En la recta final de la campaña
presidencial de 2012, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota pagaban en votos
la pelea callejera a la que se habían entregado durante semanas. Aprovechándose
de ese desmadre, Andrés Manuel López Obrador ascendía, amenazando con la
remontada. Entonces, el PAN izó bandera blanca, desde Los Pinos se ordenó
retirar los spots que más lastimaban al priísta. Ello dio a Peña Nieto un
margen de maniobra suficiente para resistir la embestida de López Obrador. En
campañas cerradas, esos pequeños detalles hacen la diferencia…
Alfredo del Mazo, Alfredo III, será el
próximo gobernador del Estado de México. En un esfuerzo hercúleo, exigiendo al
límite el aparato y los recursos del Estado, el PRI-gobierno ha logrado retener
una plaza vital para el grupo en el poder por lo que representa en lo electoral
y en lo simbólico y porque dispondrá de un presupuesto exorbitante para
trapichear el próximo año. Remitámonos a la Real Academia Española (RAE) para
entender qué ha sucedido en el feudo de Enrique Peña Nieto. La RAE define fraude, como “el
delito que comete el encargado de vigilar la ejecución de contratos públicos o
privados confabulándose con la representación de los intereses opuestos”. De
acuerdo con ésta definición, la actuación de las autoridades, gobiernos y
organismos electorales, fue fraudulenta. Todos hicieron caso omiso de la guerra
sucia en los medios de comunicación, que contribuyó a crear un clima de tensión
semejante al de inicios de año, y a la promoción descarada del gobierno federal
en rescate del primazo. No menos fraudulenta fue la participación de Josefina
Vázquez Mota, candidata palera. La panista hizo lo suyo; jugó a perder ¡y perdió espectacularmente!
En la acera de enfrente, Delfina Gómez
entregó buenas cuentas, prueba de la fortaleza de la marca AMLO. Andrés Manuel
López Obrador no pierde la sonrisa serratiana, “mitad juicio, mitad mueca
burlona”. Le será facilísimo transformar la derrota electoral en una victoria
moral que alimente la hoguera de las conspiraciones mafiosas de la que emerge
el lopezobradorismo. En el cuartel de MORENA, no obstante, debe hacerse una
reflexión exenta de dogmatismos: López Obrador, protagonista absoluto de la
campaña, one-man band del
Movimiento, es responsable parcial del descalabro. En un artículo para Letras Libres, Luis Antonio Espino enlista los
últimos fallos del tabasqueño y se pregunta, muy sabinero, cómo el mejor dotado
de los conductores suicidas, un político experimentado que se las sabe de
todas, todas, se dejó llevar a un callejón sin salida. Dos de esos fallos
fueron especialmente dañinos para la campaña de su delfina: los altercados con Pepe
Cárdenas y con Carmen Aristegui, que le confirmaron como un tipo autoritario y
arrogante, y el ultimato a Juan Zepeda,
que infló al perredista, elevándole a aires nacionales, y dividió a la
izquierda mexiquense [sic, porque ¡¿cuál izquierda?!]. Y no solo eso: en los últimos meses, López
Obrador no ha desperdiciado ninguna oportunidad para recordar que cierto exgobernador,
sobre el que sobrevuelan sospechas de todo tipo, sería amnistiado…
En escenarios tan importantes como el
Estado de México cada voto se pelea en público, en los lodos de las campañas, y
en privado, en los despachos de las concertacesiones. Queda la sensación de que
una ganó en las urnas y el otro, en la mesa.
Andrés Manuel López Obrador ha
comprendido que su victoria en 2018 se confirmaría en la mesa. Su objetivo es
uno, nacional. Localmente —y aquí caben las sospechas más disparatadas— todo es
negociable.
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