo en confinamiento. Aprendieron a socializar a través de una pantalla, a ver los rostros cubiertos como algo normal y a entender el mundo exterior como un lugar potencialmente peligroso. Ellos son, sin duda, un eslabón clave a observar en nuestro genograma colectivo. El genograma, para quienes no estén familiarizados, es una especie de mapa del árbol genealógico que va más allá de los nombres y las fechas; revela patrones de conducta, relaciones, traumas y legados invisibles que se transmiten de una rama a otra. Los "niños de la pandemia" serán los portadores de una experiencia única que podría influir en su resiliencia, su forma de vincularse y su percepción del riesgo.

 

Pero aquí es donde el relato, lejos de volverse sombrío, se torna esperanzador. No somos meros receptores pasivos de la herencia de nuestros ancestros. Somos eslabones activos, con la capacidad de comprender y transformar esos legados. La psicóloga Anne Ancelin Schützenberger, pionera en el campo de la psicogenealogía, nos legó una idea poderosa: a través de la toma de conciencia de estas lealtades invisibles y repeticiones, podemos liberarnos y reescribir nuestro propio destino. "Somos menos libres de lo que creemos, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino repetitivo de nuestra historia", afirmaba.

 

Esta es precisamente la belleza y la utilidad de la psicología transgeneracional. Al estudiar nuestro árbol genealógico, no buscamos culpables, sino que buscamos comprensión. Al entender que esa ansiedad que sentimos puede ser un eco del miedo que vivió un abuelo en la guerra, o que nuestra dificultad para establecer límites puede estar ligada a la sumisión forzada de una bisabuela, algo mágico sucede. El patrón pierde su poder invisible sobre nosotros. Lo sacamos a la luz, lo nombramos y, al hacerlo, podemos empezar a trabajarlo.

 

La pandemia, con todo su caos, también nos ha brindado una oportunidad única para la introspección y la conexión. Nos obligó a revalorar nuestras relaciones, nuestra salud mental y lo que realmente importa. Este despertar colectivo puede ser el antídoto contra los posibles legados negativos. Al hablar abiertamente de nuestros miedos, al buscar ayuda profesional cuando la necesitamos y al enseñar a las nuevas generaciones herramientas de inteligencia emocional y resiliencia, estamos activamente podando las ramas secas de nuestro árbol familiar.

En definitiva, la psicología transgeneracional nos ofrece un mapa y una brújula. Nos permite detectar esos patrones que viajan silenciosamente a través de las generaciones y nos da las herramientas para trazar una nueva ruta. No se trata de borrar el pasado, sino de integrarlo conscientemente para que no condicione nuestro futuro ni el de los que vendrán. Al sanar nosotros, no solo conquistamos nuestra propia libertad, sino que también enviamos un eco de sanación hacia adelante, asegurando que las generaciones futuras lleven una carga más ligera y un legado de mayor conciencia y bienestar.

Sanar es amar.


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En nuestro programa anterior, quedamos fascinados explorando el universo de la herencia psicológica. Tocamos conceptos que suenan a ciencia ficción pero que son tan reales como la vida misma: filogenética, epigenética y psicología transgeneracional. Descubrimos que en nuestro ADN y en las historias no contadas de nuestra familia se esconden claves para descifrar nuestros comportamientos más peculiares, esas fobias que no tienen explicación lógica, nuestras pasiones y hasta la forma en que construimos nuestros pensamientos. Somos, en esencia, el resultado de un eco que viaja a través del tiempo.

 

Esta conversación me dejó reflexionando profundamente. Si podemos ver cambios y marcas en el transcurso de apenas tres generaciones, ¿qué herencia psicológica nos dejará un evento tan global y disruptivo como la pandemia del COVID-19? Piénsalo por un momento. Nuestras vidas dieron un giro de 180 grados. El mundo que conocíamos se puso en pausa y, de repente, el hogar se convirtió en oficina, escuela y el único universo posible. Más allá de las secuelas físicas que, lamentablemente, muchos siguen padeciendo, el impacto emocional y psicológico ha sido monumental. El miedo, la incertidumbre, el aislamiento, la pérdida y la adaptación forzada a una "nueva normalidad" han sembrado algo profundo en nuestra psique colectiva.

