Columna Un Nuevo Comienzo
El Profeta, profundas respuestas a preguntas sobre la vida
Alberto Jiménez
Merino
Desde 1923, año de publicación de El Profeta, obra maestra de Kahlil Gibran
(José J. de Olañeta, Editor, Palma de Mallorca, 2008), este libro ha sido
mundialmente reconocido por sus profundas respuestas a 26 aspectos
fundamentales de la vida que lo convierten en una de las mejores guías
existenciales para muchas personas.
Kahlil Gibran nació el 6 de diciembre de 1883 en Becharre, Líbano, y murió el 10
de abril de 1931, en Nueva York. Dedicó su vida a la escritura de libros y a la
preparación de exposiciones pictóricas. Entre sus libros destacan Alas rotas, Las
tempestades, Lágrimas y sonrisas, Ninfas del valle, Las procesiones, El loco,
Veinte dibujos, El precursor, Arena y espuma y Jesús el hijo del hombre. Sus
libros póstumos son Los dioses de la tierra, El vagabundo y El jardín del profeta.
Por considerarlo de interés para mis “tres” amables lectores, comparto algunas
respuestas sobre preguntas contenidas en el libro El Profeta, esperando que su
lectura sea de utilidad para ser y hacer mejor cada día de nuestra existencia y el
de las futuras generaciones.
El barco que transportaría al Profeta al lugar donde había nacido estaba por llegar
después de 12 años. Al enterarse de su partida, el pueblo se reunió para
despedirlo en la gran plaza delante del templo: “Antes de que nos dejes te
pedimos que nos hables y nos des tu verdad”, le dijeron. “Y nosotros se la
daremos a nuestros hijos, y ellos a sus hijos, y no perecerá.
“Revélanos, por tanto, ahora a nosotros mismos y dinos todo lo que te fue
mostrado de aquello que se encuentra entre el nacimiento y la muerte”.
Almitra, la vidente dijo: háblanos del amor.
Y el Profeta con voz fuerte dijo: “cuando el amor os llame, seguidlo. Aunque sus
senderos sean empinados y duros. Y cuando os envuelvan sus alas, entregaos a
él. Aunque pueda heriros la espada oculta entre sus plumas. Y cuando os hable
creed en él. Aunque su voz pueda romper nuestros sueños como el viento del
norte devasta el jardín. Porque, así como el amor os corona, así también os
crucifica”.
Una madre que tenía un niño al pecho dijo: háblanos de los niños.
Y dijo él: “vuestros hijos no son vuestros hijos. Son hijos e hijas del anhelo de la
vida por sí misma. Vienen a través de vosotros, pero no vienen de vosotros, y
pese a que están con vosotros, no os pertenecen. Podéis darles vuestro amor,
pero no vuestros pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis dar alojamiento a sus cuerpos, pero no a sus almas. Podéis esforzaros por
ser como ellos, pero no busquéis hacerlos como vosotros”.
Un rico dijo: háblanos de la dádiva.
Y respondió él: “dais muy poco cuando dais de lo que poseéis. Cuando
verdaderamente dais es cuando dais algo de vosotros mismos. Hay unos que dan
poco de lo mucho que tienen, y lo dan buscando reconocimiento; y su oculto
deseo hace malsanos sus dones. Hay unos que dan con alegría y esa alegría es
su recompensa”.
Dijo entonces un labrador: háblanos del trabajo.
Y él respondió: “trabajáis para ir al mismo ritmo de la tierra y del alma de la tierra.
Cuando trabajáis, os convertís en una flauta, y dentro de esa flauta el murmullo de
las horas se transforma en música. Siempre se os ha dicho que el trabajo es
maldición y labor de infortunio. El trabajo es amor vuelto visible. Y si no podéis
trabajar con amor, si no con disgusto, es mejor que dejéis el trabajo y os sentéis a
la puerta del templo y recibáis la limosna de los que trabajan con alegría.
Un comerciante dijo: háblanos de comprar y vender.
Y dijo: “os brinda sus frutos la tierra, y nada necesitaréis si sabéis llenar las
manos. Intercambiando los frutos de la tierra, hallaréis la abundancia y seréis
satisfechos. Pero a menos que se haga con amor y bondadosa justicia, el
intercambio llevará a unos a la codicia y a otros al hambre”.
Dijo entonces un abogado: pero ¿y qué ocurre entonces con nuestras leyes,
maestro?
Y él respondió: “os complacéis en establecer leyes, pero aún os complace más
quebrantarlas. Como niños junto al océano, que juegan construyendo castillos de
arena con constancia, y luego los destruyen entre risas”.
Un maestro dijo: háblanos de enseñar.
Y él dijo: “nadie puede revelaros otra cosa que lo que ya se encuentra medio
dormido en el amanecer de vuestro conocimiento. El maestro que camina entre
sus discípulos a la sombra del templo no da su sabiduría, sino más bien su fe y su
cariño.
Pero, si es realmente sabio, no os invita a entrar en la casa de su sabiduría, sino
que os guía hasta el umbral de vuestro propio espíritu. Porque la visión que tiene
un hombre no presta sus alas a otro hombre”.
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