viernes, 27 de octubre de 2017

Efebo (Dave Malto)

–Ay, Flaco ¿y en la noche me vas a abrazar?– parece que Benjamín suplica por un poco de cariño, parece que tiene que pedirlo, que Damián aunque lo tiene no quiere dárselo, sin embargo, nada tiene fuera de Benjamin, sólo un asfixiante y mediocre empleo, pesado y mal pagado, nada más que sus frustraciones, sus miedos, sus inseguridades, su barata e inestable vida y aún con eso Damián se da el lujo de no mostrar su afecto y hasta de hacerle sentir una especie de desprecio, de rechazo, de molestia, de hartazgo.
–Bueno dame un beso y abrázame, aunque no quieras – Benjamín es insistente con esa actitud como de sentirse no querido y Damián no lo contradice, ni en hacer lo que le pide, ni en desmentir su duda; callado y dispuesto lo abraza y besa obediente, sin resistencia, sabiendo lo mucho que le debe, sabiendo que tiene que saldar su deuda y que la única forma de hacerlo es de esa manera.
Mientras Benjamín recorre el hermoso cuerpo de su mancebo, con besos, mordisqueos y lengüetazos, Damián se retuerce entre el placer y la risa que le provoca, pero pensando que prefiere a un hombre más joven, a uno como él mismo y siempre en la realidad termina resignándose a estar con Benjamín porque cree que nadie más lo podrá ver con el mismo amor, que nadie más le enseñará el mundo como lo hace Benjamín, que nadie más lo verá tan guapo como el viejo lo hace, que nadie más querrá estar incondicionalmente a su lado.
Cuando Benjamin introduce en su boca el pene semierecto de Damián, lanza un ligero gemido de excitación, lo lame y saborea unos momentos para después, sacándolo de su boca, dirigiendo la mirada a la de Damián le repite –Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– después, vuelve a la succión tratando de darle placer, pero Damián poco siente, sabe perfecto que el principal órgano sexual es el cerebro y se obliga a pensar en algún hombre joven y guapo para mantener la erección y no hacer sentir mal a Benjamín; y no porque le resulte feo o desagradable, sencillamente porque preferiría que fuera distinto.
Benjamín años atrás fue un hombre sumamente atractivo, de piel blanca y cabellos castaños, de rasgos afrancesados y costumbres refinadas, con educación y aires de intelectual, no obstante, ya ha perdido aquel brillo de su juventud, ahora es un hombre al que se le nota el paso del tiempo en el rostro, y a pesar de que sigue siendo atractivo ya no tiene en el cuerpo la firmeza del pasado, ni el aspecto de los buenos años, ahora es un mecenas al que Damián quiere extraerle todo el jugo que pueda, ese de la sabiduría y la experiencia, de la vida que es el reflejo de su mirada.

Él también sabe que a Benjamín le quedan pocos años y sabe que como a todo mecenas hay que ofrecerle su juventud, ese tesoro que antes poseyó y que ha sucumbido ante el irremediable paso del tiempo, sabe que él mismo llegará un día a esa situación y entonces es complaciente con su bienhechor para que cuando le toque ser el viejo, pueda un efebo corresponder como él ahora lo hace, para que su mancebo sea tan bueno como él se siente ante Benjamín y que a pesar de no agradarle del todo, sí pueda quererlo como él lo quiere, a su manera pero lo quiere y lo quiere mucho, se lo dice con poca frecuencia, pero se lo dice, lo demuestra con baja intensidad, pero lo demuestra, quiere sembrar en su propia vida la semilla de un joven que sea como él es ahora.
–Bueno ya te dejo, levántate, vamos a desayunar – Benjamín entonces de tajo, negándose a sí mismo la posibilidad de seguir saboreando a Damián, como quien se niega ante un chocolate porque está a dieta, se levanta y se dirige a la cocina, donde comienza a preparar café en la cafetera francesa que tanto le gusta; café Cobán que trajo de Guatemala, sabroso, de aroma inigualable, que mezclado con miel y cardamomo representa una verdadera vida para Damián, una que quiere darse con ese café y en la cocina de Benjamín.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?
Damián le sonríe sentado en el banco de la cocina e inmediatamente después, toma de la taza para evitar darle una respuesta, para distraerse en ese concentrado y delicioso aroma que deleita su paladar, su garganta, sus emociones y sus sentidos, el café le regresa vitalidad y frescura al rostro algo hinchado que acaba de despertar; Benjamín entonces, lo mira fijamente, se acerca tomándole una mano y llevándola hasta su boca con un temblor semejante al del nerviosismo, con las manos algo sudadas y con actitud sumisa, le besa la mano en señal de adulación, mientras que Damián se deja besar como agradeciendo ser invitado una vez más para saborear esos placeres, agradecido por mostrarle el mundo, aunque no lo llevara consigo a sus viajes, aunque sólo le mostrara lo que no puede tener, cosa que tampoco le molesta pero que con toda el alma desea, sin embargo, piensa que está bien y que él algún día podrá hacer esos viajes solo, sin el temor de ser visto como un chichifo o de encontrar a un eventual amante y no poder tenerlo por estar con Benjamín, además sabe que es muy joven y que tarde o temprano vendrá la bonanza económica, al menos eso piensa.
Apretando la mano de Damian repite –Ay flaco ¿por qué te quiero tanto? Aunque tú no me quieras.
–No seas tonto, claro que te quiero, te quiero mucho – acto seguido, Damián se acerca a darle un beso, uno leve y sencillo, tranquilo pero sincero, de agradecimiento.


