El pasado 4 de enero
conmemoramos el Día Mundial del Combate contra el Cáncer, una enfermedad que,
desafortunadamente, es la segunda causa más frecuente de morbilidad y
mortalidad en América Latina, tan sólo después de las enfermedades
cardiovasculares. En este sentido, se estima que 4.2 millones de personas
fueron diagnosticadas en 2022 y 1.4 millones murieron por cáncer, de acuerdo
con la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
La situación en nuestro
país no es diferente, en promedio cada año se detectan 195 mil nuevos casos de
cáncer, de los cuales, alrededor de 30 mil corresponden a cáncer de mama, 27
mil de próstata, seguidos de cáncer de colon, linfomas, tiroides,
cervicouterino y pulmón; con lo cual esta enfermedad se ubica como la tercera
causa de defunción, según datos de la Secretaría de Salud y la Ley General de
Cáncer de México del 2023.
Aunado a ello, las
proyecciones no son alentadoras. Organismos de salud internacionales vaticinan
un aumento del 60% en la carga de cáncer en las próximas dos décadas, lo que se
proyectará en 30 millones de nuevos casos para el 2040.
Si bien estos números son
muy alarmantes lo es más saber que el cáncer no solo representa una carga de
salud significativa para el país, sino también un catalizador importante de las
desigualdades de vida de las personas.
Una observación fundamental
es la disparidad en la incidencia y mortalidad por cáncer entre diferentes
grupos socioeconómicos. Las comunidades marginadas a menudo enfrentan un mayor
riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer debido a factores como la falta
de acceso a servicios de atención médica preventiva, entornos contaminados y
estilos de vida desfavorables. Además, las limitaciones económicas pueden
obstaculizar el acceso a tratamientos eficaces, lo que amplifica las
disparidades en las tasas de supervivencia.
Y es que la disponibilidad
y accesibilidad a los servicios de detección temprana y tratamientos
innovadores son esenciales para combatir el cáncer de manera efectiva. Sin
embargo, las comunidades con recursos limitados a menudo enfrentan barreras en
términos de educación sobre la salud, acceso a instalaciones médicas y
capacidad financiera para recibir tratamientos avanzados. Esto crea una brecha
significativa entre aquellos que pueden beneficiarse de los avances médicos y
quienes quedan rezagados debido a las desigualdades estructurales.
Los factores
socioeconómicos, como la educación y el estatus económico, influyen en la
prevalencia del cáncer y en la respuesta de la sociedad ante la enfermedad. Las
personas de bajos recursos pueden tener menos acceso a información sobre la
prevención y detección del cáncer, lo que contribuye a diagnósticos tardíos.
Además, el estigma asociado al cáncer en algunas comunidades puede desencadenar
el ocultamiento de la enfermedad, obstaculizando aún más la prevención y el
tratamiento oportuno.
Los determinantes sociales
de la salud, que incluyen factores como la vivienda, la educación, el empleo y
la raza, desempeñan un papel crucial en la configuración de las desigualdades
en la salud relacionadas con el cáncer. La intersección de estos determinantes
crea patrones complejos que impactan de manera desproporcionada a ciertos
grupos poblacionales, aumentando la carga de enfermedades oncológicas.
En este sentido es que la
propia Organización Mundial de la Salud y la OPS, presentaron el Código
Latinoamericano y Caribeño contra el Cáncer, en el cual se incluyen 17 acciones
concretas para prevenir el cáncer, basadas en evidencia científica y adaptadas
al contexto regional.
El documento destaca que,
en nuestra región, la pobreza, la falta de vivienda y las dificultades en el
acceso a la salud son barreras adicionales para una implementación exitosa.
Asimismo, enfatizan que un tercio de los casos de cáncer podrían prevenirse
evitando factores de riesgo como el tabaco, el abuso de alcohol, la dieta poco
saludable y la inactividad física.
Otras medidas que
recomiendan son amamantar para reducir el riesgo de cáncer de mama; evitar la
acumulación de humo en el hogar; protegerse de infecciones como la hepatitis B
y C, los papilomavirus humanos (VPH) y la bacteria Helicobacter pylori,
atribuibles a diferentes tipos de cáncer; y solo apelar al uso de reemplazo
hormonal para la menopausia cuando haya indicación médica.
Es por ello que abordar las
desigualdades en salud relacionadas con el cáncer requiere un enfoque integral
que vaya más allá de la atención médica directa. Es esencial implementar
estrategias que aborden los determinantes sociales de la salud, promoviendo la
equidad en el acceso a la información, la detección temprana y los tratamientos
adecuados.
Al hacerlo, podemos
trabajar hacia un futuro en el que la carga del cáncer no agrave las
disparidades en la salud, sino que se aborde de manera justa y efectiva en
todas las comunidades.
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