Aníbal, “el más grande de los
generales”, en palabras de Cornelio Nepote, no supo qué hacer con la victoria
que consiguió en Cannas, en el año 216 a. C. Las condiciones no eran las
mejores para capitalizarla, para marchar sobre Roma como exigían sus generales.
Los cartagineses contaban sus muertos y heridos por millares; los romanos, por
su parte, aún disponían de fuerzas de combate en sus provincias capaces de
acudir en auxilio de su capital. La victoria de Aníbal, aunque impresionante,
tal vez fuese más psicológica que real…
Transcurrido el primer mes de gobierno
de Donald Trump, el mundo permanece en estado de shock. Del río revuelto, Enrique Peña
Nieto se anotó una victoria rara, rarísima. Arropado por la clase política y
por el empresariado, y con los mexicanos haciendo piña, el presidente pudo imponer a
Alfredo del Mazo como candidato del PRI al gobierno del Estado de México y
abrir una primera ronda de negociaciones con el PAN con vistas a forjar un
acuerdo de largo alcance para repartirse el poder. Entretanto, la Marina aniquiló
a Juan Francisco Patrón, El H2. Una demostración de brutalidad, ésta, sin otro
propósito que el de probar el compromiso del gobierno federal con el
combate al narcotráfico. El éxito que se atribuía el presidente caló en
Washington: en el transcurso de días, los estadounidenses filtraron sendas
notas para minar la credibilidad de un Luis Videgaray y, consecuentemente,
lastimar a su jefe —ambas, serias: la primera, sobre una supuesta amenaza de Trump a Peña Nieto; la segunda, sobre una supuesta colaboración de Videgaray con Trump—.
En Los Pinos habían tomado nota de lo
dicho por Carlos Slim, sobre Trump: —Si su enemigo es débil, se lo acaba; si es fuerte, negocia con él
—dijo el empresario, durante una inusual conferencia, el 27 de enero. —Y ya se
dio cuenta del apoyo que tiene el gobierno de México—. Peña Nieto, sin embargo,
malinterpretó el viento a favor como viento de pueblo y se lanzó a conquistar la
plaza pública, el espacio físico y virtual que se le ha negado siempre. Las
marchas del domingo debían ser una exhibición de músculo; la demostración de
una unidad más o menos monolítica en torno a la figura presidencial debía
fortalecer la posición de Peña Nieto frente a Trump. Las marchas, empero, eran
engañosas; de origen político, no ciudadano. El presidente dinosaurio está
anclado en una época en que la manipulación y la maquinaria movilizaban
multitudes. La protesta social se volteó contra él. El capital político que
había ganado se diluyó en un tumulto que le fue hostil…
Una década después de la derrota en
Cannas, las legiones de Escipión El Africano entraron triunfantes en Zama,
última escala antes de Cartago. Aníbal, al final, pagó caro su vacilación.
Enrique Peña Nieto tampoco supo qué
hacer con su victoria. En política, como en el campo de batalla, quien no
avanza, retrocede. El presidente, ausente, desconectado de la realidad, fue
rebasado.
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