2 de 3 Continuará… 

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viernes, 27 de octubre de 2017

Efebo (Dave Malto)

–Ay, Flaco ¿y en la noche me vas a abrazar?– parece que Benjamín suplica por un poco de cariño, parece que tiene que pedirlo, que Damián aunque lo tiene no quiere dárselo, sin embargo, nada tiene fuera de Benjamin, sólo un asfixiante y mediocre empleo, pesado y mal pagado, nada más que sus frustraciones, sus miedos, sus inseguridades, su barata e inestable vida y aún con eso Damián se da el lujo de no mostrar su afecto y hasta de hacerle sentir una especie de desprecio, de rechazo, de molestia, de hartazgo.
–Bueno dame un beso y abrázame, aunque no quieras – Benjamín es insistente con esa actitud como de sentirse no querido y Damián no lo contradice, ni en hacer lo que le pide, ni en desmentir su duda; callado y dispuesto lo abraza y besa obediente, sin resistencia, sabiendo lo mucho que le debe, sabiendo que tiene que saldar su deuda y que la única forma de hacerlo es de esa manera.
Mientras Benjamín recorre el hermoso cuerpo de su mancebo, con besos, mordisqueos y lengüetazos, Damián se retuerce entre el placer y la risa que le provoca, pero pensando que prefiere a un hombre más joven, a uno como él mismo y siempre en la realidad termina resignándose a estar con Benjamín porque cree que nadie más lo podrá ver con el mismo amor, que nadie más le enseñará el mundo como lo hace Benjamín, que nadie más lo verá tan guapo como el viejo lo hace, que nadie más querrá estar incondicionalmente a su lado.
Cuando Benjamin introduce en su boca el pene semierecto de Damián, lanza un ligero gemido de excitación, lo lame y saborea unos momentos para después, sacándolo de su boca, dirigiendo la mirada a la de Damián le repite –Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– después, vuelve a la succión tratando de darle placer, pero Damián poco siente, sabe perfecto que el principal órgano sexual es el cerebro y se obliga a pensar en algún hombre joven y guapo para mantener la erección y no hacer sentir mal a Benjamín; y no porque le resulte feo o desagradable, sencillamente porque preferiría que fuera distinto.
Benjamín años atrás fue un hombre sumamente atractivo, de piel blanca y cabellos castaños, de rasgos afrancesados y costumbres refinadas, con educación y aires de intelectual, no obstante, ya ha perdido aquel brillo de su juventud, ahora es un hombre al que se le nota el paso del tiempo en el rostro, y a pesar de que sigue siendo atractivo ya no tiene en el cuerpo la firmeza del pasado, ni el aspecto de los buenos años, ahora es un mecenas al que Damián quiere extraerle todo el jugo que pueda, ese de la sabiduría y la experiencia, de la vida que es el reflejo de su mirada.

Él también sabe que a Benjamín le quedan pocos años y sabe que como a todo mecenas hay que ofrecerle su juventud, ese tesoro que antes poseyó y que ha sucumbido ante el irremediable paso del tiempo, sabe que él mismo llegará un día a esa situación y entonces es complaciente con su bienhechor para que cuando le toque ser el viejo, pueda un efebo corresponder como él ahora lo hace, para que su mancebo sea tan bueno como él se siente ante Benjamín y que a pesar de no agradarle del todo, sí pueda quererlo como él lo quiere, a su manera pero lo quiere y lo quiere mucho, se lo dice con poca frecuencia, pero se lo dice, lo demuestra con baja intensidad, pero lo demuestra, quiere sembrar en su propia vida la semilla de un joven que sea como él es ahora.
–Bueno ya te dejo, levántate, vamos a desayunar – Benjamín entonces de tajo, negándose a sí mismo la posibilidad de seguir saboreando a Damián, como quien se niega ante un chocolate porque está a dieta, se levanta y se dirige a la cocina, donde comienza a preparar café en la cafetera francesa que tanto le gusta; café Cobán que trajo de Guatemala, sabroso, de aroma inigualable, que mezclado con miel y cardamomo representa una verdadera vida para Damián, una que quiere darse con ese café y en la cocina de Benjamín.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?
Damián le sonríe sentado en el banco de la cocina e inmediatamente después, toma de la taza para evitar darle una respuesta, para distraerse en ese concentrado y delicioso aroma que deleita su paladar, su garganta, sus emociones y sus sentidos, el café le regresa vitalidad y frescura al rostro algo hinchado que acaba de despertar; Benjamín entonces, lo mira fijamente, se acerca tomándole una mano y llevándola hasta su boca con un temblor semejante al del nerviosismo, con las manos algo sudadas y con actitud sumisa, le besa la mano en señal de adulación, mientras que Damián se deja besar como agradeciendo ser invitado una vez más para saborear esos placeres, agradecido por mostrarle el mundo, aunque no lo llevara consigo a sus viajes, aunque sólo le mostrara lo que no puede tener, cosa que tampoco le molesta pero que con toda el alma desea, sin embargo, piensa que está bien y que él algún día podrá hacer esos viajes solo, sin el temor de ser visto como un chichifo o de encontrar a un eventual amante y no poder tenerlo por estar con Benjamín, además sabe que es muy joven y que tarde o temprano vendrá la bonanza económica, al menos eso piensa.
Apretando la mano de Damian repite –Ay flaco ¿por qué te quiero tanto? Aunque tú no me quieras.
–No seas tonto, claro que te quiero, te quiero mucho – acto seguido, Damián se acerca a darle un beso, uno leve y sencillo, tranquilo pero sincero, de agradecimiento.


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