jueves, 4 de diciembre de 2025

ONDAS ALFA


 

La Violencia Familiar es un Fuego que se Alimenta a Sí Mismo: La Neurociencia del Conflicto Que Escalamos Juntos


En nuestra cultura hiperconectada, pero paradójicamente aislada, sin embargo, y pese a ello, la violencia familiar no es un evento aislado, que en muchas ocasiones atribuimos a un "mal día" o una "mala persona". Sin embargo, si nos detenemos a observarla con la lente de la psicología clínica y la neurociencia, la realidad es mucho más compleja y, a la vez, predecible. La violencia no es un rayo que cae del cielo; es, como reza nuestro tema de hoy, un fuego que se alimenta a sí mismo. Es la trágica consecuencia de un sistema relacional que ha perdido su capacidad fundamental de autocontrol y consuelo mutuo, un sistema que los psicólogos clínicos llamamos ajuste diádico.

 

Este fuego emocional no se extingue porque, en lugar de regularnos, terminamos por co-desregulamos con nuestra pareja. Ambos, sin darnos cuenta, nos convertimos en el combustible del otro, transformando cualquier chispa de desacuerdo en una devastadora hoguera de gritos, silencios punzantes o agresiones. No quiero soslayar que no todos los conflictos se deben a la falta de empatía de un cónyuge por el otro, pues también es cierto que existen individuos que simplemente sufren trastornos que los hacen

 

La Codisregulación Negativa: El Combustible del Conflicto

Para entender por qué una discusión puede escalar hasta el límite de la violencia psicológica o física, debemos volver al concepto de la corregulación emocional que hemos explorado. En una relación sana, la corregulación es la capacidad de cada miembro para actuar como un ancla para el otro. Cuando uno está agitado, el otro, con su presencia, su tono de voz y su calma, ayuda a que el sistema nervioso del compañero regrese a la tranquilidad. Este proceso se apoya en mecanismos biológicos maravillosos, como la liberación de oxitocina, la hormona de la calma y el apego, que se activa con un abrazo seguro o una mirada empática.

 

Pero en un entorno donde prevalece la tensión, ocurre la codisregulación negativa. Funciona como un eco amplificado: la ansiedad de uno no encuentra un muro de contención, sino un espejo que la refleja con más intensidad. Si yo levanto la voz por frustración, mi pareja, en lugar de calmarse, siente miedo o rabia, y responde con una evasión agresiva o con un contraataque emocional. El sistema nervioso de ambos se dispara, se activa la respuesta de "lucha o huida" y, neurológicamente, pasamos del pensamiento racional al cerebro emocional reactivo. En ese estado, la conexión se rompe, y se abre la puerta a la explosión o al quiebre de la contención.

 

No es casualidad que las parejas que recurren a la violencia muestren una alta sensibilidad a las emociones negativas, lo que en psicología llamamos neuroticismo. Este factor, sumado a una pobre habilidad para la autorregulación individual, garantiza que, ante el menor estrés, la díada entre en cortocircuito.

 

Cuando la Brújula de la Relación se Rompe

La violencia es el síntoma más grave de un fallo profundo en el ajuste diádico. Este ajuste, que es la adaptación mutua para convivir en armonía, se mide en la clínica a través de dimensiones esenciales que, cuando fallan, nos dan una hoja de ruta hacia el conflicto crónico.

 

Piensen en los conflictos por dinero, por crianza o por el manejo del tiempo libre. Estos temas, evaluados por herramientas como la Escala de Ajuste Diádico (EAD) en sus componentes de Consenso y Cohesión, se convierten en campos de batalla porque hay una falta de acuerdo fundamental. Pero el problema de fondo no es el dinero; es la falta de expresión afectiva y empatía que se necesita para negociar sin anular al otro.

 

Si no podemos comunicarnos de forma asertiva—es decir, si no podemos expresar nuestra emoción sin agredir o culpar—la frustración se acumula como presión en una olla exprés. Y al final, la incapacidad de validar la experiencia emocional del otro es lo que nos aleja del apego seguro y nos acerca peligrosamente a la violencia. Cuando una pareja vive en la constante insatisfacción y la certeza de que el otro no es una base segura, el vínculo se vuelve un espacio de amenaza, no de refugio.