No se trata solo de los que enfermaron. Se trata del estrés crónico que experimentamos todos: la ansiedad por la salud de nuestros seres queridos, la preocupación económica, la fatiga digital y la alteración de nuestros ritos sociales más básicos. Estos estímulos ambientales tan intensos y prolongados son precisamente el tipo de eventos que, como nos enseña la epigenética, pueden "encender" o "apagar" ciertos genes, no alterando el ADN en sí, pero sí la forma en que se expresa. Como bien decía la célebre psicoterapeuta Françoise Dolto, "lo que es callado en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo". Sus palabras resuenan con una fuerza especial en este contexto. ¿Qué silencios estamos gestando hoy que se manifestarán en nuestros hijos y nietos mañana?

 

Pensemos en los niños, esa generación que vivió una parte crucial de su desarrollo en confinamiento. Aprendieron a socializar a través de una pantalla, a ver los rostros cubiertos como algo normal y a entender el mundo exterior como un lugar potencialmente peligroso. Ellos son, sin duda, un eslabón clave a observar en nuestro genograma colectivo. El genograma, para quienes no estén familiarizados, es una especie de mapa del árbol genealógico que va más allá de los nombres y las fechas; revela patrones de conducta, relaciones, traumas y legados invisibles que se transmiten de una rama a otra. Los "niños de la pandemia" serán los portadores de una experiencia única que podría influir en su resiliencia, su forma de vincularse y su percepción del riesgo.

 

Pero aquí es donde el relato, lejos de volverse sombrío, se torna esperanzador. No somos meros receptores pasivos de la herencia de nuestros ancestros. Somos eslabones activos, con la capacidad de comprender y transformar esos legados. La psicóloga Anne Ancelin Schützenberger, pionera en el campo de la psicogenealogía, nos legó una idea poderosa: a través de la toma de conciencia de estas lealtades invisibles y repeticiones, podemos liberarnos y reescribir nuestro propio destino. "Somos menos libres de lo que creemos, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino repetitivo de nuestra historia", afirmaba.

 

Esta es precisamente la belleza y la utilidad de la psicología transgeneracional. Al estudiar nuestro árbol genealógico, no buscamos culpables, sino que buscamos comprensión. Al entender que esa ansiedad que sentimos puede ser un eco del miedo que vivió un abuelo en la guerra, o que nuestra dificultad para establecer límites puede estar ligada a la sumisión forzada de una bisabuela, algo mágico sucede. El patrón pierde su poder invisible sobre nosotros. Lo sacamos a la luz, lo nombramos y, al hacerlo, podemos empezar a trabajarlo.

 

La pandemia, con todo su caos, también nos ha brindado una oportunidad única para la introspección y la conexión. Nos obligó a revalorar nuestras relaciones, nuestra salud mental y lo que realmente importa. Este despertar colectivo puede ser el antídoto contra los posibles legados negativos. Al hablar abiertamente de nuestros miedos, al buscar ayuda profesional cuando la necesitamos y al enseñar a las nuevas generaciones herramientas de inteligencia emocional y resiliencia, estamos activamente podando las ramas secas de nuestro árbol familiar.

En definitiva, la psicología transgeneracional nos ofrece un mapa y una brújula. Nos permite detectar esos patrones que viajan silenciosamente a través de las generaciones y nos da las herramientas para trazar una nueva ruta. No se trata de borrar el pasado, sino de integrarlo conscientemente para que no condicione nuestro futuro ni el de los que vendrán. Al sanar nosotros, no solo conquistamos nuestra propia libertad, sino que también enviamos un eco de sanación hacia adelante, asegurando que las generaciones futuras lleven una carga más ligera y un legado de mayor conciencia y bienestar.

Sanar es amar.


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