Más de las injurias de los siglos XVI y XVII
*España está llena de alcabuetones, azafranadores, badajones
con panza malignada, boquituertos, rascamulas, tamborricos y puercos
mondongueros
Por Raúl Torres Salmerón
A propósito de la columna anterior, titulada: Las Injurias
de los Siglos XVI y XVII, un estimado lector me hizo llegar la columna Quijotadas,
publicada en el diario digital El Español del 22 octubre de 2019, sobre el
mismo tema, pero aplicado a las campañas electorales de España.
El escrito de marras, se llama: Lista de Insultos del Siglo
de Oro para Sobrevivir a otra Campaña Electoral, firmada por Daniel Ramírez, no
tiene desperdicio. Queda a la imaginación del lector cambiar la palabra España
por México y aplicarlo en consecuencia en los tiempos tan violentos que
vivimos. El texto es el siguiente:
Querido amigo, seguro que estás cansado de que te llamen
“facha”. Admirada amiga, sé que miras por encima del hombro al machista que te
tacha de “puta”. Estimados todos: son días éstos en los que uno camina con la
injuria prendida del labio. El país arde, los políticos no cumplen con su deber
y, mientras, el pueblo suda para coronar la cima de los viernes. Si la sangre
derramada por nuestros ancestros no nos hubiera instruido, estaríamos
preparando una verdadera revolución.
Atados por la civilización contemporánea, no nos queda más
que insultar. Pero lo hacemos tan mal… “Hijo de puta, cabrón”. Todo es manido,
insulso, repetitivo, como la vida de los lunes. Para más inri,(escarnio), se
trata de un eterno retorno del que no podemos escapar: esos mismos
calificativos son los primeros que aprende el niño en el colegio.
Andaba maldiciendo a mis enemigos cuando cayó en mis manos
un antídoto extremadamente redentor: un libro titulado Diccionario de Injurias
de los Siglos XVI y XVII (Edition Reichenberger, 2019). Lo firman dos
investigadores de la Universidad de Navarra, Cristina Tabernero y Jesús María
Usunáriz. Oh, aquella era otra época. Qué delicadeza, qué finura en la
estocada, artistas de mancillar honores, expertos en desmoronar al adversario
con un vituperio inesperado, de nuevo cuño.
Imaginen qué maravilla de telediario. El mismo ambiente
faltón, pero trufado de “hinchadores de vacas”, “espantacueros”,
“azafranadores”, “boquituertos” y “escurrebraguetas”.
Estos dos profesores universitarios han tenido la delicadeza
de publicar su compendio justo antes de que comience la campaña electoral.
Universidad de arraigo cristiano, probablemente sea un ejercicio de caridad.
Ahora que el entorno es ciénaga, insultémonos con audacia, arruinemos nuestras
reputaciones con ambición estética.
En este manual de supervivencia reposan más de mil
soluciones a nuestra mediocridad. Han sido obtenidas de otros tantos procesos
judiciales y casi 2 mil testimonios documentales. Conviene tener en cuenta que,
hoy, la preocupación por la reputación es similar a la de hace trescientos
años, aunque se “base en valores diferentes”. Ya entonces, “puta”, “borracho” y
“ladrón” estaban a la orden del día, pero la palma se la llevaba “bellaco”.
También triunfaban los “abrasados”, término con el que se castigaba a los
descendientes de quienes perecieron en la hoguera.
Basta un leve vistazo al diccionario para darse cuenta de
que el éxito pasa por las “unidades pluriverbales”, es decir; la injuria
compuesta. Véase el “roncador de mojones”, el “robaciadero de cubas” o la “boca
de esportizos”.
La lectura de estas páginas es esperanzadora: “Según
afirmaba una testigo, cuando la mujer de Luis Bertodano volvía de misa, Elvira
de Bayona, dando voces en la calle Herrerías, dijo: ‘¡Esta bellaca! No me han
desconfiado los clérigos como a ti, puta, bellaca, pellejera… ¡adobacueros!”.
¿Y si el candidato que no te gusta deja de ser un fascista
para convertirse en un adobacueros o en un roncador de mojones? ¿No viviríamos
en un país mejor? ¿Y si empiezas a referirte a tu ex como “barba de cabra”
-dícese del malo y venenoso-, “chilindroso” -aquél que es un puerco desastrado-
y “mandilón” -hombre de poco espíritu-?
“¡Yo he sido puta, pero puta de hombres honrados! ¡La dicha
Juana Blanco ha sido puta de frailes!”, gritaba, desesperada, una señora. Hasta
el insulto común incluía una descripción que otorgaba exactitud al sintagma.
España está llena de “alcabuetones” -los tradicionales
alcahuetes-, “azafranadores” -mentirosos-, “badajones con panza malignada”
-aquellos que sólo hablan de necedades-, “boquituertos” -sobra explicación-,
“rascamulas” -imbéciles-, “tamborricos” -ése que tiene el cerebro como un
tambor- y “puercos mondongueros”. Sólo hace falta ubicarlos, elegir bien el
palabrón… y disparar. Las maneras en el insulto marcan el nivel intelectual de
un país. Esforcémonos, bellacos de mala nación.
Hasta aquí la columna de Daniel Ramírez publicada en El
Español.
En fin, como escribió Lope de Vega Carpio (España,
1562-1635), en su poema Hermosa Babilonia:
Elisio entre
las aguas del olvido,
cueva de la
ignorancia y de la ira,
de la
murmuración y de la injuria,
donde es la
lengua espada de la ira.
raultorress@hotmail.com
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