 

En un entorno social y digital tan cargado de presión—como hemos visto con la influencia de las redes sociales en la desregulación emocional y la ansiedad que genera la comparación constante—llegamos a casa ya con nuestro termómetro emocional en rojo. Si nuestro entorno íntimo tampoco nos ofrece un puerto seguro, la tensión es insostenible.

 

La Esperanza en la Plasticidad de la Conexión

Asumir que la violencia familiar es un fuego autoalimentado es, paradójicamente, el primer paso hacia la esperanza. Significa que, si el sistema aprende a quemar, también puede aprender a sanar. La neurociencia nos recuerda que nuestro cerebro es plástico; tenemos la capacidad biológica de reescribir los patrones de respuesta emocional.

 

El desafío es dejar atrás la armadura individualista y el mito de la autorregulación solitaria para abrazar la corregulación positiva. Es un acto de profunda humildad y valentía reconocer que no podemos calmarnos solos y que la calma de nuestra pareja es esencial para la nuestra.

 

La clave no está en evitar el conflicto (eso es imposible), sino en aprender a usar un anclaje diádico—una palabra, un gesto—que detenga la escalada de la codisregulación negativa. Se trata de elegir conscientemente ser la persona que, con una respiración profunda y una frase de contención ("Estoy aquí contigo"), le dice al sistema nervioso de su ser querido: "Estás seguro. Juntos podemos con esto".

 

Amigos, la violencia es un patrón aprendido, y por lo tanto, puede ser desaprendido. Podemos entrenar nuestra empatía, nuestra comunicación y nuestra capacidad de respuesta para transformar ese fuego destructivo en la llama tibia y constante de un hogar seguro. El camino es largo y requiere un compromiso profundo, a menudo con ayuda profesional, pero la promesa es la de un vínculo que no solo sobrevive, sino que prospera en la seguridad mutua. La frecuencia de tu ser merece un espacio donde el amor sea un regulador, no un detonante. El cambio comienza cuando decidimos ser el extintor de ese fuego, y no su combustible.

 

Sanar es amar.


0 comentarios:

Publicar un comentario

jueves, 4 de diciembre de 2025

ONDAS ALFA


 

La Violencia Familiar es un Fuego que se Alimenta a Sí Mismo: La Neurociencia del Conflicto Que Escalamos Juntos


En nuestra cultura hiperconectada, pero paradójicamente aislada, sin embargo, y pese a ello, la violencia familiar no es un evento aislado, que en muchas ocasiones atribuimos a un "mal día" o una "mala persona". Sin embargo, si nos detenemos a observarla con la lente de la psicología clínica y la neurociencia, la realidad es mucho más compleja y, a la vez, predecible. La violencia no es un rayo que cae del cielo; es, como reza nuestro tema de hoy, un fuego que se alimenta a sí mismo. Es la trágica consecuencia de un sistema relacional que ha perdido su capacidad fundamental de autocontrol y consuelo mutuo, un sistema que los psicólogos clínicos llamamos ajuste diádico.

 

Este fuego emocional no se extingue porque, en lugar de regularnos, terminamos por co-desregulamos con nuestra pareja. Ambos, sin darnos cuenta, nos convertimos en el combustible del otro, transformando cualquier chispa de desacuerdo en una devastadora hoguera de gritos, silencios punzantes o agresiones. No quiero soslayar que no todos los conflictos se deben a la falta de empatía de un cónyuge por el otro, pues también es cierto que existen individuos que simplemente sufren trastornos que los hacen

 

La Codisregulación Negativa: El Combustible del Conflicto

Para entender por qué una discusión puede escalar hasta el límite de la violencia psicológica o física, debemos volver al concepto de la corregulación emocional que hemos explorado. En una relación sana, la corregulación es la capacidad de cada miembro para actuar como un ancla para el otro. Cuando uno está agitado, el otro, con su presencia, su tono de voz y su calma, ayuda a que el sistema nervioso del compañero regrese a la tranquilidad. Este proceso se apoya en mecanismos biológicos maravillosos, como la liberación de oxitocina, la hormona de la calma y el apego, que se activa con un abrazo seguro o una mirada empática.

