Inescrupulosos consultores en materia de mercadotecnia política en Internet y nuevos medios sociales, suelen destacar la importancia de contar con el mayor número posible de simpatizantes y seguidores en la Tuitósfera y en las principales redes sociales, como si de ello dependiera el éxito o fracaso de las acciones proselitistas desplegadas en los citados ambientes comunicativos por los candidatos a puestos de elección ciudadana.
Durante las pasadas elecciones celebradas en el Estado de México nos dimos a la tarea de analizar en algunas de las principales redes sociales y en la Tuitósfera, el comportamiento de los tres principales candidatos a la gubernatura de la mencionada entidad. El ejercicio nos permitió identificar, con relativa oportunidad, la presencia de un considerable número de bots en la cuenta en Twitter de Eruviel Ávila (twitter.com/#!/eruviel_avila), entonces candidato a gobernador del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
De acuerdo con Wikipedia, un bot –abreviatura de robot- “es un programa informático que realiza funciones muy diversas, imitando el comportamiento de un humano”. Actualmente resulta relativamente sencillo reconocer los bots. Son usuarios falsos que carecen de seguidores y replican el mismo mensaje.
Los bots que fueron agregados a la cuenta en Twitter de Eruviel Ávila fundamentalmente respondieron al propósito de incrementar aceleradamente el número de seguidores del entonces candidato priista al gobierno del Estado de México. Los bots cumplieron útiles funciones de “acarreados virtuales” en el imaginario del ciberespacio mexicano, susceptible de ser “bejaranizado”.
En México los partidos políticos básicamente reparan en la existencia de los ciudadanos en tiempos electorales, y no disponen de bases de datos efectivamente confiables de militantes, simpatizantes y seguidores. Esa es una de las principales razones por las cuales se les dificultan tanto la organización y desarrollo de sus elecciones internas.
Uno de los principios fundamentales de la comunicación política efectivamente estratégica en Internet como en los nuevos medios sociales, es poder contar con una base de datos confiable de militantes, simpatizantes y seguidores que son usuarios de Internet y particularmente de redes sociales. Una base de datos confiable que responda a tales propósitos, se construye con paciencia, dedicación y tiempo.
A pesar de la trascendencia de los próximos comicios presidenciales, los partidos políticos y los equipos de campaña de los candidatos presidenciales no hicieron su tarea -quizá suponían que tal base de datos podrían adquirirla en Tepito-, y por ello finalmente contrataron los servicios de agencias dedicadas a la generación instantánea de bots, las cuales han proliferado en fechas relativamente recientes.
Además de incrementar aceleradamente el número de seguidores de un candidato a algún puesto de elección ciudadana, los bots pueden cumplir útiles funciones en el imaginario de una campaña sustentada en una “guerra sucia” –que por supuesto no ocurren en México, pues nuestros ciberlegisladores oportunamente se ocuparon de subsanar posibles lagunas en el COFIPE relativas al desarrollo de acciones propagandísticas en Internet-.
Además la acción concertada de bots puede destinarse a la gestación artificial de trending topics, que responden al apetito y ego de políticos definitivamente inseguros.
Todo candidato a ocupar algún puesto de elección ciudadana que recurre al empleo de bots, por supuesto revela evidentes limitaciones en su comunicación política en la Internet extendida. Peor aún, exhibe el profundo desprecio al ciudadano -los ciudadanos ni siquiera merecen su atención y prefiere establecer un monólogo dirigido a través de bots-.
Al amparo de las campañas desplegadas por los precandidatos panistas, proliferaron furiosas jaurías de trolls –no exclusivamente de pseudo panistas- dispuestas a humillar a todo aquel ciudadano que discrepara de sus nobles “cruzadas”. A las legiones de genuinos intolerantes se sumaron mercenarios siempre dispuestos de vender sus servicios al mejor postor. Lo peor, sin embargo, está por venir.
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