 

Pero en un entorno donde prevalece la tensión, ocurre la codisregulación negativa. Funciona como un eco amplificado: la ansiedad de uno no encuentra un muro de contención, sino un espejo que la refleja con más intensidad. Si yo levanto la voz por frustración, mi pareja, en lugar de calmarse, siente miedo o rabia, y responde con una evasión agresiva o con un contraataque emocional. El sistema nervioso de ambos se dispara, se activa la respuesta de "lucha o huida" y, neurológicamente, pasamos del pensamiento racional al cerebro emocional reactivo. En ese estado, la conexión se rompe, y se abre la puerta a la explosión o al quiebre de la contención.

 

No es casualidad que las parejas que recurren a la violencia muestren una alta sensibilidad a las emociones negativas, lo que en psicología llamamos neuroticismo. Este factor, sumado a una pobre habilidad para la autorregulación individual, garantiza que, ante el menor estrés, la díada entre en cortocircuito.

 

Cuando la Brújula de la Relación se Rompe

La violencia es el síntoma más grave de un fallo profundo en el ajuste diádico. Este ajuste, que es la adaptación mutua para convivir en armonía, se mide en la clínica a través de dimensiones esenciales que, cuando fallan, nos dan una hoja de ruta hacia el conflicto crónico.

 

Piensen en los conflictos por dinero, por crianza o por el manejo del tiempo libre. Estos temas, evaluados por herramientas como la Escala de Ajuste Diádico (EAD) en sus componentes de Consenso y Cohesión, se convierten en campos de batalla porque hay una falta de acuerdo fundamental. Pero el problema de fondo no es el dinero; es la falta de expresión afectiva y empatía que se necesita para negociar sin anular al otro.

 

Si no podemos comunicarnos de forma asertiva—es decir, si no podemos expresar nuestra emoción sin agredir o culpar—la frustración se acumula como presión en una olla exprés. Y al final, la incapacidad de validar la experiencia emocional del otro es lo que nos aleja del apego seguro y nos acerca peligrosamente a la violencia. Cuando una pareja vive en la constante insatisfacción y la certeza de que el otro no es una base segura, el vínculo se vuelve un espacio de amenaza, no de refugio.

 

En un entorno social y digital tan cargado de presión—como hemos visto con la influencia de las redes sociales en la desregulación emocional y la ansiedad que genera la comparación constante—llegamos a casa ya con nuestro termómetro emocional en rojo. Si nuestro entorno íntimo tampoco nos ofrece un puerto seguro, la tensión es insostenible.

 

La Esperanza en la Plasticidad de la Conexión

Asumir que la violencia familiar es un fuego autoalimentado es, paradójicamente, el primer paso hacia la esperanza. Significa que, si el sistema aprende a quemar, también puede aprender a sanar. La neurociencia nos recuerda que nuestro cerebro es plástico; tenemos la capacidad biológica de reescribir los patrones de respuesta emocional.

 

El desafío es dejar atrás la armadura individualista y el mito de la autorregulación solitaria para abrazar la corregulación positiva. Es un acto de profunda humildad y valentía reconocer que no podemos calmarnos solos y que la calma de nuestra pareja es esencial para la nuestra.

 

La clave no está en evitar el conflicto (eso es imposible), sino en aprender a usar un anclaje diádico—una palabra, un gesto—que detenga la escalada de la codisregulación negativa. Se trata de elegir conscientemente ser la persona que, con una respiración profunda y una frase de contención ("Estoy aquí contigo"), le dice al sistema nervioso de su ser querido: "Estás seguro. Juntos podemos con esto".

 

Amigos, la violencia es un patrón aprendido, y por lo tanto, puede ser desaprendido. Podemos entrenar nuestra empatía, nuestra comunicación y nuestra capacidad de respuesta para transformar ese fuego destructivo en la llama tibia y constante de un hogar seguro. El camino es largo y requiere un compromiso profundo, a menudo con ayuda profesional, pero la promesa es la de un vínculo que no solo sobrevive, sino que prospera en la seguridad mutua. La frecuencia de tu ser merece un espacio donde el amor sea un regulador, no un detonante. El cambio comienza cuando decidimos ser el extintor de ese fuego, y no su combustible.

 

Sanar es amar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario